Buscar este blog

domingo, 22 de septiembre de 2013

Ida Holz, uruguaya en el Salón de la Fama de Internet:Vinimos en 1985.Uruguay estaba horrible


 


MONTEVIDEO (Uypress / Daniel Feldman) — Ida Holz, uruguaya, de 78 años “pero no los parezco; de espíritu no los parezco” es la primera latinoamericana en ingresar al salón de la fama de Internet, junto a otras destacadísimas personalidades a nivel mundial. Medio cansada ya de las entrevistas, aceptó conversar con Uypress sobre peripecias personales, su vida junto al artista plástico Anhelo Hernández y los desafíos que aún hoy se sigue planteando.

Formada en la "escuela pública, liceo público, universidad pública... todo público", la ingeniera Holz, una de las pioneras en la computación en nuestro país, debió marchar luego del golpe de Estado al exilio. Luego de pasar varios meses asilada en la Embajada mexicana en nuestro país, con un hijo pequeño, llegó a México embarazada de su hija.
Allí realizó una carrera espectacular, ocupando cargos de relevancia a nivel estatal en temas de Estadística, y, ya en democracia, retornó a nuestro país para, concurso mediante, ocupar la jefatura del Centro de Cómputos de la Universidad de la República, rechazando una oferta de 8.000 dólares mensuales para seguir en México y viniendo a Uruguay a ganar 1.900 dólares.
La conversación, amena, fue y vino por diferentes tópicos, pero, a pesar de las apariencias, tiene el hilo conductor de su firme determinación de hacer cosas para el avance de la informática en el país.
Comienza hablando Ida, diciendo que no se siente un ser especial a causa de los reconocimientos...
Pero lograste un lugar importante.
Yo creo que lo único que he tenido es coherencia con mis ideas. No soy nada especial; simplemente soy un bicho más político que otros, con una historia mucho más política que otra gente. También, soy muchísimo más vieja que todos los demás que andan en la vuelta, y siempre he sido consecuente con el trabajo y lo que quería hacer.
Sin embargo, para tu época fuiste muy avanzada. Días atrás relatabas en una charla como, medio por casualidad, llegaste a la informática...
Sí, fue por casualidad. Por un profesor que me incentivó. No sé qué vio ese profesor en mí; eso es lo que no entiendo.
Pero, por lo visto no estaba equivocado.
Era una clase de lógica matemática y él me insistió que fuera a la parte de computación. Debe haber visto algo en mi pensamiento que lo llevó a decirse: "esta mujer es para esto". Después que le hice caso, fui, hice las pruebas, me fue muy bien, etc., y tuve una persona que me impulsó mucho, que fue el doctor Manuel Sadosky, de Argentina, que estaba acá y había sido decano de la Facultad de Ciencias Exactas en Argentina. Vino de asesor en la época de Maggiolo y empezó a decirme: "Ida, tenés que ir, tenés que ir". En las pruebas de admisión me había ido muy bien. Cuando me inscribí era la número 349 y posteriormente me dijeron que en la calificación había sido la segunda o la tercera. Después empecé a hacer los cursos, y en todos ellos tenía buenas calificaciones.
Te entusiasmaste.
Es que me gustó mucho. Cada tanto nos entrevistaban, y en un momento hicieron una selección de 30 personas.
¿De qué año estamos hablando?
1968. Te decía entonces, que hicieron una selección para los cursos que iban a dar, y estos duraron como seis o siete meses. Eran como cinco o seis cursos; un curso, un examen; un  curso, un examen y así sucesivamente. En el camino iban quedando los que perdían los exámenes. Al final de esos cursos, quedamos seis o siete y nos realizaron una entrevista. Estaba el Dr. Laguardia, que era el director del Instituto de Matemáticas; Luis Osín, que iba a ser el director del Centro de Cómputos de la Universidad...
El de los textos de Matemáticas.
