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martes, 9 de septiembre de 2014

MITOS Y LEYENDAS DE LA FRONTERA. Por Julio Dornel.

                                                  Escritor y periodista Julio Dornel



En las grandes ciudades o pequeños pueblos del interior es fácil encontrar personajes populares con alguna característica llamativa. Están en primer término los chismosos que suelen “sacarle el cuero”  a todos los vecinos, inventando historias para desprestigiarlos ante la población. Estos pintorescos  personajes son conocidos por toda la ciudadanía y logran quedarse definitivamente en la memoria de la gente que va trasmitiendo de generación en generación sus anécdotas.
También los carnavales de antes dejaron figuras inolvidables que se ganaron el aplauso popular en bailes y desfiles que se realizaban en la principal avenida. Es posible que las costumbres, el idioma y esa mezcla tan especial de español, portugués, árabe, japonés e italiano le haya otorgado a esta frontera una manera muy particular para distinguirla  del resto del departamento y quizás del país.
También la manera de vivir, incluyendo la enseñanza y el trabajo con un “yeitiño”  muy arraigado entre los habitantes haya creado siempre abundante material para quienes han dedicado muchos años a estudiar el “folklore” fronterizo. Debemos señalar además que en algunas oportunidades el hombre de esta región ha dejado de lado la razón para abrazarse  a otras creencias,  y mezclar elevadas cuotas de fantasía y  superstición. Estas historias con sus relatos más o menos creíbles  se fueron trasmitiendo a través de varias generaciones y con el paso de los años se fueron incorporando a la vida lugareña. Todo comenzó allá por 1900 cuando se fueron afincando los primeros vecinos de la comarca (CHUY- CHUI ) que por ser muy pocos estaban vinculados  por costumbres y parentescos formando de esa manera el núcleo poblado con sus primeros rancheríos.
Viejos pobladores recuerdan todavía historias y leyendas que les fueron trasmitidas por padres y abuelos sobre todo las que estaban relacionadas por las libras esterlinas que tanto fascinaban  a las generaciones pasadas. Nada llamativo porque esta moneda (libra)  circulaba en forma corriente por estos pagos.


La realidad de esta situación se ha demostrado en varias oportunidades al realizarse excavaciones que terminaron con hallazgos importantes. Los lugares preferidos para estos depósitos  a “plazo fijo”  variaban de acuerdo al sentido común del depositante y podían enterrase bajo el ombú, junto a un tacurú, en el jardín o simplemente bajo el colchón.
En otro orden, también se comentaba que  el famoso Negrito del Pastoreo, realmente existió y por aquellos años, cuando  se perdía algo bastaba que se arrojara al campo un pedazo de “tabaco en cuerda” y todo aparecía de inmediato. En aquellos años se tejían  leyendas que todavía perduran y que por lo general tenían su origen  en las ruedas de fogón tras largas madrugadas en los galpones de las estancias. De esta manera entre mate y churrasco los gauchos iban tejiendo todo tipo de fantasía  que luego más o menos arreglada de acuerdo a la situación y al destinatario, circulaba por el pago con visos de realidad. Es posible que en estas reuniones fueran surgiendo las historias de los “lobisones de los viernes” por la noche. Lo que tampoco falta en aquellos años eran las casas y taperas asombradas o el ombú iluminado porque bajo su sombra se  habrían enterrado algunas ollas con libras esterlinas. Venían luego los ruidos de cadenas que se arrastraban por los galpones, las luces “malas” y los cánticos lejanos cuya procedencia nunca se pudo establecer.
Nuestros antepasados nunca pudieron penetrar en el misterio de las apariciones que en forma reiterada acompañaban  al gaucho solitario durante la noche. Existen testimonios y publicaciones que han recogido estas leyendas atestiguando  haber conocido algunos protagonistas de estas apariciones. En territorio brasileño se multiplican estas historias y existen cavernas donde se pueden  escuchar gritos y lamentos donde los creyentes suelen concurrir a prender velas y solicitar curas de algunas enfermedades  y deseos de bienestar. Cuenta la historia que durante la guerra de los Farrapos allá por 1840 un caudillo de primera línea, el General Bentos Manuel Riveiro, era asiduo concurrente a una “salamanca” para que la suerte le favoreciera  en los combates y salvara su vida. Cierto o no, es evidente que estas leyendas quedaron vivas en la memoria de nuestros abuelos, que recogidas por las nuevas generaciones continúan  alimentando la imaginación popular.

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