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domingo, 13 de julio de 2014

MODELO 60 por Prudencio Hernández Jr

El amigo Prudencio Hernández Jr es escritor y poeta. 
Tiene su blog:  http://enunmundonuevo.blogspot.com/
Luego de leer   "Walter's" Un boliche con historia. Por Julio Dornel, nos hizo llegar esta nota de su creación que agradecemos y compartimos.








                                                              Don Samuel Prilliac







No acostumbro a andar ventilando en espacios virtuales mi vida o parte de ella. No lo considero necesario (tengo muy claro algunos conceptos sobre esto) y  uno debe guiar su vida por otros senderos reales entre gente que ama y sabe de su lealtad y compromiso, o de su entrañable amistad. En cuanto a mis trabajos, no voy a decir que mis intentos casi poéticos no tengan alguna inspiración por imaginación hacia ciertos hechos y personas que amo, pero son casos que se afrontan desde la escritura para fomentar lazos y encontrar similitudes de hechos de mi vida con otras vidas. 
Pero aquí con éste relato, escribo parte de mi vida en los años 50 y 60 cuando era un niño y entraba en el mundo de los mayores con la ingenuidad latente y la inocencia de creerme, que el mundo era tal cual lo veíamos, sin saber que bajo esa apariencia se mueven miles de verdades y mentiras que forjan a las personas. Sé que es un poco largo para el estilo blog de leer rápido (al paso) característico de sus integrantes (me incluyo por supuesto) para visitar muchos blogs...en fin...pero si disponen de 9 minutos y 24 segundos aproximadamente de su vida los dejo con este entrañable momento de mi vida..al  menos para mí. Gracias por vuestra receptividad. Dejo constancia del empujón que hace tiempo me dio Taty Cascada una chica chilena (Hoy alejada de los blogs..pero un día después o sea hoy lunes 3 de setiembre HA PUBLICADO!! alegría por el regreso) quien me dijo que ese relato tenía cierto interés para ser publicado. Estés dónde estés amiga Taty.. gracias..y ya ves una vez,  le hice caso a alguien...jaja.
Un abrazo a todos desde el sur.