Exactamente. Está en Israel. Y también estaba Sadosky, que fue una especie de mentor mío. ¡No me voy a olvidar más! Me ofrecieron 19.000 pesos de sueldo. Yo trabajaba como administrativa en Asignaciones Familiares y ganaba 31.000 pesos. Llego a casa y le comento el asunto a Anhelo... a él le importaba un pito el dinero; nunca le interesó, nunca tuvo noción del dinero. Cuando lo conocí, trabajaba en la UTU, y cobraba, le prestaba a todo el mundo y se quedaba sin un peso. En ese tema era un desastre, pero bueno, seguía sus principios. Entonces me dijo: "pero Ida, no vas a comparar un cargo administrativo con trabajar en la Universidad: ándate a la Universidad". Yo le dije: "pero es muy poco dinero, ¿cómo hacemos?". "Ya vamos a arreglarnos" me respondió. Y sí; era mucho más atractivo trabajar en la Universidad que como administrativa en Asignaciones Familiares. Me pasaron muchas cosas raras en la vida.
Estuviste en México.
Sí; en México me fue fantástico. Fui ascendiendo -allí no había concursos- y en un momento, cambió el ministro y mi director y me dije: ahora me echan. Entraban y salían en grupos. Aunque fuera el mismo partido el que estaba en el gobierno -en ese momento era el PRI-, cada vez que cambiaba el presidente, cambiaba el ministro y todos los grupos. Pensé que me iban a echar, y todo lo contrario; llegó otro y me ascendieron. Y después llegó como director general nada menos que Salinas de Gortari. Yo había renunciado, porque ahí trabajaba con economistas, y, si bien había hecho algún curso, no era lo mío, y me fui a otro sector. Cuando Salinas de Gortari asume como ministro, pensé: ahora sí me echan, porque había renunciado. Y no, me volvieron a ascender; me pusieron al frente de una dirección con 250 técnicos.
México tuvo un papel muy importante en la solidaridad con los uruguayos durante la dictadura.
Fue un país maravilloso. Yo, además, tengo una hija nacida allá. Llegué allá embarazada. Fue impresionante el papel del embajador de esa época, que fue un ser absolutamente excepcional. Fuimos a la Junta Departamental a pedir que se le pusiera su nombre a una plaza, y no ha salido.
Demoran esas cosas.
Pero ya hace cinco años que lo planteamos. Yo salí llorando; me emociona hablar de Vicente (Muñiz Arroyo) y todo lo que hizo por nosotros. Hay una placa en la Plaza Virgilio, pero no se le ha hecho el reconocimiento que merece.
Sin embargo, a pesar de que te iba muy bien, tanto económica como profesionalmente, decidís volver a Uruguay.
Eso es todo un lío. Empezamos a discutir si volvíamos o no. Vinimos en 1985 a ver cómo estaba el panorama. ¡Era horrible! Uruguay estaba horrible. Claro, se estaba saliendo de la dictadura, pero todo estaba estancado. Me acuerdo que José Pedro Díaz había ido a México y contó que en Ciencias Sociales no dejaban entrar libros de Marx ni de ninguno de los filósofos que la dictadura consideraba peligrosos o que no servían, y así era todo el panorama del país. Estuvimos acá en Turismo, y con Anhelo nos decíamos que no sabíamos si íbamos a volver. Después empezó la ola del regreso, y la gente se iba de México y volvía a Uruguay; volvimos a discutir si volver o no, y bueno... no se podía vivir toda la vida en esa duda. En 1986 me escribieron mis ex compañeros del Centro de Cómputos y me informaban que había un concurso para director del Centro. Nuestro lema era que no volvíamos sin trabajo. Vine a concursar y gané el cargo. Y ahí la cosa se deslizó hacia el regreso.
Más allá de que cuando se toman esas decisiones se asumen con sus consecuencias, mirándolo con el diario del lunes, ¿hicieron bien en volver?
