El perro Alfredo anda con mal de
amores. Tristón, con la cola física y emocionalmente entre las
patas, no hace más que aullar por las noches a la luna, llamando
inútilmente a su amor perdido. Si bien todos escuchamos la serenata
nocturna, ya un poco hartos por la imposibilidad de dormir, su amada
hace oídos sordos a los lamentos y duerme de lo más pancha, como si
no supiera que tanto dolor, y ruido molesto, es provocado por su
abandono. De nada vale que le hayamos dicho desde un principio a
Alfredo que ese romance tenía pocas probabilidades de concretarse en
algo serio y duradero. Primero que nada, porque ella tenía fama de
casquivana y de andar coqueteando con todos sin problema alguno.
Segundo, porque nunca se ha visto que los amores entre un perro y una
gallina lleguen a buen puerto. Porque a las gallinas, y
particularmente a Rosita, no les gusta sentar cabeza. Otro motivo a
tener en cuenta es que en medio de un beso apasionado, puede pasar
que al perro lo traicionen su olfato y sus genes, y le arranque la
cabeza a la gallina de un mordiscón. Llevando el dicho “te comería
a besos” a una triste pero anunciada realidad. Pero Alfredo no
escuchaba consejo alguno y andaba embobado tras Rosita que lo había
cautivado con sus ojos negros, su dulce cacareo y el perfume a flores
que dejaba al pasar. Porque la muy cretina se pasaba buscando
lombrices entre mis plantas de lavanda. Hasta dormían juntos en el
galpón, porque Alfredo no soportaba la idea de que le pasara algo
durante la noche. - “Que pasa si aparece el perro del vecino Homero
y trata de comerla.”- decía mientras se llevaba su mantita y se
hacía una cama al lado de la de ella. De nada sirvió que yo le
explicara que Rosita estaba muy bien cuidada por el gallo Don Juan
que, ante cualquier peligro, empezaría a los gritos y hasta se
atrevería a enfrentar al perro Mazapán sin miedo alguno. Bueno,
con un poco de miedo, pero que para eso seguiría cacareando hasta
que fuésemos a defenderlo. Que la valentía no anula la
inteligencia. - “No me fío de ese gallo fanfarrón.”
-argumentaba Alfredo mientras se hacía un bollito con la nariz
pegada a las patas de Rosita. La siesta la dormían bajo los
árboles, haciendo caso omiso a los ataques de celos de Don Juan, que
furioso le reclamaba a ella que volviera con el resto de las gallinas
y se ocupara de poner huevos como Dios manda. Que el negocio se le
estaba viniendo abajo por culpa suya. Y así continuaron, hasta que
Rosita se encluecó para empollar los frutos de su apasionado amor.
Postrado a sus pies día y noche, Alfredo se quedaba cuidando los
huevos con cara de orgullo cuando Rosita hacía alguna escapada para
tomar agua o comer un poco de maíz. Demás está decir que todo
acabó cuando nacieron los pollitos y fue obvio que se parecían
demasiado al gallo Don Juan. Además, no solo estaban forrados de
plumas, tenían pico y sólo dos patas. Tampoco ladraban ni movían
la cola cuando estaban contentos, cosa que terminó de convencerlo de
que había sido asquerosamente engañado por una gallina piojosa y
mentirosa. Yo no sé si para Rosita fue solo un ardid para darle
celos al gallo, ya que Don Juan andaba de lo más entusiasmado con
una gallinita criolla llamada Hortensia, y había descuidado un poco
al resto del harén. La cosa fue que ella reunió a sus hijos y se
los llevó de lo más oronda y hasta lo sacó a picotazos a Alfredo
cuando este acercó el hocico para ver si al menos los pollitos olían
a perro. Y ahí anda el pobre, desolado, y encima aguantando las
cargadas de los otros perros. Los caballos han sido más generosos,
tal vez porque ellos saben que más de una vez ha pasado entre su
especie que alguno/a se haya enamorado de un burro seductor, o de una
exótica cebra o hasta de una vaquita loca. Igual algo tienen que
decir del tema, porque al fin y al cabo fue lo más divertido que
pasó en todo el verano. Merceditas, una de las yeguas que siempre
tuvo preferencia por Alfredo, dijo que ella estaba segura que Rosita
lo habría embrujado con algún gualicho, ya que es bien sabido que
las gallinas suelen participar en ritos vudú. Y aún después de
enterarse que ese era un rumor infundado, ya que si bien es cierto
que las gallinas participan en macumbas, generalmente las pobres lo
hacen en contra de su voluntad, Merceditas insistió en que capaz
Rosita había salido con vida de alguna y aprendido el oficio, y dejó
la duda flotando entre las acacias. La cuestión que ahí está
Alfredo, sin querer correr liebres, sin revolcarse en carcasas de
animales muertos y traer a casa los huesos podridos, ni ninguna de
esas cosas que hacen que la vida de un perro de campo sea puro
deleite. Para colmo, el otro día lo encontré echado en el piso
del gallinero con pollitos caminándole por encima del lomo,
mientras Rosita andaba por ahí, meta escarbar con las patas buscando
comida. Cuando le pregunté qué estaba haciendo me dijo que Rosita
lo había contratado como baby-sitter. Y que además le había dicho
que lo seguía queriendo apasionadamente, pero que tenía que
quedarse con el gallo Don Juan, al menos hasta que los niños
crecieran. Y se levantó para agarrar gentilmente entre su bocaza a
uno de los pollitos que andaba siguiendo a una crucera de un metro y
medio, pensando que era una Mac-lombriz. Y se instaló otra vez en el
gallinero entre los pollitos que le picoteaban los ojos. Le iba a
decir algo como para avivarlo, pero me di cuenta que era inútil. Así
que me fui a sacar a la crucera que se había metido al living de mi
casa.
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