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En la última esquina del pueblo: un lugar. El peor lugar para un comercio. Si uno se paraba en la mitad de la Rua Uruguai del lado brasileño o en la Avenida Brasil si se paraba del lado uruguayo, grandes comercios fronterizos parecían que atraparían a los excursionistas incautos, y no tanto, que por miles pululaban en busca de su bagayo diario. Era lo que uno suponía si empleaba la lógica, pero los negocios como la lógica son falibles, después de un día, o medio día, se comprobaba que aquel negocio decir que estaba mal ubicado era una ilusión óptica. Su amplia explanada se poblaba de automóviles, armatostes de los 40 y 50 movidos por una docena de cilindros, y coches de excursión, llamados bañaderas, que nadie sabía como habían osado llegar hasta allí y que uno tras otro iban arribando y saliendo dejando sus marcas de polvo en el aire en forma continua, envolviendo esa parte del pueblo en una densa nube sepia constante.
Todo parecía igual que ayer. Otro día más de trabajo esperando el fin de semana para disfrutar en La Barra. El sol veraniego con su promesa de calor, comenzaba a entrar por las altas banderolas que daban al este, ubicadas en el medio del edificio, y sus reflejos revivían bandejas plateadas, ollas a presión, juegos de agua, juegos de cubiertos, jarrones esmaltados, termos brillantes, juguetes, artes de pesca, dispuestos en grandes vitrinas en la amplia nave del local, a veces disimulando las finas columnas de hierro que sostenían el techo. Detrás de los viejos y anchos mostradores de lapacho gastado, los empleados en sus puestos, confundidos en su quietud con las cosas inanimadas, prontos para empezar la jornada. Tras ellos estanterías que llegaban hasta el techo abarrotadas de mercadería. Se mezclaban, con sus olores y con sus formas de presentación, el café, el cacao, el aceite de oliva, los dulces, los licores mmm la "Para ti", las sardinas, la yerba, los jabones, el bacalao. Allí se concentraba el olor a aliento de bodega, con efluvios de jabones y perfumes; el hediondo vaho de la salmuera del bacalao, con el aroma a café y al cacao; la rústica aspereza de la yerba, con las especies donde la nuez moscada apretaba la garganta... y de repente, entre todos esos olores, olor a pólvora de las miles de “bombas brasileras”, que dormían inofensivas en la boca ancha de las bolsas de arpillera.
Alguien rompía aquella tensa espera de minutos, era mi padre, el viejo Prudencio, que inquieto dejaba palabras y risas en algún rincón. Cajas registradoras dispuestas en aquellos mostradores en “u” eran manejadas por los hijos de Samuel. Había una que no arrancaba la jornada, a alguien le tocaba el turno para pegarse a las sábanas un ratito más. Se perdería una jornada para el cambio que querían hacer de motos y autos viejos por cero kilómetros. Se trataba, en una singular competencia, de ser el primero en reunir el valor de un cero kilómetro en el mercado brasilero juntando, en unos bollones inmensos, monedas uruguayas de 25 y 50 centésimos recién salidas a circulación, aquellas de níquel que en una cara tenían el escudo rodeado de 19 estrellas y en la otra la esfinge de Artigas y debajo “1960”. Amadeo Brundo se encargaría de transformarlas en Cruceiros.
Aquella mañana me encontraba cerca de la puerta que daba a los fondos. A mi derecha en media “u” de mostrador la venta de comestible, atendida por una veintena de empleados entre muchos Mauricio, Landeco, Volney, Evanil, El Pacho y a mi izquierda la otra media “u” la venta de perfumería y tienda atendida por otro tanto: entre ellos Amalia, Altez, Norma, Gaudencio. Al frente la gran nave principal llena de vitrinas a cargo de Cotó.
Samuel acomodándose su clásica boina oscura, negra o azul, al estilo de los Boinas Verdes, o del Che — el imitar está en la esencia del Hombre—, y tomando el último mate de manos del Tuco, daba las últimas indicaciones: señalaba cifras en clave que servían para remarcar mercadería en el último instante; recorría las instalaciones; saludaba uno por uno a sus empleados, y por fin, se ubicaba en la puerta de la ochava, la que le daba un amplio panorama de la “Internacional” del Chuy, donde se encontraba su mayor competencia, que en la realidad no competían, porque no tenían capacidad para superar las ofertas de su astucia.
Afuera la brisa despejaba las últimas brumas del amanecer, los autos las camionetas y los coches de excursión correteando sobre adoquines llenos de arenisca muy fina, levantaban una densa polvareda, que desaparecía más rápido o menos rápido según la intensidad del viento, estacionando finalmente en la amplia explanada frente al comercio.
