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martes, 9 de agosto de 2016

HORACIO ARREDONDO. “ESTE LIBRO ES PARA TI”. Por Julio Dornel.




Nada podrá compararse con los atractivos naturales que integran el complejo de la histórica Fortaleza de Santa Teresa.
Entre las playas atlánticas y los jardines, un parque cargado de historia que se ha convertido en un notable centro de interés turístico. Resulta imposible realizar una descripción ordenada de todas las bellezas que integran el patrimonio del parque.
Este baluarte fue durante muchos años una vigorosa concepción militar de la dominación ibérica. Ubicada en la zona lacustre del noroeste sobre el atlántico, fue recuperada por el gobierno uruguayo cuando el abandono y el olvido parecían definitivos. Convertida en museo nacional, se embelleció en forma paralela el área circundante con un hermoso parque, lo que le confiere a la región los atractivos excepcionales de una naturaleza primitiva. Se han complementado en forma armoniosa, las bellezas naturales y las maravillas creadas por el hombre en eltranscurso de las primeras décadas del siglo pasado. Los puntos de mayor interés para los turistas están situados en la Fortaleza, el Parque, la Pajarera, el Chorro, la Administración, el invernáculo y el sombráculo. Es posible que los turistas que visitan anualmente el parque de Santa Teresa, o los viajeros que se desplazan por la ruta 9 hacia la frontera, no conozcan los detalles que llevaron a Don Horacio Arredondo a forjar este complejo turístico en torno a una fortaleza desolada. Por este motivo comenzamos la nota transcribiendo un comentario del libro NUESTROS PARQUES en oportunidad de ser don Horacio el presidente de la Comisión Honoraria Administradora: “El origen de la idea de hacer un parque en torno a la colonial fortaleza de Santa Teresa, fue tan natural como sencillo.
Cuando al correr del año 1917 llegué al lugar en automóvil después de tres días de viaje desde Montevideo, circulando por caminos imposibles, recuerdo aún ahora que el ferrocarril sólo llegaba a la Sierra, junto a La Barra del Solís Grande y la carretera al poblado de Mosquitos, hoy Francisco Soca, en jurisdicción de Canelones. De la Angostura hasta el mas precario poblado de Gervasio – hoy Coronilla- los campos estaban sin alambrado en su mayoría y a esa situación de campo abierto lo justificaba la aridez de la zona, plena de arena depositada por siglos, por los vientos procedentes del océano sobre un subsuelo más ingrato aún de arcilla impermeable al agua. Y es así que se me presentó a la vista, en medio de este panorama desolado, la pétrea silueta de la construcción militar, con sus muros de sillería en perfecto estado, salvo detalles sin importancia mayor, con las construcciones interiores en partes destruidas o desaparecidas, con sus dos entradas sin portones, su plaza de armas plena de arbustos nativos, a cuyo amparo y el de los merlones y espaldones de sus cinco baluartes, el ganado por las noches, espontánea y prudentemente, se recogía poniéndose al precario resguardo de los vientos y de las lluvias, que hoy como antes azotaban la región de vez en cuándo. Este cuadro sombrío impresionaba y hablaba de manera elocuente del abandono de los hombres hacia esa reliquia histórica y arqueológica y más desoladora impresión se recibía al constatar que la vasta extensión de arena voladora que sin solución de continuidad se extendía al noreste, este y sur, llegaba hasta los muros.” De esta manera finaliza el propio Arredondo su comentario periodístico: “Y a la vista de este espectáculo desolador, es que se me ocurrió la triple idea de escribir su historia, de reconstruirla y de efectuar la consolidación de los médanos, fijándolos con plantaciones forestales apropiadas. Y lo logré, al principio solo con mi ahincada propensión a las realizaciones cuanto más difíciles más firmemente sostenidas y luego con la colaboración de tres compatriotas eminentes- Baltasar Brun, Alejandro Gallinal y Alfredo Baldomir- que me apoyaron sin limitaciones de clase alguna, contrastando con la actitud de otros, desde luego en jerarquía moral y de las otras totalmente inferiores. Y es así que comparto con ellos la inmensa satisfacción de haber entregado a la patria una obra integralmente realizada.”
Arredondo: "Este Libro es para ti"
