Escribe Juan José Pereyra
En todas mis publicaciones hablan siempre otras personas a quienes entrevisto en mis programas de radio o en este blog.
Hoy les contaré una historia personal, no porque me haya agarrado un ataque de narcisismo. sino porque creo que lo que les cuente puede ser útil para quienespadecen esta terrible enfermedad (ninguneda, menospreciada) llamada obesidad.
Hasta los nueve años fui un niño “flaquito”, pesaba treinta y poquitos kilos. Me crié en una familia de clase media trabajadora, mi padre, el sastre Lalo Pereyra, mi madre, la partera Arminda Castelvechi. En mi casa no faltaba nada y se comía muy bien. Tampoco sobraba nada (ni coche ni casa en la playa ni vacaciones en casa alquilada, por ejemplo).
A mis nueve años una tía que vivía en Montevideo y estaba en una muy buena posición económica convenció a mis padres para que pasara con ella los tres meses de vacaciones, diciembre, enero y febrero,
Mi tía vivía en el el histórico hotel Rambla, en Pocitos. Tenía un pequeño, hermoso apartamento con vista al Río de la Plata. Mi tía estaba siempre a dieta, se cocinaba algunas cosas en su kitchenette y yo salía a comer a los hermosos restaurantes de la zona. Recuerdo especialmente Los Chinos, en Rambla República del Perú, a un par de cuadras del hotel.
Mi tía no andaba con chiquitas. Me daba ¡Atención!, el equivalente a lo que hoy serían cien dólares ,cada día, para que fuera a desayunar, almorzar, merendar y cenar. ¿Imaginan un gurí de nueve años con más de cuatro mil pesos por día para elegir lo que quisiera comer? Venía de una familia donde se comía muy buen y rico pero...ahí tenía al alcance de la mano y el bolsillo todo lo que quisiera probar. Todas las comidas más caras, los postres, todos los que podía imaginar. ¡Las tortas! ¡Las copas Melba más altas que yo! Todo lo probaba, me daba el lujo de pedir algo carísimo y si no me gustaba devolverlo y pedir otra cosa.
¡Y de tarde la merienda! ¡Té completo! Chocolate con las masitas y postres que quisiera. ¡Todo!
Y muchas veces, de noche, me llevaba a las parrilladas más increíbles. Recuerdo una muy famosa que había en el Parque Rodó que se llamaba Forte di Makale.
Y si a esto le agregábamos canilla libre de Parque Rodó...era el sueño total de aquel niño de nueve años.
Pasaron los tres meses y llegó la hora de regresar. Mi tía me tuvo que comprar ropa nueva.Toda la ropa nueva. Recuerdo clarito la cara de una empleada que me tomó la medida de la cintura y puso cara de asombro. ¡Tenía más de ochenta centímetros! El cálculo posterior fue que más que dupliqué mi peso en tres meses. Pasé de treinta a más de ochenta. Record Guiness hubiera sido. Y además mi metabolismo sufrió un cambio brutal.
Cuando llegué a mi casa mis padres se querían morir, No podían creerlo.
A partir de ahí comenzó un largo y sinuoso camino (parafraseando la canción de Los Beatles). Mis padres se pusieron de inmediato en campaña para que me atendieran dietistas, médicos, nutricionistas. Fui a Montevideo, a Maldonado, me vieron en Rocha. Me hicieron metabolismo basal,me dieron tiroidina. Pasé de comer todo lo que tuviera adelante a un churrasquito reseco y lechuguita.
Ese largo y sinuoso camino duró décadas. Adelgazaba,dejaba la dieta, volvía a comer, venía el efecto rebote y volvía al peso anterior y siempre, siempre, algunos kilos más.
Hice todas las dietas imaginables: la de la sopa de repollo y morrones, las de contar calorías, las de no contar calorías, la de la Clínica Mayo (una de pomelos y huevos duro), la de Cormillot, la Scardale, la de Atkins y no sé cuántas más.
En 1978 , en Argentina fui a un médico porque me iba a casar y no me soportaba más. Pesaba ciento dieciocho kilos.Bajé doce, nos casamos con Estela y meses después, cuando nació Gabriela, mi primera hija, pesaba ciento cuarenta y ocho. Un médico me dijo “tiene que parar,si no lo hace en un abrir y cerrar de ojos estará em 160 y después en 180”.
