Escritor y periodista Julio Dornel
“El crimen no paga”:
ya ni los refranes saben lo que dicen. El mundo gasta nada menos que
2.200 millones de
dólares por día, sí, por día, en la industria militar, industria
de la muerte, y día tras día la cifra sube y sube. Las guerras
necesitan armas, las armas necesitan guerras y las guerras y las
armas necesitan enemigos. No hay negocio más lucrativo que el
asesinato practicado en escala industrial. Su industria derivada, la
industria del miedo, consagrada a la fabricación de enemigos, es hoy
por hoy la principal fuente de ganancias de las empresas dedicadas al
entretenimiento y a la comunicación. En Hollywood ya no hay película
que no estalle, y sus guionistas agregan sustos al susto: por si
fuera poco el pánico terrestre, agregan las amenazas del terror
importado desde otros planetas. La industria militar necesita
producir miedo para justificar su existencia. Perverso circuito: el
mundo se convierte en un matadero que se convierte en un manicomio
que se convierte en un matadero que... Irak, país bombardeado,
ocupado, humillado, es la escuela del crimen más activa en nuestros
días. Sus invasores, que dicen ser libertadores, han montado allí
el más prolífico criadero de terroristas, que se alimentan de la
desesperanza y de la desesperación.
“Al que madruga, Dios lo ayuda” ¿Madrugan los jefes guerreros? ¿Madrugan los exitosos banqueros? En realidad, el refrán exhorta a levantarse tempranito a los humildes laburantes, y proviene de los tiempos en que trabajar rendía. Pero en el mundo actual, el trabajo vale menos que la basura. De los dos motores del sistema universal de poder, este sistema que se llamaba capitalismo allá en mi infancia, sólo funciona uno. El estímulo de la codicia desapareció, al menos para la mano de obra. Ya nadie tiene ni la más remota esperanza de hacerse rico trabajando. Ahora los dos motores son el miedo y el miedo: miedo a perder el empleo, miedo a no encontrar empleo, miedo al hambre, miedo al desamparo.
Los sindicatos defendían a los trabajadores, en tiempos que ahora parecen prehistóricos. Las empresas multinacionales más famosas, Wal-Mart y McDonald's, niegan sin el menor disimulo el derecho obrero a la agremiación y arrojan a la calle a quien cometa la osadía de intentarlo. A los organismos internacionales que velan por los derechos humanos, esta escandalosa violación no les mueve un pelo; y el ejemplo cunde. El ninguneo de los sindicatos, o su prohibición lisa y llana, empieza a ser
normal. El sindicalismo, fruto de dos siglos de luchas obreras, está en crisis en todo el mundo, como están en crisis todos los instrumentos de defensa colectiva y pacífica de la gente que vive de su trabajo, y que ahora, librado cada cual a su suerte, sobrevive obligada a aceptar, sí o sí, lo que los empleadores exigen: el doble de horas a cambio de la mitad del salario...
Los sindicatos, debilitados, perseguidos, poco pueden ayudar, y Dios tiene, al parecer, otras ocupaciones. El presidente Bush lo necesita noche y día: es misión divina su proyecto de conquista del planeta, y Dios guía sus pasos. ¿Cómo se comunican? ¿Por mail, por fax, por teléfono, por telepatía? Secreto de Estado.
“A las armas las carga el Diablo” Este refrán no se equivoca. Dios no puede ser tan jodido. Ha de ser el Diablo el que carga las armas, o al menos las armas de destrucción masiva, las verdaderas, las que Irak no tenía, las que están reventando al mundo: los bombardeos de mentiras de las fábricas de opinión pública; las armas químicas de la sociedad de consumo, que enloquecen el clima y pudren el aire; los gases venenosos de las fábricas del miedo, que nos obligan a aceptar lo inaceptable y convierten la indignidad en fatalidad del destino; la mortífera impunidad de los asesinos seriales elevados a la categoría de jefes de Estado; y las espadas de doble filo de las grandes potencias que multiplican, a la vez, la pobreza y los discursos contra la pobreza, y al mismo tiempo venden minas antipersonales y piernas ortopédicas y desde los cielos arrojan misiles y contratos de reconstrucción sobre los países que aniquilan.
“Al que madruga, Dios lo ayuda” ¿Madrugan los jefes guerreros? ¿Madrugan los exitosos banqueros? En realidad, el refrán exhorta a levantarse tempranito a los humildes laburantes, y proviene de los tiempos en que trabajar rendía. Pero en el mundo actual, el trabajo vale menos que la basura. De los dos motores del sistema universal de poder, este sistema que se llamaba capitalismo allá en mi infancia, sólo funciona uno. El estímulo de la codicia desapareció, al menos para la mano de obra. Ya nadie tiene ni la más remota esperanza de hacerse rico trabajando. Ahora los dos motores son el miedo y el miedo: miedo a perder el empleo, miedo a no encontrar empleo, miedo al hambre, miedo al desamparo.
Los sindicatos defendían a los trabajadores, en tiempos que ahora parecen prehistóricos. Las empresas multinacionales más famosas, Wal-Mart y McDonald's, niegan sin el menor disimulo el derecho obrero a la agremiación y arrojan a la calle a quien cometa la osadía de intentarlo. A los organismos internacionales que velan por los derechos humanos, esta escandalosa violación no les mueve un pelo; y el ejemplo cunde. El ninguneo de los sindicatos, o su prohibición lisa y llana, empieza a ser
normal. El sindicalismo, fruto de dos siglos de luchas obreras, está en crisis en todo el mundo, como están en crisis todos los instrumentos de defensa colectiva y pacífica de la gente que vive de su trabajo, y que ahora, librado cada cual a su suerte, sobrevive obligada a aceptar, sí o sí, lo que los empleadores exigen: el doble de horas a cambio de la mitad del salario...
Los sindicatos, debilitados, perseguidos, poco pueden ayudar, y Dios tiene, al parecer, otras ocupaciones. El presidente Bush lo necesita noche y día: es misión divina su proyecto de conquista del planeta, y Dios guía sus pasos. ¿Cómo se comunican? ¿Por mail, por fax, por teléfono, por telepatía? Secreto de Estado.
“A las armas las carga el Diablo” Este refrán no se equivoca. Dios no puede ser tan jodido. Ha de ser el Diablo el que carga las armas, o al menos las armas de destrucción masiva, las verdaderas, las que Irak no tenía, las que están reventando al mundo: los bombardeos de mentiras de las fábricas de opinión pública; las armas químicas de la sociedad de consumo, que enloquecen el clima y pudren el aire; los gases venenosos de las fábricas del miedo, que nos obligan a aceptar lo inaceptable y convierten la indignidad en fatalidad del destino; la mortífera impunidad de los asesinos seriales elevados a la categoría de jefes de Estado; y las espadas de doble filo de las grandes potencias que multiplican, a la vez, la pobreza y los discursos contra la pobreza, y al mismo tiempo venden minas antipersonales y piernas ortopédicas y desde los cielos arrojan misiles y contratos de reconstrucción sobre los países que aniquilan.