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sábado, 3 de agosto de 2013

La carne no es el territorio del pecado Por Juan Arias



El País de España 
  Francisco abrazado por los jovenes
Nunca se ha hablado tanto de que el catolicismo,
para salvarse de la sangría mundial que lo azota, necesita volver a sus raíces, a sus orígenes, que arrancan en Palestina con las enseñanzas del profeta judío Jesús de Nazaret. Ha sido con el papa Francisco, cuando más se ha vuelto a hablar de la urgencia de la Iglesia de recuperar sus esencias cuando nació como un ensanchamiento del judaísmo que Jesús imaginó abierto a otros grupos no judíos en nombre de un Dios que era padre de toda la humanidad.
Cuando se habla de que el cristianismo debe desprenderse de la influencia que recibió en el siglo IV del imperio romano y de la contaminación platónica de la filosofía griega con San Agustin, poco se habla de algo que es fundamental: recuperar la teología del cuerpo, la idea de que, como defendió siempre el judaísmo que influenció a las primeras comunidades cristianas, no existe diferencia entre cuerpo y alma, entre basar y ruaj.
Hasta Pablo de Tarso, la dignidad del cuerpo es inseparable de la del alma o espíritu. Sólo con la influencia helénica, el cristianismo se contamina y empieza a ver al cuerpo como “cárcel” del espíritu y por tanto “territorio de pecado” influenciando fuertemente toda la ética sexual.
Para San Agustin, influenciado ya por la filosofía griega, el hombre es “un alma racional que tiene un cuerpo mortal”. El cuerpo pasa a ser secundario y peligroso para la santidad.
Al revés, la cultura judía, en la que bebió el primer cristianismo, fue diametralmente opuesta a la de la Iglesia de hoy. En el judaísmo no existe la vergüenza por el cuerpo y por tanto de la sexualidad.
Para el judaísmo el pecado original no es el sexo.
Ese divorcio entre el cuerpo y el alma acabó contaminando todo el mundo de la sexualidad en la Iglesia y acabó cayendo sobre la mujer, considerada objeto de tentación sexual y por tanto alejada del sacerdocio que le había sido connatural en las primeras comunidades cristianas, cuando aún ni el cuerpo ni el sexo eran vistos como territorio del mal.
Y así la mujer sigue sin poder ser dueña de su cuerpo con todas las consecuencias que ello conclleva.
Ese dualismo entre cuerpo y alma, llegado al cristianismo a partir del siglo II, cuando se aleja de sus raices judías, ha acabado condicionando toda la ética sexual de la Iglesia hasta hoy.
Sólo en el Concilio Vaticano II llegó a defenderse, por ejemplo, que la sexualidad además de uns instrumento apto a la procreación puede ser un nuevo modo de comunicación humana.
El papa Inocencio III llegó a sostener que el Espíritu Santo se ausentaba de la habitación cuando dos casados mantenían relaciones sexuales ya que, según él, el acto sexual, aún lícito, “avergüenza a Dios”.
Se dice que Francisco es el papa “del cuerpo”, que no teme el contacto físico. En sus cuatro meses de pontificado ha besado más personas, niños y mayores, que otros papas durante toda su vida.
Quizás sea esa falta de miedo de Francisco al tacto, a la corporeidad, lo que le hace ser amigo de muchos judíos para los que el cuerpo no puede ser nunca enemigo del alma sino el gran compañero de las relaciones verdaderamente humanas y no sólo espirituales o sublimadas.
Si analizamos los sacramentos de la Iglesia, en su originalidad, son todos ellos sacramentos “del cuerpo”. Son realidades que se transmiten a través del cuerpo, desde la Eucaristía al bautismo, o la extrema unción.
La gracia atraviesa siempre el cuerpo que es “obra de Dios” y no “instrumento del demonio” como han sostenido tantos teólogos conservadores.
Francisco, a una devota que se jactaba de dar siempre limosna a un mendigo, le pregunto: “Cuando le entrega la moneda al hermano mendigo, ¿se la arroja o se la coloca en las manos tocándoselas?"
El papa que se ha despojado de todos los símbolos de poder de una Iglesia que se avergüenza del cuerpo y coloca a la virginidad por encima del matrimonio, busca el contacto corporal con la gente. Ha pedido a los sacerdotes que desempolven la práctica antigua cristiana de “imponer las manos” a los fieles, para bendecirles.
Francisco ha entendido que la Iglesia para hacerse creíble y para dar respuestas a los nuevos desafíos que la ciencia y la ética moderna plantean, no puede seguir refugiándose en el miedo a la corporeidad, ni seguir defendiendo que el cuerpo es la fuente del pecado y debe abrir nuevos caminos de lo que él llama la “teología del encuentro”.
Cuando se refiere al ecumenismo, a las diferencias que separan incluso a los que se profesan hijos de un mismo Dios, Francisco pone el ejemplo de que por las venas de creyentes y no creyentes “corre la misma sangre” y por eso todos debemos sentirnos una misma “familia”. Todo el resto, para él, es ideología.
Su fuente de inspiración, en realidad es la de Jesús de Nazaret que llegó a escandalizar a sus mismos apóstoles por el poco miedo que tenía al tacto, a la corporalidad, como cuando se dejaba lavar los pies por la prostituta, o curaba a los enfermos “tocándoles” físicamente. Y hasta usaba su saliva para curar a los ciegos.
El miedo al cuerpo, a la sexualidad, al abrazo físico con el hermano, llevó a la Iglesia a convertirse en un religión “aséptica”, con vocación más de ángel que humana. Ahora bien, la esencia del cristianismo ,¿no es la “encarnación” y la “resurrección”- no sólo de las almas sino también de los cuerpos- ? Y los cuerpos están atravesados por la sexualidad y el disfrute del encuentro. Juntos, cuerpo y alma, se salvan o se condenan.

Papa-francisco

Sobre el autor

es periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario. Recibió en Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su obra. Desde hace 12 años informa desde Brasil para este diario donde colabora tambien en la sección de Opinión.

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