El verano cambió. No este verano con respecto al anterior sino comparado con varios más atrás.
Recuerdo de adolescente que planificar vacaciones, esos quince días soñados, era una aventura familiar. Desplegar mapas arriba de una mesa después de almorzar, o sacar pasajes con bastante antelación , escuchar comentarios de amigos que aconsejaban tal o cual ruta o dónde alojarse, verificar el estado del auto, hasta del sapito que echa agua al parabrisas, "por las dudas"
Era un desafío buscar un destino nuevo. Calcular si habría que llevar conservas o bronceador, no sea cosa que "allá" no hubiese.
Y se enteraba todo el barrio. No por Facebook. Sino porque se salía a las 5 de la mañana para aprovechar la fresca. Y el auto hacía mucho ruido en medio de aquellas silenciosas noches.
El verano cambió. Leer Gente o Siete Días era LA lectura de playa. Quién sale con quién, quién se animó a un audaz topless, qué se usa y que ¡ni loca!, y que político era fotografiado sorpresivamente en malla.
La gente estaba llena de adrenalina por sus vacaciones. Sacar fotos y hacer cola esperando el revelado en el día nos garantizaba volver a casa con testimonios concretos de haberla pasado bien.
Pero el verano cambió. Las redes sociales aquí también aportaron lo suyo. Las redes y los medios, a fuer de ser sinceros. Antes éramos más inocentes
Y no estaba mal. Creíamos cosas con menos condicionamientos. Si la tele lo decía, debería ser así. Palabra sagrada. Y la vida continuaba. Saltando sobre una ola o comiendo mariscos en el puerto. Habría chanchullos como siempre y en todos lados los hubo, pero eran bastante ajenos como para perjudicar aquellos gloriosos días de sol y playa. ¿Será verdad aquel axioma reflejado hasta por Homero Simpson, que "el conocimiento nos trae la infelicidad"?
Ahora estamos todos pegados al mismo teléfono como con el cual yo estoy escribiendo esto, (y sorprendido también de sus versátiles aplicaciones) Así todos estamos al tanto de todo. Y de mucho más también. Querramos o no. Ya sabemos de la vida de mucha gente con la cual no convivimos y ni quizás conozcamos. Sufrimos por cosas que no van a cambiarnos nada o que no podremos hacer ni lo más mínimo por remediar. Conocemos detalles de historias que no nos interesarían en condiciones "normales" y encima no aportan nada. O sí. Agregan incertidumbres, sonrisas, penas, emociones, todas ajenas y que, sin ánimo de no ser egoísta, no nos suman, sino que nos alejan de nuestro verdadero y real mundo cotidiano.
Y así es que, en muchos casos, se percibe el veraneo como un trámite más. Una obligación a cumplirlo, por ley, para decir que uno estuvo aquí o allá, que hizo tal o cual cosa, para vivir acelerado pero en otro lado, generando envidias infundadas, consumiendo absurdos tiempos no propios en vez de ser auténticos con uno mismo.
Yo, en mis vacaciones no necesitaba pasarme de la medida de nada para estar alegre. Yo no necesitaba contarle a medio mundo donde nos habíamos ido. Yo era feliz con estar caminando por una peatonal "mirando la gente pasar", visitando un museo o charlando con lugareños. O volver con un colorcito a bronce que nos levantaba el ego hasta que nos empezáramos a pelar. Eso era desdicha.
Hoy día, ese trámite como decía antes, se ve reflejado en fotos de "parrilladas que me mandé", " lo chiquito de esa bikini", o "selfies con un tipo que conocí y seguramente nunca más vea en toda mi vida" y que le ha quitado parte de la esencia al verano, la de descansar, conocer otras vivencias, hacer turismo en serio, nutrir la mente y tanto más.
Y todo esto viene a cuento por lo que se ve en estos días en la costa: mucha gente como zombies comprando lo que sea en los free shops, caminando sin emoción por una rambla nada más y nada menos que bordeando el fantástico mar, o yendo rápido y furioso a cualquier lado sin disfrutar los paisajes que pasan a mil por el costado.
Ni murmullos se escuchan en las calles. No hay sorpresa en las personas frente a los puestos de la feria, cuando deberían mirar maravillados esos talentos escondidos.
Salir a cenar se convirtió apenas en la necesidad fisiológica de ingerir alimentos. Y listo. ¿charlas de sobremesa? Cada día menos.
Ya sabemos todo. Conocemos todo. No hay sorpresa.
No, perdón….hay cosas para sorprenderse, lo que no hay son ganas de sorprenderse.
Hay veces que lees en ciertas caras el deseo- inconfesable, obviamente- de volver a casa, al ámbito conocido y rutinario. Porque en definitiva, ya se han convencido varias veces, de que aquel encierro los hace felices.
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