En
abril de 1872, la Paz de Abril (poco imaginativo nombre para un
acuerdo de paz firmado en abril) marcó el final de la Revolución de
las Lanzas, y oficializó en un documento el pacto de coexistencia
que establecían entre sí colorados y blancos.
Visto
con la distancia que dan 145 años, podrá parecer una anécdota
menor, pero en la Historia política uruguaya tuvo un efecto práctico
y simbólico fundacional: a partir de ese momento, los dos bandos
pasaron a tomar la forma definitiva de partidos políticos,
reconociendo que aún en el caso de enfrentamientos armados, ninguna
parte tenía derecho a exterminar ni extirpar a la otra. En ese
tiempo aún permanecían frescos los recuerdos de la Defensa de
Paysandú y la Hecatombe de Quinteros.
Desde
entonces, si bien la política uruguaya no ha sido cómo su
geografía… el funcionamiento de todo el sistema político, ha
estado sólidamente asentado sobre este sencillo principio de
respeto, tolerancia y aceptación de la disidencia.
Esta
introducción viene a cuenta de las recientes elecciones argentinas,
que fueron un nuevo episodio dentro del contexto político de la
tristemente célebre “Grieta” (que algún dramaturgo en el futuro
seguramente titulará “La Grieta”, tengo dudas si será drama o
comedia) forma en que los medios, con mucho sentido del marketing,
han llamado a la polarización entre el Kirchnerismo liderado por la
ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y el actual gobierno
nacional encabezado por Mauricio Macri.
Está
bien. Es cierto que no se trata de un enfrentamiento armado entre
bandos que buscan aniquilarse. Un conflicto de ese tipo sería
anacrónico en pleno Siglo XXI, en una democracia que con sus logros,
miserias y tragedias, funciona razonablemente bien. Me hago cargo de
lo de “razonablemente” bien.
Sucede
que en
el contexto de una democracia moderna,
donde el pacto político básico es que las diferencias se dirimen en
las urnas (amén de otras formas de manifestación popular que puedan
existir) y en el debate público, la
aniquilación del “Otro” que
piensa distinto que “Yo”, pasa
por el ejercicio simbólico de
negar el reconocimiento y/o validez de la expresión de sus ideas,
opiniones y pensamientos.
En
la lógica retorcida de “La Grieta”,
lo que predomina es precisamente esa actitud: el
ninguneo sistemático, la caricaturización de brocha gorda y la
generalización reduccionista del “Otro”.
Es funcional a un escenario binario, de polarización exacerbada
entre dos alternativas políticas, el “kirchnerismo” y el
“macrismo”, en el cual cada uno busca la forma de aniquilar
discursiva y simbólicamente al otro; y de paso, en un acto que
envidiaría el mejor mago profesional, hacen desaparecer a las
terceras alternativas y voces políticas. Aquellas que se niegan a
entrar en el juego perverso del “si no están conmigo, están con
el enemigo”.
Si
el Kirchnerismo abonó y fue un poco el padre de este Frankenstein
político, especialmente a partir de las presidencias de Cristina, el
actual gobierno, que llegó con un discurso de cambio y renovación
en la forma de hacer política, rápidamente se dio cuenta que
electoralmente le rinde mucho más entrar en la dinámica
“grietista”. Del resto, se han encargado con empresarial afán,
la mayoría de los medios de comunicación masivos, desde los diarios
(Clarín, La Nación, Página 12) hasta la televisión, con su
nutrido staff de periodistas. Por supuesto, hay algunas honrosas
excepciones.
En
este contexto, el resultado de las elecciones legislativas del
domingo pasado admite dos lecturas contrapuestas: como continuidad o
ruptura de “La Grieta”.
En
el primer caso,
Cambiemos, la alianza oficialista, surge como el claro ganador de las
mismas, al haber obtenido poco más de 10 millones de votos en todo
el país, 2/5 del total, lo que le permitió aumentar su
representación legislativa… aunque sigue estando en minoría en el
Parlamento.
El
Kirchnerismo, que parecería ser el mayor derrotado, no obstante, se
presenta discursivamente como una fuerza “ganadora”: es el sector
de oposición más votado, con un lema que fue creado hace poco más
de 4 meses, y fue necesario que la gobernadora Vidal se pusiera la
campaña al hombro para revertir la tendencia que daba ganadora a CFK
por sobre Esteban Bullrich en la Provincia de Buenos Aires.
El
resto de la oposición (Massa, el peronismo, los socialistas, la
izquierda trotskista, etc), salvo excepciones puntuales, aparece como
perdiendo espacios y terrenos de competencia efectivos frente a las
dos fuerzas políticas mayoritarias.
En
el segundo caso,
puede interpretarse que pese a este escenario de alta polarización,
aun así las opciones políticas alternativas sumadas obtuvieron un
36% del total de votos emitidos. O sea, que casi 40 de cada 100
votantes lo hicieron por fuera de “La Grieta”. Dentro del
escenario político descrito, y con unas reglas de juego que
favorecen la polarización, que hayan alcanzado este resultado es un
guiño a la esperanza de poder superar esta etapa.
A
esto debe agregarse, además, los miles de argentinos que
seguramente, pese a haber votado al kirchnerismo o al oficialismo, no
están de acuerdo ni comparten el discurso y la lógica de
polarización, y desean que se termine este clima de crispación casi
permanente.
Y
por último, esta lectura permite visualizar que Cambiemos, pese al
aumento de su bancada legislativa, aún está lejos de contar con una
mayoría propia, por lo que –sí o sí- el Poder Ejecutivo está
obligado a negociar cualquier reforma que quiera llevar adelante;
mientras que el Kirchnerismo, que cae en representación
parlamentaria, no tiene la capacidad de erigirse en el portavoz
hegemónico de la oposición.
Restan
dos años aún para las elecciones presidenciales de 2019.
Parece poco, pero es mucho tiempo. Y aunque el actual gobierno
parezca, o crea, haber salido fortalecido, especialmente por
potenciales competidores debilitados (CFK, Massa, Randazzo); hay que
recordar que el Peronismo tiene una vocación de poder, y capacidad
de movilización, que explican gran parte de la Historia argentina
desde el 83’ en adelante. Seguramente desde el domingo de noche los
diversos peronismos estén en contacto, negociando y buscando la
estrategia (o estrategias) para reconfigurarse. A esto se suma la
actitud que pueda asumir el Frente de Izquierda, la izquierda
trotskista que en estas legislativas aumentó su caudal electoral y
su Bancada, y también que hará el Partido Socialista, que incluso
en Santa Fe, parece estar en horas bajas.