Cuando llegaba la plateada ONDA, traída por la polvorienta Ruta 9 por un mofletudo y sudoroso conductor, el inefable Spadoni, se abrían las puertas, y algo increíble sucedía: decenas de personas atropellaban por el interior, ubicaban a un Samuel que había cambiado su rostro impasible, que parecía no hacerle favores a nadie, por una gesto de simpatía. Lo rodeaban pidiéndoles cosas, y él entregaba pequeños recuerdos: banderines con su estampa clásica, lápices con su busto flanqueado por las banderas de Brasil y Uruguay, un pin de forma de diminuto escudo, con “CASA SAMUEL CHUY”, franjeado en rojo, azul y blanco para usar en el ojal del saco. El ególatra en su mayor esplendor, el marketing casero en su apogeo, la autopromoción en el súmmum. Cuando se le terminaban las pequeñas atenciones, nos hacía seña entre manos levantadas y allí íbamos nosotros, los más chicos, al rescate. Grandes bollones de vidrios cuadrados de boca ancha redonda, llenos de maní acaramelado, ticholos, “balas” o rapaduras calmaban el ambiente. En el periodo de compra daba indicaciones a sus empleados, y cuando alguien pedía una rebaja, intercambiaba con su empleado-interlocutor letras en lugar de números, y casi siempre recibía el agradecimiento de lo clientes. Después de las compras, cuando los viajeros se retiraban, Samuel en la puerta, a quien ya le habían señalado de antemano quien había hecho los mejores importes, pedía obsequios que le alcanzábamos. Hacía diferencia con los viajeros, los mejores regalos para los mejores compradores, no sólo para los de aquel día, él no se olvidaba de los visitantes habituales, de los clientes con poder adquisitivo, que lo demostraban con sus poderosos autos, sobretodo tenía especial atención a los argentinos, potenciales compradores de terrenos playeros, que por una bicoca había comprado miles de hectáreas como yermo raso que hizo lotear, cerca de La Barra, y que de a poco iba vendiendo. Quería transformar aquel desierto en un balneario llamado Puimayen.
Algunos viendo que no se llevarían, aparte del sombrero o del bolso, una toalla imperdible, o alguna Pirex promocionada como irrompible, regresaban a comprar más cosas. Otros a pesar de mostrar valores por grandes compras que arriesgarían al pasar por la aduana, Samuel imperturbable desoía sus ruegos, si se ponían caprichosos le recordaba, con enorme despliegue de detalles, que tal día, en tal excursión, habían comprado en otro comercio: Brasilia, Estrella o cualquier otro, y no en el suyo. Algunos le prometían que no volverían nunca más. Se sonreía y les ofrecía retirarse, sin grandes gestos, solamente con la mirada que, al mismo tiempo, se perdía en la gran avenida buscando detalles que sólo él descifraba. De pronto giraba sobre sí mismo, y con un solo gesto reunía gran cantidad de empleados en la parte más cerca del mostrador de la puerta de la ochava. Un grupo de excursionistas entraba, y Samuel parecía ignorarlos. Dirigiéndose a sus muy próximos empleados les arenga, mientras parece caminar sin rumbo fijo: “Hay azúcar” “Nooo” —le respondían a coro. “Hay yerba”: “Noooooooo” —resonaba la misma respuesta. Cada vez que mencionaba un producto el coro respondía. Algo había “visto”, en aquellos viajantes que ni siquiera quería venderle lo más corriente. Y nadie sabía explicar aquella determinación, de singular antipatía que, sin embargo, lo único que provocaba era que los viajeros salieran, con la fiebre de frontera, por otra puerta apresuradamente. Contrabandistas hormigas de poca monta que no le interesaban al extranjero venido de tierras extrañas, así como a ellos tampoco le interesaba perder tiempo en aquel lugar. Ya lo conocían y el intento valía la pena, porque de tanto en tanto, y aquel no era un día adecuado —cuando los vaivenes comerciales lo indicaban—, podían comprar toda el azúcar, la yerba, la fariña que quisieran y, por supuesto, con los precios más bajos del Chuy, y de toda la frontera uruguaya.
Al llegar al mediodía la rutina se quedaba entre los ticholos, las goaibadas, ananás y sardinas enlatadas, que era lo mismo decir Abacaxi y Coqueiro. Todos abandonábamos el local. Se cerraban las cajas y nosotros nos íbamos hacia los fondos, a las habitaciones amplias donde tía Dominga nos esperaba con la mesa pronta para servir la comida.
Instantes antes de llegarme la noticia por primera vez, me encontraba sentado en uno de los grandes sillones del estar leyendo alguna aventura de Roy Rogers, Gene Autry o el Llanero Solitario. No me gustaba sentarme solo en la gran mesa del comedor. Me llamó la atención que pasaban los minutos y nadie se acercaba. En el exterior noté movimientos infrecuentes y todos caminaban alrededor de la casa, como buscando algo. Salí al patio y pregunté. Alguien me respondió que el Wagner, uno de los cajeros de aquella mañana, había perdido quinientos pesos uruguayos a la salida del comercio. No sabía por qué puerta había salido pero todos buscaban entre la casa y el comercio, vereda con un espacio enjardinado contra las paredes, que no tendría más de cinco metros de separación y como veinte metros de largo. Tampoco tenía noción de la magnitud de la pérdida, tenía apenas diez años de edad, pero sabía que era una gran cantidad y en un solo billete. Todos buscando, finalmente, no apareció.

