Además
de las opciones que “la muy fiel y reconquistadora” ofrece:
ómnibus (colectivo) y taxi, acá se suman un importante circuito de
bici sendas bien distribuidas y bicicletas públicas accesibles en
diversos puntos de la ciudad, y –especialmente- el subte. A esto se
agrega que las frecuencias de las líneas de ómnibus son más
seguidas, la abundante disponibilidad de taxis, y que el transporte
es más barato.
Podría
decirse que dada las diferentes escalas entre ambas ciudades resulta
lógico que Buenos Aires cuente con una oferta más importante de
transporte público. Debe tenerse en cuenta que es una ciudad donde
viven (vivimos) unas 2,5 millones de personas, y se estima que
diariamente ingresa y sale el doble de esa población.
Pero
tiendo a pensar que no es tan solo un tema de escala. Sin pretender
ofender a nadie, no me puedo imaginar a Montevideo recibiendo un
flujo diario del doble de su población, sin que su sistema de
transporte colapse totalmente. Al menos tal y como está ideado
actualmente.
¡Ojo!
No se trata de que en Buenos Aires sea una maravilla. Acá hay
embotellamientos, miles de personas que viajan como ganado en horas
pico, y cortes casi diarios de avenidas y calles. Hay que ser muy
aventurero (y tener bastante paciencia) para largarse a manejar por
Corrientes, la 9 de Julio, Córdoba, o Rivadavia a media tarde.
En
realidad, no conozco ciudad en el mundo de este tamaño y con esta
afluencia de gente que haya resuelto definitivamente el tema del
tránsito. Mucho menos en Latinoamérica.
Retomando
el tema de inicio…
Los
taxis porteños tienen dos ventajas
sobre los montevideanos:
la ausencia de mampara, que como cualquier persona que haya tomado un
taxi en Montevideo sabe, resulta bastante incómoda para el pasajero;
y la otra, que aún con los ajustes tarifarios y la inflación, sigue
siendo más barato moverse en taxi acá que allá.
De
todas formas, es el tipo de transporte en el que menos diferencias
existen.
En
los colectivos se me hace mucho más
nítida. Para comenzar, el costo es sensiblemente más barato que el
de tomarse un “bondi” en Montevideo. Frente a los 33 pesos que
cuesta allá, acá el costo máximo para ir de un extremo al otro de
la ciudad anda en los 7 pesos argentinos… calculando el tipo de
cambio al doble, son 14 pesos uruguayos.
Es cierto que el costo del transporte está parcialmente subsidiado,
pero creo que en Montevideo también lo estaba, o está.
Pero,
para mi gusto, la mayor diferencia está en la frecuencia de las
líneas. Me he tomado colectivos a la medianoche y de madrugada. La
vez que tuve que esperar más tiempo fueron 18 minutos. En
concreto: hasta ahora, nunca he sentido
la sensación de abandono y desasosiego que se puede experimentar al
esperar un ómnibus a las 3 de la mañana en Montevideo por más de
40 minutos… en plena Avenida 18 de
Julio.
Sin
embargo, lo que separa
definitivamente el transporte público entre ambas ciudades, es
el subte.
Una
vez superado el miedo pueblerino a usar este medio de transporte que
corre raudo bajo tierra (miedo generado por el temor a perderme),
primero quedé deslumbrado por lo barato -un peso más que el
colectivo- y la rapidez con que cubre grandes distancias. Ir bajo
tierra, sin tráfico, tiene sus ventajas.
Ahora,
aquel deslumbramiento inicial dejó lugar, luego de sufrir el calor
inclemente (que golpea como un puño húmedo) de las estaciones, y
las aglomeraciones de personas viajando apretadas como sardinas en
lata; al sereno reconocimiento que, con sus imperfecciones,
limitaciones, y aspectos mejorables, el subte es –por varios
cuerpos- el mejor y más cómodo medio de transporte para cubrir
distancias medianas y largas en la ciudad.
Pero
lo mejor de lo mejor, y lo que más disfruto del subte, es el wifi
público de las estaciones. Una verdadero “salvavidas” para los
yoruguas que seguimos teniendo celular con número de allá.
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