Caras y Caretas
Cuando la crisis de
2002 estaba en su apogeo, Caras y Caretas dedicó dos tapas a un
asunto de la mayor gravedad que venía olfateando y sobre el que
tenía algunos elementos firmes. La primera se tituló “Halcones y
palomas”; la segunda, directamente, “La conspiración”. Además,
en los artículos de fondo se mencionaba a los conspiradores, Ramón
Díaz, Juan Carlos Protasi, Jorge Caumont, Ernesto Talvi, Ignacio de
Posadas, Conrado Hughes, el diario El Observador y los Peirano.
Denunciábamos que
un grupo de economistas neoliberales y empresarios se había
concertado en torno a la persona del doctor Ramón Díaz, y
enfrentando a las ‘palomas’ de Jorge Batlle, como Alejandro
Atchugarry, querían aprovechar el desastre nacional para cumplir su
eterno objetivo de privatizar las empresas y los bancos públicos,
golpeando puertas para que se diera un golpe de Estado que depusiera
al presidente constitucional.
No sabemos a cuántos
generales ni cuántos cuarteles visitaron, pero no fueron pocos,
según algunas referencias. Sabemos, positivamente, que golpearon la
puerta de Julio María Sanguinetti, que este los recibió (lo ha
dicho más de una vez) y que en algún momento le preguntó al
vicepresidente Luis Hierro López si estaba preparado para asumir la
presidencia de la República, a lo que el esforzado militante
batllista respondió: “Sí, señor”.
Todo lo que dijimos
entonces, que nadie de izquierda ni de derecha denunció, fue
confirmado más de dos años después por el actual director del
semanario Búsqueda, Claudio Paolillo, en su libro Con los días
contados (Colección Búsqueda, Editorial Fin de Siglo), publicado en
agosto de 2004. Dice Paolillo que un día de mayo de 2002,
“Sanguinetti le explicó [a Hierro López]: ‘lo que pasa es que
tal vez tengas que agarrar la Presidencia en algún momento’. ‘Ah,
¿me preguntabas por eso? Yo me siento bien, con fuerzas y con la
convicción de hacer las cosas que sean necesarias, si algo ocurre’,
comentó Hierro. Sanguinetti insistió: ‘Pero ¿estás seguro? Mirá
que tendrías que tomar medidas muy duras. Tendrías que cerrar
bancos, echar gente, etcétera’. Hierro repitió que él se sentía
firme, y que, si era por él, que no se preocupara”. Paolillo
agrega que lo mismo le preguntaron a Hierro por esos días, en el
Parlamento, senadores del Foro Batllista, y que volvió a hablar con
Sanguinetti, esta vez para preguntarle por qué se planteaba ese
tema.
“Sanguinetti se
allanó entonces a explicarle el motivo de su planteo. “Mirá, hay
un grupo de ciudadanos que sostiene que Batlle se tiene que ir de la
presidencia y que tiene que asumir Hierro porque, aunque no sabe de
economía, tiene el don de mando necesario como para estar al frente
de situaciones como esta. Ellos creen que Batlle (que se había
negado a los planteos del FMI [Fondo Monetario Internacional], como
bien recuerda Protasi en su carta a Búsqueda) carece de ese don, o
dicen que ya perdió esa facultad. Se están moviendo y alguno de
ellos incluso me lo han venido a plantear a mí”, le reveló.
Esto que Sanguinetti
y Hierro López manejaban no está previsto en la Constitución
(salvo en la instancia de juicio político y llamado a elecciones
anticipadas, que sí lo están, pero de eso nadie habló), se llama
golpe de Estado, y con un episodio de este tipo, contra el presidente
constitucional Manuel Oribe, nació el Partido Colorado en 1836.
Como el propio Jorge
gustaba decir, Luis Batlle Berres decía que un presidente (“y más
si es un Batlle) sale de la Casa de Gobierno el día que entrega el
poder o con los pies para adelante”.
Esta buena gente
hablaba de un golpe de Estado promovido, como se explica más
adelante en el libro de Paolillo. Sobre los conspiradores sostenía
que “tres o cuatro de ellos habían ocupado altos cargos en
gobiernos anteriores, y en ese momento, todos trabajaban en estrecho
contacto con el sector financiero […]”. Esas características les
calzan exactamente a los nombres que mencionó, en absoluta soledad,
Caras y Caretas.
