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jueves, 19 de noviembre de 2015

AUGUSTE DE SAINT HILAIRE. ILUSTRE VISITANTE DE SAN MIGUEL. Por Julio Dornel.




Si tuviéramos que detenernos en algún personaje famoso que hubiera visitado la zona en su estado natural en el siglo XIX, tendríamos que detenernos en la figura del científico francés Auguste de Saint Hilaire quien al margen de sus trabajos, dejó para la posteridad algunos comentarios sobre el norte rochense. Cabe señalar que durante la estadía fue registrando en su diario distintos aspectos del arroyo San Miguel y el Fuerte del mismo nombre. En octubre de 1820 señalaba que “Desde la casa del Comandante me dirigí hacia San Miguel. Guiado por un soldado atravesé praderas sin caminos. Vi en este recorrido -solo de 13 leguas- una gran cantidad de cabritos. Un poco antes de llegar a la sierra se encuentra el río que le da su nombre. Ahí un soldado del destacamento de guerrillas establecido en San Miguel, vino a cumplimentarme de parte del capitán que comanda ese destacamento. El río tiene poca extensión pero es bastante profundo. Nuestros caballos lo atravesaron a nado y nosotros en una canoa, arribamos a la extremidad de la sierra que extiende más o menos de N.O. a S.E. y puede tener, me han dicho, 5 leguas de largo. Acá el río serpentea en medio de una pradera cubierta de hierba verde. Del lado derecho hay algunas chozas y del lado izquierdo se extiende una vasta gramilla, a través de la cual se ve la sierra, que no tiene más elevación que la de una colina.”
Relacionado con el Fuerte el célebre botánico señalaba en su diario que “su cima presenta un aspecto desigual y redondeado cubierto de grandes piedras alrededor de las cuales hay una pequeña fortaleza arruinada, rodeada de arbustos y de grupos pintoresco de tunas. El capitán de guerrillas se juntó conmigo del otro lado del río. Subimos a la sierra y después de haber dado algunos pasos, llegamos a la casa del capitán que es una pobre choza compuesta de sala y de dos pequeñas piezas. Las puertas estaban reemplazadas por esteras que se retiran durante el día y se ponen al entrar la noche. El capitán me hizo tomar mate y enseguida me llevó a la Fortaleza, que está situada a algunos pasos de su casa y por consiguiente, en la extremidad septentrional de la sierra. Está construido con piedras de cantera del mismo lugar, sus muros tienen poca elevación y espesor; presenta un cuadro cuyos ángulos están franqueados por una garita. No tiene más puerta, la hierba crece sobre sus muros y alrededor se alzan grupos cerrados de tunas espinosas. Desde los muros de la Fortaleza se descubre la vista de una inmensa extensión y por todos lados vastas llanuras cubiertas de praderas. Después de haber salido de la Fortaleza pasamos delante de las barracas que sirven de habitación a los soldados. Son casas extremadamente bajas, hechas de tierra y cubiertas de paja todas situadas en línea. Enfrente de ellas está el cuerpo de guardia, choza cuyo medio aparece enteramente cubierto. Lo soldados de aquí están actualmente todos en uso de licencia.”

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