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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Las dos mejores obras de marketing político son el Manifiesto Comunista y la Biblia. Por Javier Zeballos






 
MARKETING POLÍTICO




Ahora que desde El Vaticano afirman que Jesús fue el primer Twittero, por las frases breves de sus parábolas y mensajes, igualmente no alcanzan al tremendo trending topic de 1848 que como un fantasma recorrió Europa: Proletarios del mundo, ¡Uníos! en mucho menos que 140 caracteres. (Proletarier aller Länder, vereinigt euch! en el original en alemán).


Y si no, recordar las once Tesis sobre Feuerbach, que no todas entran en esos exiguos caracteres pero sí una de las más conocidas, la XI: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". (joder, qué poder de síntesis hasta poética).


Pero si bien ambos, marxismo y cristianismo, supieron transmitir, con no poco sacrificio, las ideas de uno o dos, un grupito, incluso apenas una secta de iniciados, más de una vez; lo interesante es que su impacto inicial tuvo el mérito de golpear con la fuerza implacable de la ética y la estética. Divorciarlas motivó y motivará siempre atajos al vacío.


Sin embargo, no solo en aquel impacto radicó su éxito como impulsor de las fuerzas motrices del cambio. También hay que buscarlo en la constancia de sus prácticas.


Y esto nos lleva a la imprescindible relación de teoría y práctica que abonen una praxis transformadora constante, sabiendo que hay períodos de estancamiento y momentos de vertiginosos tránsitos. La capacidad de elaboración individual y colectiva es una exigencia de la realidad para no quedarse en la mera repetición a pies juntillas (como decían los manuales) de eruditas frases célebres separadas se su contexto histórico concreto, pero sobre todo, de la situación que se pretende analizar.


Claro que ese tránsito de una elite a los millones de seres capaces de hacerlas latir en sus corazones, gargantas y acciones, implica las necesarias contradicciones que hay que ir integrando y resolviendo a partir de un accionar que no puede quedar asentado en la contemplación del mundo ni en el discurso cómodo de los nichos políticos que nada cambian, aunque crean que su aporte pasará a la historia.


Si no, no hiera sucedido con ese laberíntico trayecto desde los alrededores de la antigua Jerusalem, de aquellos pescadores y artesanos descalzos "con las manos con ropones y hediondos a sudor" hasta llegar por todos los caminos minando a la Roma Imperial para que el principal autócrata del imperio (acosado por las tribus bárbaras y su decadencia interna) trasmutara aquella idea subversiva y laica, casi una cuña materialista la filosofía, en religión y la adoptara como culto del poder que había soñado combatir en su nacimiento en las tierras de Judea.


Todo el derrotero medieval no pudo siquiera esconder aquel latir primitivo del cristianismo original influenciado por esenios y zelotes, más que por los fariseos y saduceos que controlaban la intelectualidad y el manejo del templo.


Pero el punto nos lleva a las contradicciones producto de un movimiento que surge de los más desposeídos pero termina en manos del poder imperial, que que nació como una idea subversiva para trasformarse en un bálsamo, que buscaba cambiar en la tierra para ilusionar con cambiar en el cielo.


El ejemplo más directo es el origen del vocablo Iglesia, traducción griega del arameo antiguo, que significa Asamblea.


Pero lo mismo acechó a las ideas socialistas. Así, no fueron pocos los profetas de utopías o los repetidores de citas huecas. Tampoco la intermediación, ya no entre dios y los fieles sino entre el secretario general y los militantes. Hay que desarropar dogmas en las iglesias cristianas como en las marxistas. Esa fue y es una tarea necesaria siempre. Lo mismo que impedir que la estrategia se divorcie de la táctica o la teoría se separe de la práctica y la posición se vuelva pose y la coherencia solo un testimonio.


Ayer hoy y siempre, aquí y ahora y en todas partes. No hay caso, La Revolución sigue revolucionando y tiene todas las vocales, como contaba Eduardo, allá en Managua, cuando los más jóvenes alfabetizaban por las tierras de Sandino.


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