El sitio era castigado por un viento sur pertinaz, que parecía nacido para aquel lugar, un corredor que terminaba cerca de la salida del comercio en un techado donde había mercadería perecedera. Cuando todos dejaron de buscar, y se caía la tarde, volví al lugar. Pensaba que aquel esquivo billete había volado hacia los fondos, sorteando al aljibe que el viento sobre el brocal le bamboleaba el balde de latón; a la montaña de cajas vacías que de tanto en tanto se desparramaban; al edificio sin puertas ni ventanas del generador eléctrico que dormía como un gigante sostenido por grandes correas; y finalmente traspasó —seguía pensando— el alambrado y se metió en la quinta de choclos y zapallos. Recorrí tantas veces como me dio la tarde cada rincón. Me metí entre canteros de maizales, de girasoles, y cuando quise acordar, me encontraba ante un basto campo verde que se abría a mi frente. Mi vista se perdía entre ondulaciones, un cañadón y en un monte lejano, cortado por una carretera que se internaba en el Brasil marcada por un diminuto camión —lo creía un juguete por la enorme distancia que me separaba—, y venía rumbo al Chuy con una nube dorada detrás. Parecía llegar de las entrañas agrestes de un país gigante que me imaginaba acostado, inmenso, lleno de grandes ciudades —Brasilia nuevecita aparecía hermosa en Manchete—, de carnaval, de fútbol, de playas, de selvas y pantanales vírgenes. El billete, concluí, voló internándose en el Brasil, mezclándose con el verde, perdiéndose en lugares inaccesibles. No me animaba a ir más allá de ese alambrado, de ese basto silencio, un silencio palpitante que no era el de lo cercenado y yerto... Poco a poco era acompañado por nuevas sombras, que surgían de la inmensidad, de la no existencia. Hurgaba a mi alrededor, pero sabía íntimamente que allí terminaba la búsqueda.
Sobre la calle proyectada, que daba al costado del comercio y de la casa, el camión, que minutos antes había visto andando por la carretera, hacía maniobras para estacionarse. Me encontraba en los fondos de la casa, tapado por arbustos y maizales, pero la escena, repetida día a día, se me representaba con todos los detalles: la maniobra con el acoplado, la marcha atrás y adelante, el escape alto que dejaba salir bocanadas de humo que percibía en las alturas. Todo era acentuado por los sonidos del motor afinado pero fatigado. Cuando finalmente los frenos de aire dejaron escapar su último suspiro de cansancio de miles de caminos, el silencio se adueñó otra vez del lugar por unos instantes; y hasta que no sentí que el chofer cerraba la puerta al mismo tiempo que saludaba a alguien, no perdí la concentración. Di un rodeo y llegué hasta el camión. Siempre me impresionaba verlos estacionados y recién llegados de andar cientos de quilómetros, parecían cansados con un jadeo apenas perceptible. Los recorría a lo largo y a lo ancho. Me acercaban al motor despidiendo aun calor, y las piezas volvían a su quietud emitiendo sonidos que solamente allí se escuchaban, sin confundirse. Adivinaba la carga: “éste está cargado de ananá, goaiabada, castañas de cajú, latas y más latas bajo la lona verde y polvorienta”. Jugaban los olores, los tamaños y las formas insinuadas en algunas partes en donde apretaba la soga. Las más fáciles de acertar eran cuando venían botellas de licores o bebidas colas y, la más difícil, cuando la carga en grandes cajones era de loza, telas, ropa o artículos de bazar, y solo el presentimiento, muy poca cosa para descubrir la verdad, o por algún detalle extra, lo vislumbraba.
Ya no le vería más. Al otro día muy temprano en la madrugada sería vaciado y partiría en busca de otros caminos, de otras cargas y destinos.
En plena madrugada el reloj cucu daba las tres. Fue cuando sentí movimientos afuera y el camión que se iba. Me pareció extraño esa salida, pero instantes después regresó. Esto me intrigó más. Sentí los frenos descargando su aire, cortando, por última vez, la quietud insondable de aquellos parajes. Me senté en la cama para oír mejor; después me levanté en medio de la penumbra de la habitación. Tendría que ir hasta el gran ventanal que daba a la calle proyectada, no sin antes recorrer el amplio estar.
“Si alguien me viese me mandaría dormir”. Pensaba. Tomé precauciones y salí. Miré a través de los visillos del ventanal. Un Scania naranja bajo la azulada luz de gas a mercurio. En el acoplado cajas bajo una lona verde, pero en el primer tramo, había una forma extraña, ocupando poco espacio y asegurado con lingas, que no lograba descifrar. De pronto voces, me encogí tras un sillón de alto respaldo. Entrando en mi campo visual veo llegar al Wagner muy animoso y risueño, hablando en portugués con el chofer. Se dispusieron a sacar la lona. Cuando empezaron a descorrer y volaron los soportes que camuflaban las formas, la incógnita se hizo realidad quedando al descubierto: Un ¡FUSCA!..., y quien había llegado, con sus monedas, al primer 0km. Modelo 60.
 Prudencio Hernández (Jr) (c) 1985
 (c) 1985