En el transcurso de los siglos suelen aparecer hombres singulares que por distintas razones, embellecen con obras y realizaciones distintos lugares de la tierra. La preocupación y la dedicación de don Horacio Arredondo por la creación de esta obra que integran los parques nacionales de Santa Teresa y San Miguel y la restauración de los fuertes, merece un sitio destacado en la historia del Uruguay. Al margen de la obra mencionada y a la cual dedicó la mayor parte de su vida, enalteció al país con sus virtudes cívicas y su cultura superior. El empeño y la visión de este hombre excepcional hicieron posible esta realidad que realza permanentemente el nivel turístico de este departamento.
Ha sido Miguel Martínez en su prologo de SANTA TERESA DE ROCHA quien ha definido mejor la personalidad del forjador de esta obra maravillosa, como una ofrenda de gratitud a cambio de tanto beneficio recibido: “Tú y esta tierra huraña de santa Teresa están definitivamente consustanciados.
No es posible mirar estos paisajes sin que lo más acendrado de tu alma se traduzca en las piedras del Fuerte, en los bañados y en las dunas que lo circundan.
Hace 20 años que cruzaste por primera vez la Angostura, en una jornada penosa desde San Carlos a la Fortaleza. Fue tu primer viaje y fue también tu primera angustia. Las depredaciones habían dejado su huella brutal en la severa reliquia histórica, olvidada por los hombres civilizados. Del grave portal de entrada solo quedaban los fuertes goznes herrumbrosos; los sólidos bastiones y los sillares labrados que se abrían en anchas y profundas grietas por donde se estiraban los fuertes brazos de los árboles silvestres. Dentro del Fuerte, entre la espina de la cruz se recogía de noche el ganado chúcaro y la dunas en continuado avance envolvente, subían ya por los flancos del cerro en cuya mayor elevación se asienta el gran pentágono de piedra. Era una cosa perdida y olvidada esta Fortaleza, cuando tendiste el arco de tu voluntad sobre sus muros para arrebatarla de la mutilación. Sin embargo no limitaste tu esfuerzo a la restauración de la Fortaleza. Sentiste otra inquietud. Quisiste que sobre esta tierra áspera, encerrada entre el mar y los bañados se levantase también cerca de la monumental obra de piedra, el verde fresco de las plantaciones. Y levantaste más de un millón de árboles. Nadie podrá medir con exactitud tu esfuerzo en los diseños preliminares de este inmenso parque en formación. Nadie logrará abarcar la síntesis de tus grandes entusiasmos y también de tus grandes dolores en el ajuste de esta obra exclusivamente tuya, cuya imponente belleza definitiva no alcanzarán a ver tus pupilas, porque la vida humana corre más a prisa que este lento crecer del vegetal sobre arenas ya fertilizadas y fijas.”
Hace 70 años: La muerte del Cedro
En uno de los capítulos del libro Miguel Martínez relata magistralmente una caminata realizada con Horacio Arredondo el 10 de Julio del año 1935: “Habíamos salido temprano de la Fortaleza, para recorrer aquél barrancal por cuyas piedras corren las aguas entre los débiles troncos de los aromos plantados por ti. Andábamos a pié y aspirábamos la fragancia penetrante de la flor de las acacias. Tú examinabas el conjunto de árboles, te inclinabas sobre un tallo, sobre otro; parecía que te obstinabas en penetrar en la secreta vida de las raíces y me revelabas en forma bien perceptible, cómo esa masa arbórea incipiente daría con el correr de los años, realce y vida al barranco y como aquél techo de tierra baldío entre la arboleda, se convertiría formado ya el monte, en un arco de luz al mar cercano y al cielo distante. Pero de pronto, mientras avanzabas despacio, enmudeciste y detuviste el paso frente al despojo de un cedro muerto. Miré el pequeño árbol muerto y luego volví los ojos hacia ti. Apenas musitaste… y no me dijeron nada. Fue más bien un balbuceo. Y permaneciste allí junto a las ramas color de sepia de aquel cedro muerto, con el dolor concentrado y silencioso de una despedida definitiva. Estos árboles son tu posesión y tu cárcel. Tu vida está concentrada en estas limitaciones verdes. Nunca más podrás salir de sus lindes, porque los demás horizontes del mundo no tienen sentido cabal para ti. Yo se que quisieras abrigar la certidumbre anticipada de reposar para siempre, llegada la hora, junto a estos árboles queridos. ¡Y que bien reposarías Horacio Arredondo al pié de una acacia florida.”

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