No sé cuál hubiera sido el futuro si no volvía. Tenía varias ideas claras: era una funcionaria del Estado y tenía una edad, que para los mexicanos ya era bastante avanzada. Tenía 50 años en ese momento. Me decía que eso no podía durar muchos años porque para ellos yo era una veterana. Aunque cuando nos estábamos por ir, me llama Rogelio Montemayor, que era el presidente del Instituto de Estadística y había sido mi jefe, y me dice que había un convenio con el CONICYT para hacer un sistema nacional de información. Y Salinas de Gortari quería que yo lo coordinara. Le planteé que yo era extranjera, que no podía coordinar eso, pero me respondió que Salinas confiaba en mí y quería que yo lo coordinara. Era un sueldo de 8.000 dólares; un sueldón.
Es plata en cualquier lado.
Con todas las connotaciones que ello tenía: coche oficial, chofer, que ya los tenía pero después del sismo había renunciado a ellos y lo había donado para la recuperación. Era un cargo altísimo. Salí de ahí y me sentí espantosa. Era una perspectiva impresionante desde el punto de vista económico, y además un trabajo que yo siempre había promovido que debía hacerse. También lo promuevo acá. Es una de mis obsesiones; un sistema nacional de información coherente. Pero le dije a Montemayor que ya habíamos decidido volver y que no estaba en condiciones de cambiar una circunstancia por una decisión de vida. Y salí llorando... soy muy llorona. Luego me llamaron para que fuera a hablar con Carlos Salinas, y le dije lo mismo; que estábamos preparando el regreso. Le dije también que nosotros no habíamos elegido vivir en México, que había sido algo circunstancial. Creo que es un país fantástico y me parece bien la gente que decidió quedarse. Pero nos regresamos. Anhelo estaba en el apogeo de su carrera: era el primer latinoamericano vivo que exponía en el Museo de Bellas Artes. Para él fue mucho más doloroso el regreso; México es un país de artistas.
Tengo el recuerdo de las tapas de los libros de la editorial Siglo XXI, que él ilustraba.
Sí; México era excepcional. Pero también pesaba el tema de la edad; Anhelo era 13 años mayor que yo y estaba el tema de los niños. O volvíamos en ese momento, en que Arauco tenía que empezar el liceo, o no volvíamos más. Era el momento preciso para regresar, porque después los jóvenes se instalan y ya no los sacás más. Y volvimos. No digo que me arrepiento; no. Creo que para los jóvenes fue bueno vivir en este medio. México es mucho más difícil, más consumista. Acá no nos fue mal, aunque claro, pasé de la oferta de 8.000 dólares a ganar 1.900, pero no nos fue mal. Y a mis hijos no les fue mal. Claro, en el camino, mi hija ya no está acá en Uruguay.
Está haciendo su camino.
Por supuesto.
Llegaste acá y estaba todo en pañales en la Universidad, ¿no?
No eran pañales; era estancamiento. Es peor que estar en pañales. En 14 años, desde que me habían destituido a mí y a un grupo de gente, y otros que se fueron antes de que los echaran, el Centro de Cómputos se había estancado de una manera impresionante. En definitiva, eso es retroceso, no estancamiento. La tecnología seguía fluyendo y desarrollándose de una manera impresionante. Cuando llegué a México me di cuenta que teníamos un atraso enorme en el área de informática con respecto a los organismos de aquel país. Allá avanzaba y acá estaba parado.
¿Cómo encaraste ese proceso de renovación cuando volviste?
Yo venía con ese espíritu mexicano de innovación. Agarré y empecé a cambiar cosas.
No es fácil cambiar en la Universidad de la República.
No pedía permiso. Primero estaba de rector Lichtensztejn, que me conocía de México, conocía mi carrera y estaba muy orgulloso de que hubiera regresado; decía que de México lo regañaban por haberme traído de vuelta. Le decía: mirá, voy a hacer tal cosa, y él aceptaba. Lo sucedió Brovetto, que siguió apoyándome y luego vino Guarga, que era mi vecino en México. Pero ya te digo, para muchas cosas no pedía permiso; yo caminaba. En el Centro de Cómputos a veces me miraban un poco extrañamente, porque quería cambiar muchas cosas.
No solo había estancamiento sino que también se instaló una mentalidad estancada. No era solo una cuestión de "cosas".