"La sociedad de la mentira" Eduardo Sanguinetti, Filósofo Rioplatense






Permanecer en este planeta significa vivir en un espacio de simulacro, compuesto de fragmentos absolutistas elaborados en "tienda de accesorios" de las corporaciones del poder. La importancia del simulacro, devenido en mentira, cual paleo-mito escindido, radica en los perjuicios que ocasiona en la comunidad toda. Sin ellos no importaría la contundencia, en el accionar de la mentira instalada en la existencia de las comunidades, que la han asimilado cual forma de vida, sin lugar para el planteo inicial de alguna verdad que anularía cual golpe constitutivo de discontinuidad en el accionar de esta mentira. El espacio de la política, hoy más que nunca, es el de la mentira sin lugar a dudas. Las mentiras de la política ya no dejan de tener contenidos inocultables que provocan una instancia paradójica en secretos develados, que todo ciudadano avezado no deja de conocer y deplorar, deviniendo en estos una sensación de impotencia e indignación producida por la violencia diferida del vector al que apunta la mentira: la necesidad de un sentido que no existe.
 En la Sociedad de la Mentira el intelectual debería tener un rol esencial, en su tarea irrenunciable de instalar la Voluntad de la Verdad; me resulta paradójicamente muy difícil definir a este mismo “intelectual”, con sentido de ser, portador de ideas y conductas a seguir por una población que se debate en un estado de inseguridad ante el simulacro como norma de vida. Comunidades huérfanas de un “tiempo sin tiempo”, donde el poder simulado en democracias “de la diferencia” abandonan a su suerte y a las consecuencias atroces de vivir sin justicia y bajo la mirada infame y farsesca de los medios de comunicación y el imperio de las redes sociales tejidas por esta población perdida en el imperio de Twitter y Facebook, con un futuro calculado de llegar a ser esclavos de un materialismo ilusorio, en un mundo donde el capitalismo impuso su criterio, en la gran mentira de la izquierda progresista y la derecha liberal. Creo que el método del intelectual relativizador del accionar criminal del poder, consiste también en calcular una justa irrupción de la verdad: “debe decir lo que se cree que no debe decirse”. Hoy, cuando me refiero a la figura del intelectual hablo de aquellos que, más allá de toda profesión, ejercen un discurso público y opinan sobre los grandes temas de un mundo que se debate entre la mentira y el poder de quienes la imponen e instalan. No puedo dejar de admitir que guardo un profundo respeto por los intelectuales, que a pesar de amenazas y peligros se pronuncian sobre los temas que esclavizan a la comunidad.
 En mi ensayo “El Pedestal Vacío” (1993, Ed. Catari) en lo que amplío mis certezas acerca del simulacro y la mentira, convoco a la vez los fantasmas, a los que se refirieron tantos notables intelectuales destructores de las evidencias simuladas que instaló el poder a lo largo de la historia, que hoy reaparecen por todas partes a modo de mentiras de ninguna verdad. El desarrollo de las tecnologías y las telecomunicaciones provoca la apertura a un espacio de una realidad fantasmal.
 No tengo dudas de que la tecnología de punta, en lugar de alejar fantasmas, abre el campo a una experiencia en la que la imagen no es ni visible ni invisible, ni perceptible ni imperceptible, simple y trágicamente un recuerdo escindido. No dejo de insistir en el affaire de los medios y de la transformación del espacio público a través del universo de las corporaciones económicas de los medios de comunicación y de la web, conformadas por máquinas de producción de fantasmas.
 No hay sociedad que se pueda comprender hoy sin entender esa condición fantasmagórica de los medios y su relación con los muertos, las víctimas, los desaparecidos que forman parte del imaginario social.
 El demonismo convierte a esta suerte de nihilismo y escepticismo en fe, y puede definirse como la mentira de ninguna verdad convertida en la verdad de ninguna mentira.

