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lunes, 20 de enero de 2014

Punta del Diablo LOS GRITOS DEL MAR. Por Julio Dornel




                                            Escritor y periodista Julio Dornel




 
El núcleo de pequeñas construcciones le fue dando una fisonomía propia que pasaba por una aldea de pescadores con berretines de playa, donde se refugiaban por algunos días los amantes de la informalidad.
Nació entre las dunas que por aquellos años se perdían en el horizonte facilitando la construcción de los primeros ranchos de los pescadores, a pocos kilómetros de la ruta 9. Sin embargo era realmente un odisea serpentear los médanos en carro, demandando un esfuerzo superior y un verdadero desafío, para encontrarse finalmente con la belleza “furiosa” del atlántico. Señalaba Camaño (pescador) que  el viento golpeaba permanentemente la aldea como si fuera el propio diablo que quisiera expulsar a los intrépidos pescadores de su territorio. Sin embargo el hombre comienza a llegar lentamente y necesita 50 años para ir descubriendo los secretos del atlántico y poder integrarse definitivamente a la vida casi silvestre y sobre todo, lejos de los problemas ciudadanos y muy cerca del paraíso terrenal.
Los ranchos fueron trepando por los médanos buscando una vista directa con el mar sin saber que estaban inaugurando el mayor complejo inmobiliario de la costa rochense. En la actualidad sigue manteniendo su fisonomía aldeana, pero los terrenos que permiten divisar el atlántico llegaron a precios siderales para codearse con los principales centros turísticos de la costa uruguaya. Punta del Diablo, la informalidad detiene el reloj, la noche tampoco tiene prisa mientras la luna coquetea con las parejas y va iluminando el océano y los secretos de un amor eterno o quizás pasajero como la propia temporada. Decía la periodista Gabriela Hidalgo que “el mar se inflaba, gemía, gritaba y trepaba, mientras el viento bramaba y aullaba”. Cuánta razón para interpretar una tarde invernal en Punta del Diablo como lo documentan las notas gráficas.
PESCADORES: UNA HISTORIA FAMILIAR
Don Eugenio Camaño fue uno de los primeros pescadores que se afincó en la zona, utilizando pequeñas embarcaciones sin instrumental adecuado en un desafío permanente y abandonado a su propio esfuerzo al internarse varias millas mar adentro. Su hijo Baltasar que compartió desde pequeño la aventura familiar nos recordaba con nostalgia los pequeños ranchos construidos con paja del bañado y horcones del monte por donde se filtraba el pampero. “Nos afincamos en Punta del Diablo en el año 1943, siendo mi padre el primer pescador en desafiar el atlántico en una pequeña embarcación a remo. No podíamos internarnos mucho porque la misma tenía 6 metros de eslora y uno de proa, lo que la hacía muy peligrosa para los días de temporal. La sal que utilizábamos la comprábamos en Casa Fernández de La Coronilla mientras que lo compradores del bacalao veían desde Montevideo.
En 1945 el hígado de cazón valía más que el bacalao por lo cual debíamos tener cuidados especiales guardándolos en tarros lecheros que nos proporcionaban los compradores. Cuando mi padre vino a la Punta lo hizo para pescar con aparejo y hacía bacalao con la corvina negra. Cuando se encontró con una cantidad industrial de cazones resolvió cambiar la materia prima aumentando la producción. En el año 1947 nuestro bacalao obtuvo el primer premio en la Exposición Anual que organizaba la Cooperativa Agropecuaria de la ciudad de Castillos. Luego llegó Dinegri con una lancha mayor teniendo como marinero a Ignacio Fernández. El viaje se hizo por tierra desde el puerto del Buceo en Montevideo en un camión a gasógeno (carbón) pues por culpa de la guerra no había nafta y luego la transportó en un carro tirado por caballos propiedad del vecino Julián González.”

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