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Antes de
setiembre estaría arribando a Uruguay un centenar de niños sirios con
sus familias provenienentes del campamento de refugiados Zaatari, en
Jordania. De acuerdo a la oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Refugiados, los niños que llegarían forman parte de un
contingente de treinta mil refugiados, que deben ser ubicados […]
Antes
de setiembre estaría arribando a Uruguay un centenar de niños sirios
con sus familias provenienentes del campamento de refugiados Zaatari, en
Jordania. De acuerdo a la oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Refugiados, los niños que llegarían forman parte de un
contingente de treinta mil refugiados, que deben ser ubicados con
urgencia y para los que Acnur ha pedido el apoyo de la comunidad
mundial. Uruguay fue el primer país de la región que manifestó su
voluntad de recibir a estos niños, que se cuentan entre los más de dos
millones de personas desplazadas por la guerra civil que sacude ese país
hace ya tres años. Sólo resta ajustar detalles operativos para que
pueda concretarse la operación, en la que se involucró muy personalmente
el canciller Luis Almagro.
La decisión de refugiar a
aproximadamente cien niños desplazados por la guerra en Siria, guerra
promovida por grupos insurgentes apoyados por la OTAN y sus países
aliados en el región, constituye un gesto humilde, pero cargado de
significado en un mundo donde habitualmente priman el egoísmo y los
conflictos de intereses por sobre la cooperación y los sentimientos de
hermandad entre países y civilizaciones. Resulta triste que, en el marco
de la campaña electoral local, algunos actores políticos de liderazgo
caduco ataquen con mezquindad esta idea y la de acoger a personas que
actualmente están presas de forma vergonzosa e ilegal en Guantánamo,
oponiendo a estos proyectos generosos y nobles los problemas no
resueltos que tiene Uruguay, como si atender las situaciones de nuestros
niños o nuestros pobres fuera incompatible con acompañar iniciativas
solidarias para ayudar a personas que la están pasando muy mal en otros
países del mundo.
En breve llegarán estos
niños y sus familias, y estoy seguro de que la enorme mayoría de los
uruguayos estará pronto para recibirlos con los brazos abiertos y el
corazón dispuesto, para quererlos, para cuidarlos, para protegerlos.
Ellos podrán crecer acá y tal vez algún día regresar a su patria, de
donde debieron irse por la guerra. Seguramente, si esas cosas suceden,
si un día llegan a nuestro país y un día pueden retornar a su lugar de
origen en alguna de las milenarias ciudades sirias, lleven junto con su
equipaje nuestros emblemas, un termo, un mate, la foto de Pepe o la
bandera de alguno de nuestros equipos de fútbol. Seguramente se lleven a
Uruguay en el corazón, porque cuando no tenían adónde ir, cuando su
patria era sacudida por la artillería de guerra, en este rincón tan
alejado de su mundo tuvieron techo, comida, una cama donde dormir y
gente que les hablara con amor y respeto.