SEMBLANZA Por Oscar Bruno Cedrés JULIO CESAR TECHERA, alias el “Grasa”fallecido el pasado 9 de julio


                                             Escritor y periodista Oscar Bruno Cedrés

MURGUISTA, FUTBOLISTA, AMANTE DEL CICLISMO; DE OFICIO GOMERO
En su gomería, entre viejas cubiertas, clientes que esperan le emparche la rueda pinchada, el ruido que sale del compresor prendido, entrevistamos a Julio César Techera, conocido popularmente como “El Grasa”, murguista arraigado, futbolista que defendió casacas importantes de nuestro medio, un amante del ciclismo al que le dedico tiempo y trabajo, y de oficio gomero.
Allí en el medio de su actividad, nos fue contando su vida la que a grandes rasgos hoy en esta semblanza desarrollamos.
Nació en Rocha el 26 de agosto del 46, pero como su familia estaba radicada en El Caracol, allí se crió, entre las tareas diarias camperas.
Va por sus 50 aniversario como gomero, ya que con tan solo 18 años, en 1964 comienza a trabajar en la por entonces conocida y popular Gomería de Corbo, allí por la calle Ramírez casi Lucio Sanz y Sancho, hasta el 91.
Luego se instala por su cuenta con su gomería en la calle Florencio Sánchez, pasa a Monterroso cerca de donde está ahora; Monterroso casi Batlle y Ordoñez, hace ya más de 20 años.
Doce hijos, uno: Marcelo campeón del Este con la celeste de nuestro combinado y también campeón local con la albi verde del Lavalleja; otro: Ruben, el “Panza”, campeón de la Copa Ciudad de Rocha con el Artigas y también de Rocha con la blusa del Lavalleja de los 3 Barrios, y su nieto Alex vice campeón del interior categoría sub 18 con la celeste rochense, han sido sus descendientes futboleros,
Hincha en Rocha del decano River Plate, en Montevideo del también decano: Peñarol.
Como futbolista Techera, defendió al River en varias divisiones, como la segunda y también la primera, tiempos de Milton de la Torres, Niver Rodríguez, los hermanos Nievas, el “Telete” Muñoz, Ricardo Peyre, Peña, entre otros.
Lo hizo tanto de dos como de tres, allá por el 64 y 65, recordando un partido en el “Sobrero” frente al Palermo el que tenía como golero al recordado Wiston Lanusse, donde jugó como puntero izquierdo.
Luego defendió la casaca roja del Deportivo La Rural, con el “Toconoro”, el “Gato” Onandi, el “Buqueta” Quinteros, el “Jockey” García, entre otros jugadores.
También lo hizo con la camiseta del Deportivo Artigas, en temporada que ésta institución militar ascendiera al círculo superior, período que lo defendían al arco el “Brujo” Molina, Juan Ángel Vera, Castillos, Féola, Nelson Casco, Clodomiro Lugo.
Este multifacético rochense también estuvo vinculado al ciclismo, como corredor solo en las populares domingueras; como dirigente entre el 84 y el 90 y pico, fue Presidente y Vice por varios períodos del Club Ciclista Lavalleja, el que tenía la sede en el Bar del “Cabeza” Cristaldo, conocida hoy popularmente por “La Ratonera”.
En esas épocas defendían la albi verde ciclista Pedro Cardozo, Pedro Vázquez, Nelson Vázquez, Mario Valiero, Daniel y Darío Prudente, siendo compañeros de directiva y habiendo también ocupado la presidente de la institución el periodista y también ciclista William Dialutto, el “Cura” Acevedo y el popular “Gusano” Pedro Domínguez Pérez, gran jugador de nuestro fútbol.
Siempre vinculado a lo popular, a estar al lado del pueblo, Techera, incursiona por el carnaval, por la murga, como solista o integrando el coro, y lo hace en tiempos de grandes conjuntos, de también grandes personajes de ésta notoria e indudable fiesta del pueblo.
La primera fue La Nueva Ola, conjunto del Barrio Lavalleja, luego La Nueva Milonga que también salía de la misma zona; La Tropicana de vecino Barrio José Machado.
Araca La Cana, la tradicional, la de La Estiva, tiempos de ensayos en la sede del CADER y también en el “viejo Rancho” de la calle Sarandí, que fuera sede del Rampla; con un grande de la historia del carnaval rochense: MAGONCHO; con otro de los inolvidables como el “Pardo “ Silvera; con Ariel Pedraja, con los hermanos Sosa, más conocidos popularmente como “Los Marujo”.
Los Curtidores de Hongo; La Chapilandia; La Renovada,en todas con el recordado “Culebra” Rodríguez, gran letrista, gran murguero; siendo los lugares de concentración la sede del Deportivo Tabaré y El Bar El Nido, ambos en la Avda. 1º. de Agosto, ahí junto a otro recordado personaje de nuestros carnavales el “Tarta” Rosa.
Obtuvo varios primeros puestos con estas tradicionales murgas rochenses como Araca y Curtidores y con La Nueva Milonga, la de Los Tres Barrios un 3er. Puesto.
Hoy con casi setenta años, Julio César Techera, el notorio “Grasa”; sigue firme en su trabajo de “gomero”, llegando ya la medio siglo en ese viejo y tradicional oficio, y a él va nuestra semblanza del día de hoy y a la espera de poder levantar un “escocés” de primera para festejar ese aniversario.
Abril/14
Oscar Bruno Cedrés

