Cuando un problema ya deja de ser simplemente advertido por especialistas en la temática y pasa a ser perceptible por absolutamente cualquier ser humano, se hace absolutamente innegable y seguramente ha alcanzado ya un nivel de gravedad muy alto.
¿Quién no se da cuenta de que el clima de nuestro planeta y los diversos eventos asociados están completamente por fuera de lo que unas décadas atrás considerábamos “normal”?. En el 2022 las temperaturas en varios puntos de Europa rompieron todos los récords. Para que no quedaran dudas, lo hicieron por partida doble. En el mes de julio, en el verano europeo, se dieron temperaturas sofocantemente cálidas, nunca antes registradas. Pero cinco meses después, en la primera quincena de diciembre, en los días previos a la llegada del invierno europeo, se volvieron a romper récords, pero esta vez por temperaturas gélidas. Para no ir lejos, vale recordar que hace pocos días, midiendo de la misma manera, en el mismo lugar y a la misma hora, en apenas 72 horas, en nuestra La Paloma, pasamos de registros de 39 grados de temperatura a 11 grados, en pleno febrero. Todo esto es consistente con el conocimiento científico, que indica que el calentamiento global, provocado fundamentalmente por la emisión por parte de las sociedades humanas de gases generadores de “efecto invernadero”, provoca un sostenido crecimiento de la temperatura media planetaria, al tiempo que por diversos complejos fenómenos de las dinámicas marinas y atmosféricas, aumentan la intensidad y frecuencia de los eventos extremos, en todas las direcciones posibles. Nuevamente, ejemplifiquemos con lo que vemos. Hoy estamos viviendo una sequía pavorosa. Unos años atrás vivimos inundaciones que aislaron muchos pueblos de nuestro país, que provocaron tragedias, y que dejaron imágenes impresionantes, como la del Estadio del Club Atenas de San Carlos completamente sumergido en el agua. Hoy uno no debe preguntarse qué año pasa algún fenómeno extremo (calor o frío, sobra o falta de agua, etc.) sino qué año puede considerarse “normal”. Las fotos sobre el deshielo en capas polares y pérdida de nieves eternas en cadenas montañosas etc son impactantes. El hielo que refleja algunas radiaciones solares, al desaparecer hace que más radiación solar impacte en el calentamiento del planeta, un perfecto círculo vicioso. Consecuencias de todo tipo son evidentes. Por ejemplo, la Ciencia registra un permanente aumento del nivel medio de los mares en el planeta, y recomienda, sobre todo, no intentar “ganarle tierra al mar”, ni imponer obstáculos a la circulación de las arenas costeras, etc. Bien, nuevamente, pensemos mucho más cerquita, en qué es lo que vemos los rochenses en nuestras costas. Un ejemplo bien personal: en enero, volví con mis hijas, ya adultas, después de una década de ausencia, a una parte de nuestra costa atlántica. Lugar donde jugué de niño, viví las andanzas propias a la adolescencia, jugué e hice marchar y correr hasta caer rendidas a mis dos hijas cuando eran pequeñas. Todo en medio de una ancha franja de playa, con una muy finita y blanca arena y hermosas dunas. Lo que nos encontramos ahora, es que esa hermosa playa prácticamente ha desaparecido. Que la fina y blanca arena había dejado espacio a arena dura y mojada, tras el “lavado” producido por un lado por un mar que está mucho más “alto” y, del otro lado, por una barrera de obstáculos a la circulación de la arena construidos por el hombre, que la dejaron “sin escape”. Uno podría seguir con una larga serie de evidencias de que el planeta se está volviendo cada vez más difícil de habitar, indicios que los podemos ver absolutamente todos y que son consistentes con las advertencias de la Ciencia: no se trata de que la Tierra vaya a desaparecer, pero si no hay cambios muy drásticos, sino no nos “despertamos” a tiempo, el planeta seguirá existiendo, pero no será habitable para la especie humana en menos de un siglo. Cabe preguntarse por qué hemos recorrido este camino tan autodestructivo como especie. La respuesta es que hemos manejado casi todos los recursos de la Tierra bajo la lógica de la economía de mercado, confiando en que “la mano invisible” que Adam Smith usaba como alegoría de la capacidad del mercado de generar equilibrios entre oferta y demanda, arreglaría todo. Lamentablemente, así como el mercado no cuida empleos, no distribuye riquezas, no evita hambrunas, sino que más bien destruye empleos, concentra riqueza y crea hambrunas, tampoco cuida equilibrios ambientales y tratar el agua, la tierra y hasta el oxígeno como mercancía ha sido el centro del problema.
La crisis ambiental no es una fatalidad: es la consecuencia de la acción depredadora de la muy visible mano del mercado. Nuestras opciones son muy reducidas: o paramos drásticamente la mano (nunca mejor dicho), abandonado las lógicas de mercado, o no dejaremos espacio para más de dos o tres generaciones. No podremos decir que el planeta no nos avisó, una y otra vez….
Gonzalo Perera es rochense, Doctor en Matemática desde 1994. Docente de la Universidad de la República, es Profesor Grado 5 desde el 2001. Se radicó en la sede Rocha del CURE en el 2013. Dirige actualmente el Departamento de Modelización Estadística de Datos e Inteligencia Artificial (MEDIA) del CURE. Columnista de opinión en diversos medios escritos y radiales.
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