Sí. La gente se había acostumbrado a tener miedo, a no protestar, a acatar ciegamente al superior... todavía hay algo de eso. Entre el clásico conservadurismo uruguayo y lo que se generó en la dictadura, queda bastante de eso. Los jóvenes que van sustituyendo son diferentes, pero son los jóvenes, los que se educaron en estos últimos 25 años.
¿Cómo te llevás con los jóvenes, esta generación que son, como se dice ahora, nativos digitales?
Me llevo bien. Estaban muy sorprendidos de todo esto que me pasó. Me había jubilado y sigo ahí, en mi oficina, con las cosas de la red, y me miraban extrañamente. Con esto del reconocimiento de la Internet Society, me hicieron una gran fiesta; fue algo muy cálido, muy lindo. Les hablé y dije lo que sentía, que me importaba más eso que todos los reconocimientos que me hicieran en la vida. Me importa más su reconocimiento que los internacionales, porque me importa que eso avance.
Tampoco era fácil, allá por la década de 1980, pensar en ese cambio, en todo el tema de las redes.
No, no; eso no existía. Me acuerdo que en 1986, que estábamos con algunos temas del Censo de población en México, luego del sismo, empezamos a usar fax. Para mí, podernos comunicar con los 32 Estados que estaban haciendo cosas de estadística, era una cosa maravillosa; algo sorprendente. Hoy, odio el fax. Pero ahí empezaba el tema de las comunicaciones. Cuando llegamos acá eso no existía; era muy, muy incipiente. Recuerdo que mi hijo Arauco tenía un compañero en el liceo que su padre instaló el primer fax, y le fue bárbaro, porque ingresó en un campo nuevo. No sabíamos nada, aunque en Estados Unidos ya existía el correo electrónico.
Era algo a nivel académico.
Sí, hasta 1994 fue así. Pero nosotros no sabíamos ni lo soñábamos; en México no supimos nada de eso. No sé si existía en la UNAM, pero yo estaba en el Instituto Nacional de Estadística y no teníamos acceso a esos avances.
La UdelaR desarrolló el tema y aún hoy las otras universidades siguen usando el contacto.
Sí, además salen al mundo  a través nuestro.
¿Cómo está Uruguay en el contexto internacional?
Preferiría no hablar de ciertas cosas.
¿Tan así?
En el campo de las redes académicas estamos muy mal. Creo que por una falta de sensibilidad sobre la importancia que tiene la investigación y la necesidad de apoyarla. También estamos tan aislados que muchas veces la gente o los organismos no se dan cuenta que hoy en día, el mundo avanza en forma colaborativa. No hay investigadores aislados, todo es muy colaborativo. Y las redes, en ese campo, ayudan muchísimo para trabajar en conjunto. En eso estamos atrasados. Y me refiero a Latinoamérica, no al resto del mundo. Estamos atrasados, salvo frente a Paraguay, Bolivia y algún otro país.
Frente a Brasil, ¿por ejemplo?
Brasil es una potencia; Chile, Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador, México; todos ellos están mucho más avanzados que nosotros. El año pasado estuve en Ecuador, que no lo conocía, y es un país sumamente pujante; Colombia avanza de una manera impresionante. Estuve hace poco en una reunión que financió el BID, sobre acceso abierto a las publicaciones científicas, y nosotros no estábamos. El del BID me decía: "¿Qué pasa con Uruguay?". Uruguay tiene fama de país avanzado, y en cierto sentido lo es; en la proporción de gente que accede a Internet y otras cosas, que tienen mucho que ver con el Plan Ceibal. Eso fue un empuje enorme. El Plan Ceibal en sí es un fenómeno único.
Posiblemente los frutos se vean de aquí a algún tiempo, no creo que sean inmediatos.
Creo que sí, que los frutos, en los jóvenes, se van a ver en unos años. Va a haber una generación distinta.
Sin embargo hay gente que lo criticó y sigue criticándolo mucho.
Y bueno... en este país el que no critica...
Se decía que no tenía contenidos.
