El
25 de agosto de
1825, los patriotas
orientales,
reunidos en asamblea
en la ciudad
de Florida (unos
100 kilómetros al
norte de Montevideo) decretaron
“írritos, nulos, disueltos y sin
ningún valor”
los lazos que
hasta
entonces mantenían
a la
por entonces Banda
Oriental –o
Provincia
Cisplatina,
como nos había
llamado
portugueses primero, y luego los brasileños-
sometida desde
aproximadamente
1820.
Si
bien la fecha
se presta a
la polémica,
debido a que en
su artículo 2º
los asambleístas,
en cumplimiento del ideario
artiguista,
declaraban
la unión de los
orientales a las
Provincias Unidas
del Río de la
Plata;
con el paso de
los años, el día
ha quedado
instituido como el “Día
de la
Declaratoria
de la
Independencia”,
del cual el
sábado pasado
se cumplieron 193 años.
Incluso,
más
recientemente (en los últimos 30-40 años)
conjuntamente con
el festejo por la
“independencia”,
se ha sumado otra fiesta, de invención
exclusivamente uruguaya: la Noche de la Nostalgia, que se celebra el
24 de agosto, previa del feriado del 25.
En
Buenos Aires, la tan cercana y parecida, la segunda ciudad uruguaya
del mundo por cantidad de compatriotas viviendo en ella, todos los
años la Embajada uruguaya organiza el festejo patrio con una
convocatoria multitudinaria a la colectividad, que se lleva a cabo en
la propia residencia del Embajador.
De
este modo, centenares de uruguayos residentes en la ciudad de Buenos
Aires, el conurbano, y localidades más lejanas como La Plata, se
juntan (nos juntamos) para celebrar la nostalgia agridulce de estar
tan cerca y a la vez tan lejos, y disfrutar del reencuentro con
nuestra música y costumbres. Es una fiesta donde “naides
es más que naides”, en la que el
Embajador se confunde en un abrazo emocionado con el portero de un
edificio del Once y conversa animadamente con un jubilado y una
comerciante. Una fiesta a la que todos los asistentes van vestidos
con sus mejores pilchas, engalanando con mansa sencillez el edificio
y el entorno, y en la que se canta el himno con una emoción para mi
desconocida cuando vivía al otro lado del río.
Es,
además, una fiesta de integración, porque además del himno
uruguayo, se entonan las estrofas del himno argentino, y en los
discursos diplomáticos se recuerda tanto la voluntad de unión
expresada, como los múltiples lazos históricos, culturales,
económicos y geográficos que nos unen y nos seguirán uniendo.
Este
año, el discurso de la Cónsul tuvo un tono especialmente
reivindicativo respecto a los uruguayos que integramos la diáspora,
en el sentido de que, estemos donde estemos, seguimos siendo
uruguayos, y como tales, miembros necesarios de la colectividad
política y espiritual que forma parte de lo que podría resumirse
como “Nación”.
También hubo una serie de merecidos homenaje a
compatriotas destacadísimos: el jockey Pablo Falero, el exjugador de
Independiente, Elbio Ricardo Pavoni, y a Cristina Zitarrosa, hermana
del gran Alfredo, y directora de Casa Zitarrosa, que este año está
cerrando sus actividades acá, porque se están volviendo a
Montevideo.
El
cierre fue a pura música, con murga (uruguaya), candombe y plena…
en resumen, una celebración 100% uruguaya, en pleno centro de Buenos
Aires.
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