La
murga uruguaya, que nunca estuvo ajena a su contexto social y político,
vivió una intensa politización hacia fines de los años 60. Eran tiempos
que obligaban a muchos a tomar partido: pobreza, crisis política,
autoritarismo e inestabilidad los marcaban y afectaban especialmente a
los sectores populares, que eran el alma del carnaval montevideano.
La murga de izquierda, en todas sus variantes, se convirtió en un verdadero fenómeno. Su discurso era solidario con los trabajadores, con partidos y movimientos populares, denunciaba la represión estatal y las condiciones de vida de “el pueblo”. Tras el inicio de la dictadura en 1973, el género se fue transformando en un ícono de la resistencia, y trazó una clara (y a la vez nunca explícita) línea divisoria entre el bien y el mal: democracia contra autoritarismo, pueblo contra militares.
Ya superada la dictadura, comenzó la frenteamplización de muchas murgas, un proceso lento pero constante, en cuyo relato los partidos tradicionales se convirtieron en el blanco de todas las burlas y las críticas, mientras que la esperanza absoluta de un cambio quedó depositada en el triunfo electoral del Frente Amplio (FA). Dicho proceso se sucedió a la par del crecimiento del FA en todo el país, y se acentuó por el hecho de que la murga es un fenómeno predominantemente capitalino: la izquierda gobierna Montevideo desde 1990.
Durante el gobierno de Jorge Batlle (2000-2005), el frentismo murguero llegó a asumir formas casi propagandísticas; incluso apareció la bandera de Otorgués en el escenario del Ramón Collazo, adornando un homenaje al fallecido Seregni.
Quizás el repertorio de 2005 de Agarrate Catalina haya sido la última gran muestra de un espectáculo militante, partidario y directo: un cuplé dedicado a ensalzar la figura del actual presidente (“Querido Pepe Mujica, ahora te toca a vos”) y una desopilante parodia del estereotipo del joven blanco, para terminar con una canción que celebraba el “sueño cumplido”, en referencia al triunfo electoral del 31 de octubre de 2004.
Pasada casi una década de gobiernos frenteamplistas, podemos decir que el discurso de la murga resulta difícil de encasillar: algunos letristas eligen no hablar del gobierno, o sólo le “pegan” por cuestiones más bien secundarias o anecdóticas, a la vez que continúan con su prédica abierta y sistemática contra los partidos tradicionales y los militares; otros se refugian en libretos menos hundidos en el barro de la actualidad, más filosóficos y antropológicos, que no los obligan a abordar la coyuntura y que resultan también consumibles para un público no politizado y no montevideano (esto dicho como un mérito, porque esa cosa llamada “agenda” limita la creatividad y las posibilidades artísticas). No obstante, hay que decir que las críticas conceptuales al frenteamplismo, aunque escasas, no han faltado: “No hay que socializar medios de producción, atraer capitales es la consigna actual” (Falta y Resto, 2007) o el cuestionamiento al modelo de desarrollo nacional formulado por La Gran Muñeca en 2013 son sólo dos ejemplos.
Compartibles o no, las críticas directas al proyecto frentista y a varios de sus dirigentes, sumadas a las más abstractas y al silencio de otros discursos, vienen a dar cuenta de que la desfrenteamplización de la murga ya es un hecho. Las murgas se asumen como “del pueblo” o “de izquierda” y, por acción u omisión, abandonan el mensaje partidario y casi propagandístico que, por mucho tiempo, alejó a ciudadanos no frenteamplistas del carnaval.
Cierta incomodidad que ha padecido el género murguero durante la década frentista es en verdad la manifestación de un problema político universal aún no resuelto: el lugar del pensamiento independiente en el marco de un colectivo. Los artistas e intelectuales comprometidos con procesos políticos pero que se atreven a cuestionarles algunos de sus rasgos han sido, históricamente, un problema para el resto de los seguidores de tales procesos. Y ante las acusaciones de favorecer al enemigo, algunos callan, y otros, desilusionados, abandonan la trinchera.
En Uruguay, el ejercicio de la crítica frentista al frentismo es condenado por buena parte de los simpatizantes del FA. Pero la murga se las ingenia para tener cierto margen de maniobra, y el público de izquierda le perdona algunos comentarios que en muchos casos, salidos de la boca de un compañero, generarían el rechazo unánime del comité de base. Ese “margen de maniobra” no es más que la esencia libertaria y rebelde de la murga, la fuente de su riqueza política y artística: la propaganda y el arte no se llevan bien.
Ya sobre el final del segundo gobierno del FA, es esperable que el carnaval 2014 avance en su desfrenteamplización, lo cual no quiere decir que las murgas dejen de ser compañeras, se derechicen o se estén frivolizando. Por el contrario, en su compromiso con la crítica, la libertad y la verdad (su verdad), la murga se reivindica como una de las mejores piezas de la cultura popular.