Hoy en día está lleno de contenidos. Cuando se empieza, nada es perfecto. En Uruguay siempre hay un "después". ¿Por qué no ponemos primero contenidos y después damos las máquinas, o por qué no esto y después lo otro? Eso no es correcto; si no se tiene el incentivo no se hacen cosas. Para mí el Plan Ceibal fue fantástico, y se lo tenemos que agradecer a Tabaré Vázquez y a Miguel Brechner, que tiene un empuje maravilloso. Se avanzó como se pudo, y hoy en día funciona. Hay cientos de miles de máquinas repartidas. Es cierto, no se utiliza en todos lados, porque hay docentes a los que no le entró en la cabeza, pero la cosa va a ir cambiando. Los niños las utilizan, y sus padres ven las máquinas y saben lo que es. Se trata de un proyecto de equidad. La señora que viene a hacer la limpieza acá, antes, las únicas computadoras que veía eran las de mi casa; ahora, se sienta con su nieta y usa la ceibalita.
¿Cómo congeniaba tu cabeza lógica y formal con la de Anhelo Hernández, artista plástico, de los que siempre se tiene una imagen de volados y bohemios?
Ni tan volado ni tan formal. Anhelo podría haber sido indiferente al dinero, pero era un tipo que pensaba, leía, estudiaba; lo que hacía lo realizaba en forma estructurada, era un muy buen docente, con un acercamiento fantástico con los jóvenes. Me acuerdo que pocos días antes de morir -estaba con un cáncer que volaba- un viernes llego a casa y lo veo, rodeado por 8 ó 10 estudiantes de Bellas Artes, a los que les estaba explicando, en la computadora, cómo había estructurado un cuadro suyo. Y a mí me gustaba verlo trabajar, ver la creación.
¿Qué desafíos te planteás ahora? No te veo con perfil de retirarte.
Por ahora sigo, hasta que me echen. Ahora estoy con la Red Académica; estoy pidiendo entrevistas para tratar de concientizar un poco sobre lo que creo que hay que hacer. Estoy también en la Comisión Directiva de la AGESIC, que es un tema que me gusta mucho. Me parece un lugar donde se están haciendo cosas muy bien y sin mucho barullo, sin burocracia y con un equipo de gente muy motivada. Sin embargo creo que tendría que tener un poco más de barullo, porque a veces los parlamentarios me parece que no saben ni lo que votan en esos temas. Se sabe poco de lo que hace AGESIC; y de lo que se hace en general. Se sabe poco, se estudia poco. Quiero seguir, mientras pueda, con el Plan Ceibal. Y ya veré... y tengo otras cosas que hacer, que es ver qué hago con la obra de mi marido; eso es todo un reto.
¿Cómo recibiste la designación de la Internet Society? ¿La esperabas?
Noooo; para nada. Ni se me ocurrió. En un momento determinado, alguien me pidió un curriculum; cuando pregunté para qué, me respondieron que era para mandar a un lugar, alguien que te está proponiendo. No sabía ni de qué se trataba ni pregunté más. Nadie puede dejar de decir que no está bueno que una vez le reconozcan algo ¿no? Pero nunca se me ocurrió ni hice las cosas para que me reconocieran algo. Hago las cosas de las cuales estoy convencida que tengo que hacerlas. En cierto sentido soy impulsiva y me entusiasmo con las cosas que creo que tengo que hacer.
Hace poco hacías referencia a que querés que se hagan ciertas cosas en la salud, a raíz de una peripecia personal.
Quiero ir a hablar con el director del Maciel, que me parece interesantísimo lo que está haciendo. Pero no es a raíz de la peripecia personal; estoy convencida que hay que hacer telemedicina. Tengo un amigo en Brasil, que dirige un proyecto, tanto a nivel académico como hospitalario, donde tienen más de 230 hospitales conectados. Me parece muy necesario. Mirá todos los líos que hay últimamente con gente que no es atendida. Lo que a mí me pasó fue algo espantoso, y lo sigo pagando. ¡Nadie debería tener un infarto en La Pedrera! Llegué a Montevideo y me empezaron a atender 10 horas y 40 minutos después.

No hay comentarios:

Publicar un comentario