“Izquierda sin cultura no es izquierda” (Mariano Arana)
Desvincular lo político de lo que, abreviadamente, denominamos orbe o propuesta cultural, sin que para ello incurramos en un flagrante contrasentido, (puesto que cada cultura se concreta y sustenta mediante prácticas con una determinada orientación ideológica-dialógica que, en los hechos, debiera ser coherente con el “contrato” social ), nos induce a replantear la alternativa de una gestión de cultura, para nuestro departamento, estructurada o instrumentada sobre otras bases o articulaciones que, en consecuencia, den cuenta de una incidencia real y eficiente para la comunidad. Sobre esta premisa es imperativo evaluar, en un principio, la responsabilidad de los “liderazgos” efectivos de aquellos agentes que ostentan un rol o cargo público y que responden a un oficialismo político que, en los hechos, no parece corresponder con las necesidades e intereses genuinos de la ciudadanía rochense. La gestión cultural alude a un conjunto de estrategias e intervenciones articuladas y diseñadas para el logro de ciertos objetivos de desarrollo cultural específicos, en beneficio de una o varias comunidades, a partir de sus propios contextos y participación. Ello implica la creación de flujos y de procesos cuyo resultado no siempre es lo más significativo, pero que, sin excepción, requieren de una dirección de cultura construida en una modalidad de acción horizontal-ascendente,(por no decir paritaria), que parta de la empatía, proximidad y conocimiento intrínseco de aquellos rochenses considerados siempre como pares, no como “alternos” o “subalternos”; es decir, donde la coparticipación sea vista como una estrategia de crecimiento conjunto y la clave de trabajo sea “abierta” a la comunidad y en concordancia con aquellas realidades que nos movilicen y conmuevan al punto de acabar convirtiéndose en necesidades propias. La actuación de un Director de Cultura debe ser proactiva, (actuar, no esperar a ver qué pasa; buscar nuevas oportunidades, anticipar, prevenir y resolver problemas), puesto que este viene siendo un mediador o facilitador, no de actividades aisladas, sino de procesos que conducen hacia un cambio cualitativo en la vida cultural de las personas que integran su comunidad, sea cual sea la naturaleza de ésta y cual la filiación política de sus integrantes. Desde ese perfil no se debe ser ajeno a la comunidad, ni plantearse como un actor externo que “dinamiza” o “anima” a una comunidad, sino que, desde su rol, es y se asume parte de ella y, por tanto, dialoga y construye siempre sus actuaciones en un estrecho ir y venir de ideas creativas, con las que emplea el saber natural que le brindan la experiencia, su formación y la convivencia misma con esa comunidad, al tiempo que recurre a las herramientas que han sido creadas para fortalecer y profesionalizar su trabajo. En mi caso, la posibilidad de militar desde una agrupación que, tras conocer mi vocación, acabó abriéndome sus puertas de par en par ha pasado a ser, también, mi caballito de batalla desde otro estrado.
(DARÍO AMARAL-ESPACIO 609-MPP ROCHA)