El
historiador Eric Hobsbawm ha definido al siglo XX como el más corto
de la Humanidad. Según él, habría durado 77 años, de 1914 a 1991,
o dicho de otro modo: comenzó con la Primera Guerra Mundial y
finalizó con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS)
Precisamente,
en medio de ese primer conflicto bélico a gran escala se produjo la
Revolución Rusa, consecuencia directa de dicho conflicto, aunque
desde hacía décadas se había comenzado a gestar en la Rusia
zarista el germen de la explosión del 17’.
Rusia
era por entonces la última monarquía absoluta de Europa.
En 1905 había ocurrido un primer intento revolucionario,
violentamente cortado por las fuerzas realistas. En 1916, con el
gobierno en plena crisis, parte de la alta burguesía y la
aristocracia se confabularon para asesinar a Rasputín, consejero al
que acusaban del desastre del desgobierno del Zar Nicolás II.
La
Revolución comenzó en febrero del 17,
según el calendario vigente en Rusia en aquel año. El país estaba
tan atrasado que, mientras el resto de Europa hacía siglos usaba el
calendario gregoriano, allá seguían usando el calendario juliano.
Este
primer acto llevó al poder a una coalición de fuerzas progresistas,
que incluía a mencheviques (socialdemócratas), bolcheviques
(marxistas), social-revolucionarios y otros sectores.
El
segundo acto sucedió a fines de octubre (calendario juliano) o
principios de noviembre (gregoriano), y consistió en una suerte de
golpe palaciego en que los bolcheviques desplazaron del poder al
inoperante gobierno de Kerensky… que fue inoperante hasta para
resistir.
La
de octubre fue
una revolución que,
en
términos marxistas,
no
debió haberse llevado nunca a cabo.
Según Marx, las contradicciones entre el modelo de producción y las
relaciones sociales generados por éste, se agotan primero en
aquellas sociedades donde están más avanzadas. A esta conclusión
llegó luego de su pormenorizado análisis de la historia económica
de los diversos modelos de producción.
Siendo
generoso, en el tiempo de la revolución Rusia
era un estado capitalista periférico.
Tenía cierto grado de desarrollo económico en ciudades como
Petrogrado (San Petersburgo) y Moscú, pero en su mayor parte, su
estructura económica y su superestructura social y política seguía
siendo semi-feudal.
Todos los datos socio-económicos coinciden en este diagnóstico. El
producto industrial ruso era 2,5 veces menor al de Francia y más de
6 veces inferior al de Alemania; mientras que el PBI per cápita era
inferior al de países atrasados de Europa como Hungría y España.
Sin
embargo, poco les importó todo eso a los bolcheviques.
Es
difícil hoy en día poder reconstruir los efectos que ese hecho
generó. En un mundo que se estaba desangrando en la Primera Guerra
Mundial, debe haber sido una suerte de nueva muestra de la cercanía
del fin de los tiempos: del Apocalipsis para los gobiernos de raíz
conservadora y liberal, y del Paraíso (obrero) para cientos de miles
de trabajadores en todo el mundo.
Trotsky,
lo resumió muy bien: "No
hay más que una alternativa: ¡o
la revolución rusa desencadena un movimiento revolucionario en
Europa, o las potencias aplastarán la revolución rusa!"
Su
análisis se demostró acertado cuando, luego de la firma del
acuerdo de paz entre Alemania y Rusia en marzo de 1918, y con el
Ejército Rojo enfrentando la contra-revolución de militares
zaristas liderados por Wrangel y Deinikin, el territorio ruso fue
invadido en diversos frentes por japoneses, estadounidenses,
otomanos, y británicos. Alemania, pese al armisticio, apoyó con
armas al Ejército Blanco (los zaristas)
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