Un
largo camino recorrido tuvo este animalito de la raza canina, desde
pequeño acompañó a mi familia hasta su muerte, ya muy viejito, que
apenas podía caminar.
Con
su pelaje blanco amarillento, pues era una cruza con ovejero alemán
y vaya a saber con qué otra herencia familiar de
primera había en sus genes.
Desde
muy cachorro se destacó por su inteligencia y el deber de perro
guardián, cuidaba la propiedad y a nosotros, principalmente cuando
éramos pequeños.
Era
infranqueable la entrada a la casa, si no tenía la venia de sus
dueños, inofensivo si tenías el pasa conducto, pero insobornable si
nadie le ordenaba lo contrario.
Recuerdo,
un día mi padre, Zenón Félix Suárez Rodríguez, había
desensillado el caballo y suelto al potrero en casa de su cuñado, el
hermano de mi madre, mi tío Fermín Casielles Anza, allí en “Las
Toscas” de Pueyrredón, y se había ido a hacer unas diligencias en
auto a otro lugar, y como les relato, el recado se depositó al lado
del galpón del establecimiento y Mariscal que había ido con él
quedó allí sin que nadie lo mandara, al cuidado, echado al lado del
mismo. Mi tío para probar su valor, contó luego a mi padre, traté
de sacar algo del recado, ¿cuándo lo pude hacer?, el perro con un
ladrido suave, los pelos parados del lomo y mostraba sus blancos
colmillos, nada pudo hacer, pero si pasaba al lado sin intención
alguna, no había problema, el perro palpitaba cada intención, a él
lo conocía bien.
Otro
día, otra historia, mi padre cada tanto, iba a “Las Chilcas”,
estancia de Don Tomás Matienzo, dueño de la farmacia “El León”
en Dolores, que arrendaba en esa época, en donde estaba el padre, mi
abuelo Adolfo, quien dirigía el establecimiento, y
otros de mis tíos Suárez. Entonces se habían puesto en la manga de
ganado mayor a trabajar con la manada y seleccionando algunos potros
para amansar, cuando terminan, mi padre ensilla su caballo, pero le
había sacado la carona para usar ese recado con los potros, y se
olvida, pues la había dejado bajo el pasadizo de la manga donde se
va y viene en mayor altura cuando se trabaja, los gauchos me
entienden, que yo también la he caminado, pero traveseando en esa
misma manga, y allí la olvidó y se fue para el puesto unos doce
kilómetros más o menos de la estancia grande rumbeando hacia el
Sur, campo que perteneció al de “Tanche”.
Al
otro día mi madre le dice que el perro Mariscal no ha vuelto, seguro
que algo se te ha olvidado o perdiste y el pobre perro te lo está
cuidando. Entonces mi padre se da cuenta que no había puesto la
carona a su recado, seguro era la causa de la falta del perro. Se va
a la estancia luego de recorrer los potreros y se llega hasta allí,
nadie vio el perro, ni con los otros perros, entonces rumbea hacia la
manga y allí lo recibe muy alegre moviendo la cola el pobre
Mariscal, como diciendo aquí está la carona señor olvido. Contento
vuelve a casa con el deber cumplido.
Una
y otras cuantas historias les podría relatar, pero esta que quiero
contarles es bastante especial, pero seguro que no única. Este
maravilloso animal, fue guía cuando yo aprendía a dar mis primeros
pasos, colocaba la mano sobre su lomo y él se movía despacito con
mi personita a la par, me cuentan, más que todo, pero sí recuerdo
de mis otros hermanos, más, el más chico, con el que hacía lo
mismo y jamás nos mordió, ni tuvo rezongo alguno con nosotros,
nunca tuvimos un perro como ese, tan guardián. Recuerdo, que cuando
llegaba gente, más si eran desconocidos, de la tranquerita de
entrada, no pasaban, no los atacaba, pero les advertía mostrando sus
hermosos y grandes colmillos, que ese era el límite, hasta que
vinieran los dueños, ¡que perro! No lo tuvimos mejor, hasta hoy;
merece recordarlo.
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