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sábado, 23 de abril de 2016

La falsa medida frenteamplista. Mauro Mego





Hay algo nefasto. Diría que hay dos cosas terribles para la izquierda uruguaya: El izquierdómetro y el frenteamplistómetro. Ambos elementos, está claro, no tienen entidad física, pero si discursiva, política. Aun así causan un daño tremendo.
Ambos se usan en distintos sitios. Se usan hacia el seno de organizaciones políticas, se plasman a veces a través de medios de comunicación, se manifiestan en las redes sociales, y hasta en diálogos lisos y llanos, cara a cara. Han servido para todo, para objetivos razonables y para otros disparatados. Pero, ¿Dónde radica el drama de este asunto? Creo que estos elementos vulneran, en primer lugar, al sentido frenteamplista (al genuino, no el que “yo creo” que es) y en segundo orden integran una categoría alejada de la realidad uruguaya (la de todos los días, la de la calle, no la de los micro-universos políticos). Vulnerar ambas cosas corre el riesgo de  socavar las bases de un proyecto político que debe obligatoriamente leer la realidad lo más cerca posible.
Cuando algunos dirigentes, personalidades, militantes o simples ciudadanos categorizan, etiquetan, encajonan, empiezan a desarticular y erosionar la unidad de la izquierda uruguaya, aun cuando se intente barnizar con un aparente interés por preservarla. El Frente Amplio fue en 1971 una alianza de diversos sectores progresistas de la sociedad, pero que no nació para cerrarse en eso. Continuaron a lo largo de los años incorporándose otras visiones, otros orientales, provenientes de distintas culturas políticas, ya sea desde una tradición de izquierda como desde los mismos partidos fundacionales. Soy un férreo opositor a esa idea de que existen “puros” e “impuros” frenteamplistas. Considero que la idea se refleja en la praxis  más que en el discurso o en los antecedentes, aquello de que “las credenciales se renuevan todos los días”. Creo que el Frente Amplio, excesivamente sectorizado pero por otras razones, es la representación más plural de dos cosas: el “progresismo” uruguayo (cada vez con menos lugar en otros Partidos) y de la propia sociedad uruguaya. Cuando se intenta decir que el problema del Frente Amplio son los “recién llegados” o los que “no son originarios” de aquel romántico 1971 se comete un grave error. Desconoce la estrategia de amplia acumulación que nos llevó al Gobierno en 2004 (Encuentro Progresista, Nueva Mayoría), desacredita compañeros y compañeras, así como sectores políticos enteros: se recrudece el fratricidio. Lo mismo sucede cuando se traza una distinción entre aparentes “contaminados” o “moderados” y los “revolucionarios”, “sólidos ideológicamente”. Es bien sabido que en el Frente Amplio coexisten todas las visiones, pero existen todas con vigencia-sí y solo sí- se estructura la resultancia, la síntesis que es el FA, que no es la preeminencia de ninguna visión particular sino la traza de acuerdos que sostienen su propia existencia viva. No es posible subrayar que las complicaciones del Gobierno, o de la propia fuerza política radican en un sector o en uno o dos compañeros. Eso es reducir una realidad en la que sobran ejemplos para desarmar esa hipótesis.
Así como existen visiones que se regodean en cuestionar sectores o compañeros por su “derechización”, casi siempre desde un perfil revolucionario posmoderno aparentemente incontaminado e híper-izquierdista, lo mismo sucede con aquellas visiones que con el mismo lente de juez implacable fustigan duramente a otros campos de la izquierda por tildarlos de “desprolijos”, “fuera de época”, “utópicos”, y con ello resuelven a quién echar culpa de todos los males tanto del Gobierno como de la fuerza política. Esto deja entrever, entre otras cosas, que siempre existen quienes encienden estas visiones por considerarse dueños absolutos de una interpretación histórica, así como sentirse dignos de un supuesto “frenteamplismo original”, de buen pedigrí.  Esto produce un daño incalculable. Lo dañan tanto los que se sitúan como la vanguardia salvacionista de la izquierda como quienes se sitúan en la única forma posible y exitosa de hacer las cosas. Cualquiera de los dos caminos es  injusto, malintencionado, o simplemente equivocado. Creo que muchas veces nos falta-aunque pretendamos hacer gala de lo contrario-ser más frenteamplistas. Lo digo incluso desde el lugar que me toca, perteneciendo a una organización política concreta del FA. Nos falta reconocer el proceso amplio y generoso que ha sido el FA desde sus inicios, que tuvo en hombres y mujeres provenientes de todas las tiendas,  mártires del proyecto político que ayudaron a parir. Nos falta ser humildes para entender que nadie conserva la gema identitaria del FA sino que esa se cultiva todos los días con acciones, se pertenezca al sector que se pertenezca. Se olvida la identidad uruguaya, sus sentires y sus demandas, se usan categorías de otras tierras, experiencias de dudosa aplicabilidad para este país, se olvidan las particularidades de nuestro trayecto histórico. Es hora de imaginar un futuro con una cantidad de militantes híper-ideológicos pero lejos del sentir popular uruguayo, de la agenda de la gente. Esa sordera intelectual es un pecado mortal para quienes pretendemos hacer cosas concretas que mejoren la vida de la gente, y sobre todo de los más humildes. Podemos imaginar también un futuro tecnocrático y ascético, en donde de tanta “prolijidad” no cambiemos nada o terminemos “en el mismo lodo, todos manoseaos”. Por una u otra vía, ambos son dramas terribles para la izquierda.
Apaguemos el izquierdómetro y el frenteamplistómetro. Demos paso a la charla, a la tolerancia, a la convivencia democrática, a la generosidad de abrirnos a la amplitud y diversidad que somos, dejemos las formas de disfraz de la soberbia. Nuestro Frente Amplio no es propiedad de nadie ni de nada y a la vez es de todos. Ya sea desde un lado u otro de los acusadores, lo central es armar todos los días eso que es el Frente Amplio del Uruguay, que por suerte no tiene igual en el Mundo.

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