La murga de izquierda, en todas sus variantes, se convirtió en un verdadero fenómeno. Su discurso era solidario con los trabajadores, con partidos y movimientos populares, denunciaba la represión estatal y las condiciones de vida de “el pueblo”. Tras el inicio de la dictadura en 1973, el género se fue transformando en un ícono de la resistencia, y trazó una clara (y a la vez nunca explícita) línea divisoria entre el bien y el mal: democracia contra autoritarismo, pueblo contra militares.
Ya superada la dictadura, comenzó la frenteamplización de muchas murgas, un proceso lento pero constante, en cuyo relato los partidos tradicionales se convirtieron en el blanco de todas las burlas y las críticas, mientras que la esperanza absoluta de un cambio quedó depositada en el triunfo electoral del Frente Amplio (FA). Dicho proceso se sucedió a la par del crecimiento del FA en todo el país, y se acentuó por el hecho de que la murga es un fenómeno predominantemente capitalino: la izquierda gobierna Montevideo desde 1990.
Durante el gobierno de Jorge Batlle (2000-2005), el frentismo murguero llegó a asumir formas casi propagandísticas; incluso apareció la bandera de Otorgués en el escenario del Ramón Collazo, adornando un homenaje al fallecido Seregni.
Quizás el repertorio de 2005 de Agarrate Catalina haya sido la última gran muestra de un espectáculo militante, partidario y directo: un cuplé dedicado a ensalzar la figura del actual presidente (“Querido Pepe Mujica, ahora te toca a vos”) y una desopilante parodia del estereotipo del joven blanco, para terminar con una canción que celebraba el “sueño cumplido”, en referencia al triunfo electoral del 31 de octubre de 2004.
Pasada casi una década de gobiernos frenteamplistas, podemos decir que el discurso de la murga resulta difícil de encasillar: algunos letristas eligen no hablar del gobierno, o sólo le “pegan” por cuestiones más bien secundarias o anecdóticas, a la vez que continúan con su prédica abierta y sistemática contra los partidos tradicionales y los militares; otros se refugian en libretos menos hundidos en el barro de la actualidad, más filosóficos y antropológicos, que no los obligan a abordar la coyuntura y que resultan también consumibles para un público no politizado y no montevideano (esto dicho como un mérito, porque esa cosa llamada “agenda” limita la creatividad y las posibilidades artísticas). No obstante, hay que decir que las críticas conceptuales al frenteamplismo, aunque escasas, no han faltado: “No hay que socializar medios de producción, atraer capitales es la consigna actual” (Falta y Resto, 2007) o el cuestionamiento al modelo de desarrollo nacional formulado por La Gran Muñeca en 2013 son sólo dos ejemplos.
Compartibles o no, las críticas directas al proyecto frentista y a varios de sus dirigentes, sumadas a las más abstractas y al silencio de otros discursos, vienen a dar cuenta de que la desfrenteamplización de la murga ya es un hecho. Las murgas se asumen como “del pueblo” o “de izquierda” y, por acción u omisión, abandonan el mensaje partidario y casi propagandístico que, por mucho tiempo, alejó a ciudadanos no frenteamplistas del carnaval.
Cierta incomodidad que ha padecido el género murguero durante la década frentista es en verdad la manifestación de un problema político universal aún no resuelto: el lugar del pensamiento independiente en el marco de un colectivo. Los artistas e intelectuales comprometidos con procesos políticos pero que se atreven a cuestionarles algunos de sus rasgos han sido, históricamente, un problema para el resto de los seguidores de tales procesos. Y ante las acusaciones de favorecer al enemigo, algunos callan, y otros, desilusionados, abandonan la trinchera.
En Uruguay, el ejercicio de la crítica frentista al frentismo es condenado por buena parte de los simpatizantes del FA. Pero la murga se las ingenia para tener cierto margen de maniobra, y el público de izquierda le perdona algunos comentarios que en muchos casos, salidos de la boca de un compañero, generarían el rechazo unánime del comité de base. Ese “margen de maniobra” no es más que la esencia libertaria y rebelde de la murga, la fuente de su riqueza política y artística: la propaganda y el arte no se llevan bien.
Ya sobre el final del segundo gobierno del FA, es esperable que el carnaval 2014 avance en su desfrenteamplización, lo cual no quiere decir que las murgas dejen de ser compañeras, se derechicen o se estén frivolizando. Por el contrario, en su compromiso con la crítica, la libertad y la verdad (su verdad), la murga se reivindica como una de las mejores piezas de la cultura popular.
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