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sábado, 18 de enero de 2014

AMORES CHACAREROS Por Lilly Morgan Vilaró




El perro Alfredo anda con mal de amores. Tristón, con la cola física y emocionalmente entre las patas, no hace más que aullar por las noches a la luna, llamando inútilmente a su amor perdido. Si bien todos escuchamos la serenata nocturna, ya un poco hartos por la imposibilidad de dormir, su amada hace oídos sordos a los lamentos y duerme de lo más pancha, como si no supiera que tanto dolor, y ruido molesto, es provocado por su abandono. De nada vale que le hayamos dicho desde un principio a Alfredo que ese romance tenía pocas probabilidades de concretarse en algo serio y duradero. Primero que nada, porque ella tenía fama de casquivana y de andar coqueteando con todos sin problema alguno. Segundo, porque nunca se ha visto que los amores entre un perro y una gallina lleguen a buen puerto. Porque a las gallinas, y particularmente a Rosita, no les gusta sentar cabeza. Otro motivo a tener en cuenta es que en medio de un beso apasionado, puede pasar que al perro lo traicionen su olfato y sus genes, y le arranque la cabeza a la gallina de un mordiscón. Llevando el dicho “te comería a besos” a una triste pero anunciada realidad. Pero Alfredo no escuchaba consejo alguno y andaba embobado tras Rosita que lo había cautivado con sus ojos negros, su dulce cacareo y el perfume a flores que dejaba al pasar. Porque la muy cretina se pasaba buscando lombrices entre mis plantas de lavanda. Hasta dormían juntos en el galpón, porque Alfredo no soportaba la idea de que le pasara algo durante la noche. - “Que pasa si aparece el perro del vecino Homero y trata de comerla.”- decía mientras se llevaba su mantita y se hacía una cama al lado de la de ella. De nada sirvió que yo le explicara que Rosita estaba muy bien cuidada por el gallo Don Juan que, ante cualquier peligro, empezaría a los gritos y hasta se atrevería a enfrentar al perro Mazapán sin miedo alguno. Bueno, con un poco de miedo, pero que para eso seguiría cacareando hasta que fuésemos a defenderlo. Que la valentía no anula la inteligencia. - “No me fío de ese gallo fanfarrón.” -argumentaba Alfredo mientras se hacía un bollito con la nariz pegada a las patas de Rosita. La siesta la dormían bajo los árboles, haciendo caso omiso a los ataques de celos de Don Juan, que furioso le reclamaba a ella que volviera con el resto de las gallinas y se ocupara de poner huevos como Dios manda. Que el negocio se le estaba viniendo abajo por culpa suya. Y así continuaron, hasta que Rosita se encluecó para empollar los frutos de su apasionado amor. Postrado a sus pies día y noche, Alfredo se quedaba cuidando los huevos con cara de orgullo cuando Rosita hacía alguna escapada para tomar agua o comer un poco de maíz. Demás está decir que todo acabó cuando nacieron los pollitos y fue obvio que se parecían demasiado al gallo Don Juan. Además, no solo estaban forrados de plumas, tenían pico y sólo dos patas. Tampoco ladraban ni movían la cola cuando estaban contentos, cosa que terminó de convencerlo de que había sido asquerosamente engañado por una gallina piojosa y mentirosa. Yo no sé si para Rosita fue solo un ardid para darle celos al gallo, ya que Don Juan andaba de lo más entusiasmado con una gallinita criolla llamada Hortensia, y había descuidado un poco al resto del harén. La cosa fue que ella reunió a sus hijos y se los llevó de lo más oronda y hasta lo sacó a picotazos a Alfredo cuando este acercó el hocico para ver si al menos los pollitos olían a perro. Y ahí anda el pobre, desolado, y encima aguantando las cargadas de los otros perros. Los caballos han sido más generosos, tal vez porque ellos saben que más de una vez ha pasado entre su especie que alguno/a se haya enamorado de un burro seductor, o de una exótica cebra o hasta de una vaquita loca. Igual algo tienen que decir del tema, porque al fin y al cabo fue lo más divertido que pasó en todo el verano. Merceditas, una de las yeguas que siempre tuvo preferencia por Alfredo, dijo que ella estaba segura que Rosita lo habría embrujado con algún gualicho, ya que es bien sabido que las gallinas suelen participar en ritos vudú. Y aún después de enterarse que ese era un rumor infundado, ya que si bien es cierto que las gallinas participan en macumbas, generalmente las pobres lo hacen en contra de su voluntad, Merceditas insistió en que capaz Rosita había salido con vida de alguna y aprendido el oficio, y dejó la duda flotando entre las acacias. La cuestión que ahí está Alfredo, sin querer correr liebres, sin revolcarse en carcasas de animales muertos y traer a casa los huesos podridos, ni ninguna de esas cosas que hacen que la vida de un perro de campo sea puro deleite. Para colmo, el otro día lo encontré echado en el piso del gallinero con pollitos caminándole por encima del lomo, mientras Rosita andaba por ahí, meta escarbar con las patas buscando comida. Cuando le pregunté qué estaba haciendo me dijo que Rosita lo había contratado como baby-sitter. Y que además le había dicho que lo seguía queriendo apasionadamente, pero que tenía que quedarse con el gallo Don Juan, al menos hasta que los niños crecieran. Y se levantó para agarrar gentilmente entre su bocaza a uno de los pollitos que andaba siguiendo a una crucera de un metro y medio, pensando que era una Mac-lombriz. Y se instaló otra vez en el gallinero entre los pollitos que le picoteaban los ojos. Le iba a decir algo como para avivarlo, pero me di cuenta que era inútil. Así que me fui a sacar a la crucera que se había metido al living de mi casa.



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