Debo hacer la
salvedad de que a Claudio Paolillo no le creo casi nada, máxime si
lo escrito ensombrece la conducta de un ciudadano como Luis Hierro,
cuya honestidad intelectual y su probidad nunca había sido puesto en
tela de juicio. Si Luis Hierro lo negara, le creo a Luis Hierro.
Reconfirmando
Se acaba de editar
el libro Jorge Batlle. El profeta liberal, del licenciado en
Comunicación Bernardo Wolloch (Fin de Siglo, 275 páginas), que
vuelve a confirmar el gravísimo episodio. Comienza citando a
Paolillo y luego al propio Jorge Batlle: “Notorios economistas del
Uruguay dijeron que había que cambiar al presidente, como si eso
hubiera sido una solución. Siempre hay algún bobo ¿vio? pero no
importa. Los países no se hacen con esos bobos”, citado de El
Observador del 9 de julio de 2012.
Wolloch manifiesta
que le preguntó telefónicamente a Julio María Sanguinetti:
“¿Cuáles eran las propuestas concretas que tenían Ramón Díaz,
Jorge Caumont, Álvaro Diez de Medina y Juan Carlos Protasi cuando lo
visitaron con respecto a destituir a Jorge Batlle en mayo de 2002 –el
trabajo de Sherlock Holmes fue posterior a la entrevista cara a cara.
–De ese tema no
quiero hacer declaraciones, pero ya sabemos por dónde venía la mano
– dice Sanguinetti”.
Todos sabemos que
estos cuatro confirmados no son los únicos, ni mucho menos, que
estuvieron en la conspiración. En el mismo libro de Paolillo se
cuenta cómo un Jorge Batlle desesperado por la renuncia de Alberto
Bensión fue a ver a su casa (¡a su casa!) a Ernesto Talvi para que
aceptara el honor republicano de ser su ministro de Economía y
Finanzas, y este no aceptó, aduciendo que era independiente y no
tenía respaldo político. El Batlle desesperado también visitó a
Carlos Sténeri (mantenido durante años por Sanguinetti en una
embajada paralela en Washington, manejando nuestra deuda, con todos
sus gastos observados por el Tribunal de Cuentas), para ofrecerle el
honroso cargo de presidente del Banco Central, y este también
rechazó el ofrecimiento, aduciendo razones de salud que felizmente
no le impidieron seguir trabajando hasta ahora: después de ser alto
funcionario del Ministerio de Economía de Danilo Astori, funge como
asesor del estudio Posadas, Posadas y Vecino.
¿Porqué estos
valientes caballeros no aceptaron esos cargos? Es muy difícil que no
supieran de los plantes de golpe de Estado que encabezaba
abiertamente Ramón Díaz (quien le dijo a la prensa que Batlle era
incapaz de gobernar), pero el caso es que no lo denunciaron. Sería
muy bueno –acaso lo sepamos algún día– saber cuántos
estuvieron en el golpe de Estado y qué pasos dieron. Pero estos
nombres son seguros.
En la edición de
Búsqueda de ayer, jueves 20, tres de los nombrados, en sendas
cartas, se refieren a “La crisis de 2002 y los planteos para la
renuncia de Batlle”, nombre con el que se refieren al intento de
golpe de Estado. Se trata del contador Juan Carlos Protasi
(expresidente del BCU de la dictadura), el doctor Álvaro Diez de
Medina (exembajador de Sanguinetti en Washington y muy cercano a
Ramón Díaz y al Departamento de Estado estadounidense) y el
economista Jorge Caumont. Ninguno de los tres niega rotundamente
haber tenido conversaciones sobre la necesidad de sacar del medio a
Batlle, operación que capitaneaba el “liberal” Díaz. Los
mencionados prohombres del neoliberalismo usan mucho palabrerío,
pero no niegan. Ese intento de golpe de Estado existió, y habría
que investigar mucho más.
Ahora estamos
viviendo el retiro de Juan Pedro Bordaberry de la política uruguaya,
y el Partido Colorado va a recibir otro golpe fatal con las
investigaciones del “Banco Nelson”, que llevan directamente al
contador Humberto Capote. Los colorados están de duelo, cumpliendo
el científico vaticinio de César Aguiar. El Partido Colorado se
está extinguiendo a pasos acelerados.
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