sábado, 12 de julio de 2014

Los blancos en los comicios por Leopoldo Amondarain





Culminado el mundial para nosotros comienza una etapa activa de cosas más trascendentes como es el preámbulo de los comicios nacionales. Es sabida mi condición de blanco, razón por la cual comienzo por mi Partido. Se ha logrado un importante acuerdo de concordia partidaria con los matices razonables que todos los partidos del mundo tienen. Pero lo más gravitante es marcar las diferencias con los contrarios. En los últimos 10 años se ha querido transformar el país tratando de darlo vuelta en todos sus principios y perfiles que nos habían caracterizado. En grandes concepciones empecemos por la política internacional, aquello de “yanquis go home” que tanto caracterizó a la izquierda vernácula y el odio que se cultivó contra la U.S.A., por supuesto ayudada por su política imperialista con la cual nosotros también discrepamos, lo primero que hizo el Frente Amplio fue concurrir mano tendida al FMI, recuérdese la famosa foto en la entrada de sus jardines de Tabaré, Astori y el intendente Arana, sonrientes y felices a solicitar ayuda económica y política de “tan piadoso” organismo e imperio. No terminó allí donde fuera su comienzo, ningún nacionalista americano puede olvidar que al muy poco tiempo, la aceptación y envío de tropas del ejército oriental artiguista, por primera vez a la patria hermana de Haití. Una grosera y brutal intervención y violación de la soberanía de una inerme patria hermana. Se volvía a borrar con el codo lo que había escrito la mano durante tantos años. Tampoco olvidar los famosos bombardeos e invasiones criminales de la guerra del Golfo, ayudando a querer quitarles el petróleo a los árabes en beneficio del poder imperial yanqui, inglés, judío, francés, etc. Las intervenciones a Palestina, Irak y Afgania, eran una negación total y absoluta de las patrias débiles, nunca más el Frente podía seguir hablando en contra de los imperios, nos transformaron en vulgares alcahuetes de los poderosos y abusadores de los débiles. El único en el Uruguay que votó en contra de la intervención yanqui, judía e inglesa y demás imperiales, fue el Partido Blanco fiel a las concepciones de Oribe, su canciller Villademoros, Juan José de Herrera y Atanasio Aguirre, que quemaron en la plaza pública los infames tratados con Brasil. Todos los demás, encabezados por el Frente, apoyaron o se excusaron de votar en contra. En materia interna nunca se llegó a límites de tanta inseguridad como los actuales. La familia oriental, la gente seria, teme mandar sus hijos a la universidad y a los liceos, lo mismo que salir en horas nocturnas por las calles de Montevideo a riesgo de la propia vida. Crímenes, robos, violaciones y asaltos, la mayoría de los cuales todavía están sin resolverse. Hablan de los aspectos económicos logrados. No obstante, los vientos favorables que a nivel mundial soplaron inéditamente para la economía uruguaya, con sus productos, somos junto con Venezuela el país más caro y asolado por la angustia económica del pueblo necesitado. Memorícese la gestión brillante del ministro de economía Eduardo Azzini con sus reformas cambiaria y monetaria que fueran la base de la próspera economía uruguaya de la época y subsiguientes. Muy cierto que de aquellas épocas a las actuales han pasado 50 años, pero también es cierto que las comparaciones cuando son tan groseras