Volví a bajar, siempre con sacrificio. Quienes creen que los gordos lo son por dejados, por haraganes, por irresponsables, no tienen idea de lo que lucha una persona que sabe que debe adelgazar y no encuentra la forma de lograr dejar atrás el problema.
Es una adicción, como le es el cigarrillo,las drogas legales como el alcohol y los sicofármacos y las ilegales. Adicción es lo no dicho. Lo que se calla, lo que se guarda la persona y no “saca afuera”.Desde desamores,violencias sufridas en la infancia y adolescencia, desencantos, angustias ,frustraciones, falta de oportunidades, un contexto familiar o social complejo.
Sigo con mi historia y le cuento lo del traje de alpaca, que tendrá mucho sentido más adelante.
Mi padre, les dije era sastre. Alguien le encargó una vez un traje a medida de alpaca, en aquel momento muy caro, y el buen señor se borró, no lo retiró ni pagó y quedó de clavo.
Mi padre me dijo “Te lo regalo, tengo la esperanza que algún día lo puedas usar”.
Quedó en el ropero y ni miras que me fuera a entrar. En uno de los tantos intentos de adelgazar, vino a Rocha un médico argentino que juraba que las pastillas que él suministraba no eran anfetaminas. Yo había tenido muy malas experiencias con esas drogas que hacen mucho más mal que bien. Hice el tratamiento con ese señor y adelgacé treinta kilos en tres meses. (Al final se supo que sí lo que daba era anfetaminas y hasta estuvo detenido por ingreso ilegal de esas sustancias al país).
¡¡¡El hecho es que el traje de alpaca me entró!!! Era 1995 y se casaba mi sobrino Leopoldo con Fabiana. Fui al casamiento con el traje de alpaca y nadie me reconocía, ni mi hermana, ni mi cuñado, ni mis sobrinos ni mis primos. Aleluya. ¡Momento de gloria!
Pero... pasaron los meses y, como siempre, el peso volvió y por supuesto, trajo unos cuantos kilos más.
Y así siguió la historia.
Hace tres años me puse a estudiar a fondo.Leí varios libros sobre nutrición, metabolismo,alimentación saludable. Vi videos en You Tube (donde hay de todo pero también excelente información si uno tiene criterio para buscar). Me asesoré con médicos y nutricionistas amigos de Uruguay y el exterior,
Desde hace dos años utilizo herramientas como el ayuno intermitente, la dieta Low Carb y la Keto.
Estela, mi señora, y yo, fuimos haciendo un cambio total en los hábitos alimenticios y hemos logrado cambiar la cabeza. La información es fundamental y también la determinación. La información, el seguir estudiando da la fuerza para continuar y no aflojar.
Hace dos semanas en un chequeo médico de rutina descubrí que peso 98 kilos. ¡¡¡Dos dígitos!!! Quienes padecen y luchan contra esta enfermedad saben la importancia de llegar a los dos dígitos. Es haber podido romper la barrera de los cien kilos. Hacía al menos cincuenta años que no pesaba menos de cien kilos. Es un logro inmenso. Estela y yo hemos bajado treinta kilos cada uno en los últimos dos años. Sin pasar hambre nunca, comiendo rico, bien y sano y sin el tan temido efecto rebote. Nunca, en dos años, hemos recuperado ni por asomo el viejo peso que nos acompañó toda la vida.
Y sin drogas, sin anfetaminas, sin dietas.Solo cambiando los hábitos, cambiando la cabeza y sabiendo que con moderación podemos ir comiendo lo que sabemos que antes nos engordaba porque comíamos sin control.
Les quiero decir que se puede. A mí me costó más de sesenta años lograr esos cambios internos que son fundamentales. Hoy hay mucha información disponible. Las posibilidades son mayores.
¡Ojo! No recomiendo que hagan los que nosotros hemos hecho.No hay dos personas iguales y siempre todo cambio tan importante debe estar monitoreado por profesionales.
Para terminar les cuento que el viejo y querido traje de alpaca hoy puedo usarlo y lo hago como recuerdo y homenaje a mi padre que confió que algún día podría usarlo.
Y sin anfetaminas ni ninguna otra droga. Con corazón y con cabeza.
Mi plan es llegar a los 88 kilos. Despacio, sin eloquecerme. Sabiendo que podré.
Si a alguien le ha servido mi historia será una alegría enorme para mí.
A quienes están luchando les pido que no aflojen, que se informen. Que pidan ayuda profesional.
SE PUEDE. Un abrazo.