Escritor y periodista Julio Dornel
Año 1968
Quienes
acompañaron el desarrollo comercial de esta frontera recordarán
la invasión de turistas y vecinos de las localidades próximas que
se daban cita diariamente en el área, llegando a duplicar por
algunas horas la población estable.
Era
gratificante contemplar el movimiento comercial que se registraba por
aquellos años en los primeros “boliches” y “lojas”
brasileñas. La misma situación se registraba cuando
la cotización de la moneda invertía los papeles y eran los
brasileños los que adquirían sus productos en territorio uruguayo.
Bolsas y más bolsas que llenaban las bodegas de los ómnibus y de
los automóviles que pasaban de ser utilitarios para transformarse en
pesados vehículos que soportaban estoicamente la carga no permitida.
Aquello
fue sin ninguna duda el primer mercado común del cono sur (MERCOSUR)
ganado en buena ley por una población que ignoraba los marcos
fronterizos, contando para ello con la tolerancia de los funcionarios
aduaneros. Queremos señalar además que por aquellos años los
funcionarios aduaneros que tenían a su cargo la difícil tarea de
ejercer la vigilancia, no disponían del armamento necesario ni
medios de locomoción para desplazarse. Sin embargo lo fundamental
fue siempre el sentido común que se utilizaba en los procedimientos,
distinguiendo siempre al vecino que buscaba los artículos de la
canasta familiar y el contrabandista con fines de lucro.
Por
supuesto que existen disposiciones que deben cumplirse, pero el
sentido común de los funcionarios aduaneros estaba por encima de
todo, en beneficio del vecino, del turista o del pequeño “bagayero”
que en definitiva no pretendía fines de lucro sino abaratar el
presupuesto familiar. Lo único que importaba era buscar los precios
y comprar más barato, sin tener en cuenta las normas que regían en
la materia salvo que se tratara del gran contrabando.
Por
esas ironías de las economías, durante muchos años comprábamos en
Brasil el tabaco y la caña, hasta que los papeles se invirtieron y
ahora son los brasileños los que compran el cigarrillo y el whisky
en los “Free Shops”
uruguayos. Esta reciprocidad en el intercambio de compras es
tradicional en la frontera, sin que esto ponga en tela de juicio la
honestidad del funcionario que tolera algo más de lo permitido. Sin
embargo debemos reconocer que se trata de una de las funciones más
delicadas de la administración pública y que suele ser juzgada con
mucha ligereza por parte de la población. Es justo reconocer el
papel que desempeña la aduana en defensa de la industria nacional
protegiendo la política del gobierno y haciendo cumplir las normas y
disposiciones que regulan el orden fiscal.
Nadie
ignora que de acuerdo a la devaluación monetaria de los países
fronterizos, se produce una fiebre compradora de mercaderías, las
que suelen introducirse al territorio al margen de la ley.
En
una frontera terrestre, tan extensa como esta
resulta muy difícil establecer una fiscalización cuyos resultados
estén en consonancia con las disposiciones impartidas por la
Dirección Nacional de Aduanas. De todas maneras los funcionarios
aduaneros han priorizado siempre y salvo raras excepciones el
movimiento de artículos de primera necesidad destinados al consumo
de las familias residentes en localidades cercanas a los límites
fronterizos.
Quienes
tengan la oportunidad de visitar los resguardos y destacamentos
aduaneros de este departamento, cuya ubicación estratégica facilita
la labor represiva, podrá comprobar que en su gran mayoría se viene
cumpliendo un efectivo control, con una cuota de tolerancia para los
vecinos del área. Debemos señalar finalmente que la conducta moral
de algunos funcionarios que se han desviado del verdadero espíritu
aduanero no alcanza para rasgarse la vestidura, ni generalizar,
pensando que esta situación se da solamente con los funcionarios
Aduaneros. Esta
situación se da también en otras actividades, y sin embargo no
tienen la difusión ni el tratamiento que ha tenido siempre la
Dirección Nacional de Aduanas. Sin querer dudar de su veracidad
queremos ofrecer a nuestros lectores un relato que circula en medios
aduaneros con visos de realidad.
Eran
los tiempos del receptor Benítez y como siempre sucede, desde
algunos sectores de la población se venía reclamando por el auge
que había experimentado el contrabando, ante la pasividad de algunos
funcionarios aduaneros. Ante esta situación el receptor resuelve
designar a un amigo de extrema confianza para controlar el pasaje de
mercaderías por el puesto aduanero que por aquellos años se
encontraba frente a lo que es hoy el Estadio SAMUEL PRILIAC.
El
nombramiento del nuevo funcionario aseguraba un severo control,
teniendo en cuenta su honestidad y la confianza personal que le
dispensaba el receptor Benítez. Desde el momento que asumió el
control aduanero el nuevo funcionario, terminaron las denuncias y
parecía que la situación había cambiado definitivamente. Sin
embargo antes de que se cumplieran los primeros dos meses, el
funcionario en cuestión se presentó en la receptoría entregándole
personalmente a Benítez una carta renuncia que finalizaba diciendo:
“En
honor a la amistad que nos une, debo decirle que no puedo aguantar
más esta situación. Los contrabandistas me vienen tentando con
sumas importantes y tengo miedo de no poder resistir tanta tentación.
Espero sepa comprender mi situación. Qué Dios guarde por muchos
años” firma del funcionario.
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