sirven y son válidas. Los casinos son los mismos y la única vez que dieron pérdida (U$S15:000.000) en nuestro país y en el mundo fue en el gobierno frenteamplista. En su afán de transformaciones ajenas a nuestro sentir nacional, es imposible dejar de lado la legalización del repugnante crimen del aborto. Se atentó contra la vida misma del ser humano, del más desvalido, del más inocente. Se argumenta con respecto a sanciones de la minoridad o de delitos comunes en gente que ya tiene años de existencia y responsabilidades. Y se sacrifica desalmadamente la vida de otro ser humano inerme que ni quejarse, ni defenderse puede por estar en el vientre de su madre. Agréguese además el permanente ataque a la familia oriental subestimando o degradando el matrimonio ortodoxo, hombre y mujer, emparejándolo con uniones homosexuales. Macho con macho y hembra con hembra. Uniones sin reproducción de la especie como Dios manda. Estos grandes pincelazos, sin perjuicio de otros, redondean viejas y tradicionales ideas defendidas por el Partido Blanco. Fuimos nosotros y solamente nosotros los únicos que hemos compartido estos perfiles que construyeron la Patria. Es obvio que se quiere otra distinta: más materialista, sin duda más fría y descarnada de todo sentimiento espiritual. Cuando se ponga la balota en la urna, los que hemos defendido esos viejos principios artiguistas que van desde soberanía nacional hasta la defensa de la vida misma, como condenar el aborto, pondremos la cabeza en la almohada con la conciencia tranquila de haber entendido el humanismo cristiano como se debe. No deseamos cambios revolucionarios importados del exterior, solo pretendemos la hermandad de la Patria Oriental en concepciones artiguistas y nacionales.


Leopoldo Amondarain
C.I. 950.556-0
Tel: 099 626 573


viernes, 11 de julio de 2014

Mujica va a Buenos Aires para cenar con Putin y Cristina Fernández

Los presidentes de Uruguay, Bolivia y Venezuela fueron invitados por la presidenta Cristina Fernández a una cena en honor del presidente de Rusia



Los presidentes José Mujica, Evo Morales (Bolivia) y Nicolás Maduro (Venezuela), fueron invitados por la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a una cena que este sábado la mandataria ofrecerá en honor del presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, en el marco de su visita oficial al país, según informo la Cancillería del vecino país. 
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, realiza la primera gira por América Latina que lo llevará a tres países: Cuba, Argentina y Brasil. Su objetivo es impulsar la cooperación bilateral, según informó ayer el Kremlin en un comunicado. El viaje se concretará aprovechando su participación en la cumbre de los BRICS, grupo de países integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Este encuentro en Buenos Aires tiene lugar días antes de una reunión que ya está pactada entre el presidente Mujica y Putin. Semanas atrás, los gobiernos de Uruguay y Rusia empezaron a ajustar la agenda de temas a tratar entre ambos mandatarios. 
De acuerdo a fuentes del gobierno consultadas por El Observador, Rusia mostró interés por el puerto de aguas profundas, una mega obra para la que el equipo de Mujica viene buscando inversores internacionales. En tanto que Uruguay está interesado en la colaboración en obras de infraestructura, como el ferrocarril, y la venta de ganado.