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martes, 28 de enero de 2014

La luz de Santiago Escribe Ignacio Suárez



elMontevideano - Laboratorio de Artes

En otro texto creo haber recordado al primer Café Concert de Montevideo, llamado Procopio -como su homónimo francés fundado en París el 28 de diciembre de 1689- refundado en el sub suelo del Hotel California por Alberto Beto Triunfo y Ruben Barbas Aharonián el 24 de marzo de 1973.

Era, sin duda, el lugar obligado de la bohemia intelectual montevideana en el que actuaron, entre otros, Ricardo Cacho Espalter y Enrique Quique Almada, Ruben Negro Rada con Lobito Lagarde, Charito con Eduardo Pestaña Gioninazzo, los tríos de Luis Di Mateo y de Julio Frade, el violín de Carlos Julio Becho Eizmendi con la guitarra de Horacio flaco Olivera, Verita Sienra, Diane Denoir, Eduardo Mateo, El trío de cámara Prentki, Marito Brassi, los actores Imilce Viñas y Jose Pepe Vázquez, Berugo Carámbula, la hoy doctora Nila Quinteros, Yabor, el Dúo Los Vidalín, con Carmen y Mario Vidalín, Ricardo Montaña, Diana Vidal, el propio Beto Triunfo y Santiago Luz… por mencionar sólo a algunos de los tan queridos amigos que iluminaban con sus talentos nuestras noches...

Allí comenzó el ritual con Becho, ya que, de tanto pedirle que tocara el vals Caserón de tejas, fraternalmente se obligaba a tocarlo apenas me veía, hasta llegar a hacerlo en pleno concierto de Vivaldi!

De la misma forma pasaba con aquel flaco, simpático y virtuoso personaje de la noche montevideana, que era -y es- el clarinetista Satiaguito Luz. Con él me unía, además de una intensa amistad nocturna, el ritual de que siempre tocara, a mi pedido, los temas Pequeña Flor y Estrellita.

Una noche, apenas me vio llegar me dijo: -Hoy no me va a alcanzar con que me mandés la vuelta… No señor! Si andás en el auto, te voy a pedir que me lleves hasta mi casa porque tengo que llevarle la cena a Miguelito… Después nos volvemos y te toco lo que quieras… dicho esto muy pícaramente con su ronca voz a lo Armstrong.

-Te llevo con gusto a tu casa -le dije-. Pero con que me toques el clarinete me alcanza…

Y reía sonoramente, a grandes carcajadas, arrugando su oscura cara, ya enmarcada en el cabello tordillo y la barba más que blanca… Subimos, con el estuche del clarinete entre sus brazos como un niño dormido. -Es que dos por tres lo dejo en los boliches -me explicó- y no sabés lo que sufro hasta volver a verlo!

Me fue indicando por donde ir, hasta llegar a su casa en la frontera imprecisa entre los barrios Puerto Rico y La Unión, casa que compartía con su ya anciana madre.

Le veía, iluminado por las luces del tablero, con la misma sonrisa que acompañaba sus intensas presentaciones musicales, seduciendo, fascinando a los púbicos más exigentes o a los que solamente iban a bailar, pero se quedaban parados frente a los escenarios como hipnotizados con la personalidad y el talento de este duende nocturno y nuestro. Tan nuestro que una vez, escuchándolo tocar el cabaret Embassy, el Maestro del Jazz Cab Colloway le propuso integrarlo a su orquesta y llevarlo a vivir a los Estados Unidos de América. Dicen que le dijo: -Gracias Maestro, para mí es un honor, pero yo tengo a todos mis amigos acá… También recordaba Tres para el Jazz, su famoso trío y la identificación musical junto al Maestro pianista Washington Quintas Moreno, del cual  decía: - Con Washington, jugamos con los ojos cerrados y de taquito…

También, recuerdo que mientras nos trasladábamos a su casa, hablamos de su presencia estelar en la República de Parva Domus Magna Quies, de donde fue artista oficial, hasta el punto de que el Museo de ese inigualado recinto, país de la alegría, la tolerancia y la fraternidad, está su último clarinete.         

-Vos bajá conmigo… -me dijo, expresando en su tono, más una orden que un deseo-. Y no hagás ruido porque la vieja debe estar durmiendo…

Y, ya en la sala de la humilde casita, le digo, bajito: - Santiago,  Miguelito, ¿quién es? ¿Un sobrinito? ¿Un nieto…?

Mientras sacaba de uno de los bolsillos de su saco un paquete mal envuelto, con varias servilletas blancas y atado con una bandita elástica, de goma, me respondió: -Qué sobrino ni que nieto…! Es un chiquito amigo…

Pero en vez de seguir hacia otras habitaciones dónde yo supuse que estaría durmiendo ese chiquito amigo, comenzó a llamarlo hacia abajo, hacia los rincones de la sala...

-Miguelito…Miguelito…! ¿Vos creías que me había olvidado de vos? ¿Eh? ¡No señor! Le pedí al Nacho que me trajera…Salí que te lo voy a presentar... Salí que te traje queso…

Y Miguelito salió. De atrás de unas revistas viejas y de una silla en la que colgaba un atado de lanas rojas, listas para transformarse en buzo, salió un pequeño ratón. Un minerito que, mirando hacia todos lados y olfateando el aire húmedo de la sala, se acercó a las servilletas extendidas sobre el piso de amarillas baldosas, donde Santiago había puesto los pedacitos de queso que le había traído.

-¿Es simpático, no? -me dijo sin mirarme y por lo tanto sin ver la emoción que, convertida en lágrimas, sin quererlo, me mojaba las mejillas por lo que veía… Un gran acto de amor hacia un ser tan pequeñito…

El ratoncito Miguel, ante el cual se inclinaba una de las leyendas de nuestra música y de nuestra cultura popular. El minúsculo animalito que quizá en las altas noches solitarias - luego de silenciado los aplausos y apagadas las luces de la fama,  pasados los desfiles de carnaval o los encuentros entre músicos de jazz- fuera la única compañía de ese tan baqueano hermano de madrugadas y de pentagramas…


Entonces, al volver nuevamente al ruido, a las luminarias y a las seducciones del centro; al volver a Procopio, ese boliche dónde -como en todos lados- era tan admirado; al escuchar la ternura sonora de su versión de Pequeña Flor (desde ese clarinete que tuvo, luego, que aprender a hacer sonar con la boquilla al revés, por el terrible cáncer de paladar que le aquejó) no pude sino abrazarlo con fuerza y susurrarle al oído, en un encuentro sin tiempo:

-Gracias.

Hoy, a tantos años, vuelvo a agradecer haber sido amigo de quien supo convertir en belleza su triste infancia de orfelinato tacuaremboense. A la luz interior de Santiago.   

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