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domingo, 13 de julio de 2014

"La sociedad de la mentira" Eduardo Sanguinetti, Filósofo Rioplatense






Permanecer en este planeta significa vivir en un espacio de simulacro, compuesto de fragmentos absolutistas elaborados en "tienda de accesorios" de las corporaciones del poder. La importancia del simulacro, devenido en mentira, cual paleo-mito escindido, radica en los perjuicios que ocasiona en la comunidad toda. Sin ellos no importaría la contundencia, en el accionar de la mentira instalada en la existencia de las comunidades, que la han asimilado cual forma de vida, sin lugar para el planteo inicial de alguna verdad que anularía cual golpe constitutivo de discontinuidad en el accionar de esta mentira. El espacio de la política, hoy más que nunca, es el de la mentira sin lugar a dudas. Las mentiras de la política ya no dejan de tener contenidos inocultables que provocan una instancia paradójica en secretos develados, que todo ciudadano avezado no deja de conocer y deplorar, deviniendo en estos una sensación de impotencia e indignación producida por la violencia diferida del vector al que apunta la mentira: la necesidad de un sentido que no existe.
 En la Sociedad de la Mentira el intelectual debería tener un rol esencial, en su tarea irrenunciable de instalar la Voluntad de la Verdad; me resulta paradójicamente muy difícil definir a este mismo “intelectual”, con sentido de ser, portador de ideas y conductas a seguir por una población que se debate en un estado de inseguridad ante el simulacro como norma de vida. Comunidades huérfanas de un “tiempo sin tiempo”, donde el poder simulado en democracias “de la diferencia” abandonan a su suerte y a las consecuencias atroces de vivir sin justicia y bajo la mirada infame y farsesca de los medios de comunicación y el imperio de las redes sociales tejidas por esta población perdida en el imperio de Twitter y Facebook, con un futuro calculado de llegar a ser esclavos de un materialismo ilusorio, en un mundo donde el capitalismo impuso su criterio, en la gran mentira de la izquierda progresista y la derecha liberal. Creo que el método del intelectual relativizador del accionar criminal del poder, consiste también en calcular una justa irrupción de la verdad: “debe decir lo que se cree que no debe decirse”. Hoy, cuando me refiero a la figura del intelectual hablo de aquellos que, más allá de toda profesión, ejercen un discurso público y opinan sobre los grandes temas de un mundo que se debate entre la mentira y el poder de quienes la imponen e instalan. No puedo dejar de admitir que guardo un profundo respeto por los intelectuales, que a pesar de amenazas y peligros se pronuncian sobre los temas que esclavizan a la comunidad.
 En mi ensayo “El Pedestal Vacío” (1993, Ed. Catari) en lo que amplío mis certezas acerca del simulacro y la mentira, convoco a la vez los fantasmas, a los que se refirieron tantos notables intelectuales destructores de las evidencias simuladas que instaló el poder a lo largo de la historia, que hoy reaparecen por todas partes a modo de mentiras de ninguna verdad. El desarrollo de las tecnologías y las telecomunicaciones provoca la apertura a un espacio de una realidad fantasmal.
 No tengo dudas de que la tecnología de punta, en lugar de alejar fantasmas, abre el campo a una experiencia en la que la imagen no es ni visible ni invisible, ni perceptible ni imperceptible, simple y trágicamente un recuerdo escindido. No dejo de insistir en el affaire de los medios y de la transformación del espacio público a través del universo de las corporaciones económicas de los medios de comunicación y de la web, conformadas por máquinas de producción de fantasmas.
 No hay sociedad que se pueda comprender hoy sin entender esa condición fantasmagórica de los medios y su relación con los muertos, las víctimas, los desaparecidos que forman parte del imaginario social.
 El demonismo convierte a esta suerte de nihilismo y escepticismo en fe, y puede definirse como la mentira de ninguna verdad convertida en la verdad de ninguna mentira.

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