El delantero mete un gol desde fuera del área y en el minuto 91 para aliviar el sufrimiento de Argentina ante la esforzada Irán
El País de España
Messi marcó en el minuto 91
y tapó bajo un manto de entusiasmo las penurias que amenazan a
Argentina. El gol, cuando el partido se agotaba y la hinchada se
desesperaba en un silencio estremecedor, servirá al equipo para
clasificarse y sumar horas en la competición. Pero los síntomas de este
candidato al título son pésimos. Tan malos que se hace difícil
considerarlo un aspirante serio.
Irán descubrió los problemas que se han apoderado de la selección argentina desde hace años. No son pocos y afectan a casi todos los órdenes del equipo.Han desaparecido los laterales y los centrales de categoría, los volantes disponibles son incapaces de dar trazo al juego, el seleccionador Alejandro Sabella se ha dedicado desarrollar automatismos defensivos pero ha olvidado, o ha fracasado, en el intento de proveer conductos de elaboración. El equipo es un ladrillo cuando no aparecen sus improvisadores y el más brillante no atraviesa su mejor época. El Mundial le espera, pero Messi no consigue parecerse al futbolista descomunal que fue. Ha vivido mentalmente alejado del juego durante meses y ahora que quiere regresar la competencia le pone trabas. Readaptar el organismo a la exigencia máxima es una de las tareas más difíciles que puede afrontar un futbolista profesional. Messi sigue sin acortar la distancia entre lo que sabe y lo que puede hacer. A sus 27 años no le frena el cuerpo, en el esplendor de su desarrollo, sino la mente distraída.
A Messi le ha cambiado la expresión. Se le ve casi siempre solo, al frente de un pelotón que le contempla con una mezcla de ansiedad y reverencia. Carga demasiado peso sobre sus hombros. Contra Irán no consiguió compensar el desorden táctico de su equipo. El equipo de Nekouman practicó el viejo esquema de la emboscada, replegado con 10 hombres sobre su área. Se administró con calma, sus centrales resistieron con fiereza, y a base de resolución cerró las vías de acceso a su portería. Higuaín y Agüero se encontraron aislados, inaccesibles para sus compañeros. Sabella mandó subir a los laterales a triangular con los volantes y Messi ejerció de diez asociándose con todos y procurando dar el último pase. Le apoyaron Gago y Di María, uno por la derecha y el otro por la izquierda. El plan no hizo mella porque ejecutarlo es difícil sin espacios, sin práctica, y sin interiores que manejen conceptos. Si hay algo que diferencia al fútbol contemporáneo del que se practicó hasta hace dos décadas es la influencia decisiva del adiestramiento sistemático. Por lo visto contra Irán, Argentina necesita tiempo, o ideas, para mejorar el ataque en estático.
El portero Haghighi desvió un tiro de Agüero ajustado al palo y paró con el torso un remate a bocajarro de Higuaín en los primeros minutos de asalto. Argentina no metió un disparo entre los tres palos durante la hora que siguió. Cada ataque frustrado debilitó la convicción del equipo, paulatinamente desarmado ante un rival agitado y más seguro. En la segunda parte Irán replicó con un avance sorpresivo sobre campo argentino. Nekouman adelantó líneas y Masoud, Dejagah y Haji Safi estuvieron a punto de adelantar a su equipo. Reza tuvo dos mano a mano con Romero y los desaprovechó. Otra selección con más calidad, capaz de transiciones más precisas, habría hecho estragos en ese oponente angustiado. Irán se quedó a medio camino y pagó el desgaste.
Sabella introdujo a Lavezzi y Palacio por Higuaín y Agüero, y formó un 4-4-2. Otra rectificación para el repertorio de un conjunto que necesita referencias más firmes. Un cambio sin demasiados efectos aparentes. Porque Argentina no salió de la oscuridad y a Messi le resultó imposible desbordar, siempre anticipado o marcado por los iraníes. No le hizo falta regatear a nadie para meter el gol que puede clasificar al equipo para octavos. Enganchó de derecha a izquierda, su movimiento patentado, y metió el zurdazo desde fuera del área al segundo palo. Esta vez Haghighi no llegó.
Irán descubrió los problemas que se han apoderado de la selección argentina desde hace años. No son pocos y afectan a casi todos los órdenes del equipo.Han desaparecido los laterales y los centrales de categoría, los volantes disponibles son incapaces de dar trazo al juego, el seleccionador Alejandro Sabella se ha dedicado desarrollar automatismos defensivos pero ha olvidado, o ha fracasado, en el intento de proveer conductos de elaboración. El equipo es un ladrillo cuando no aparecen sus improvisadores y el más brillante no atraviesa su mejor época. El Mundial le espera, pero Messi no consigue parecerse al futbolista descomunal que fue. Ha vivido mentalmente alejado del juego durante meses y ahora que quiere regresar la competencia le pone trabas. Readaptar el organismo a la exigencia máxima es una de las tareas más difíciles que puede afrontar un futbolista profesional. Messi sigue sin acortar la distancia entre lo que sabe y lo que puede hacer. A sus 27 años no le frena el cuerpo, en el esplendor de su desarrollo, sino la mente distraída.
A Messi le ha cambiado la expresión. Se le ve casi siempre solo, al frente de un pelotón que le contempla con una mezcla de ansiedad y reverencia. Carga demasiado peso sobre sus hombros. Contra Irán no consiguió compensar el desorden táctico de su equipo. El equipo de Nekouman practicó el viejo esquema de la emboscada, replegado con 10 hombres sobre su área. Se administró con calma, sus centrales resistieron con fiereza, y a base de resolución cerró las vías de acceso a su portería. Higuaín y Agüero se encontraron aislados, inaccesibles para sus compañeros. Sabella mandó subir a los laterales a triangular con los volantes y Messi ejerció de diez asociándose con todos y procurando dar el último pase. Le apoyaron Gago y Di María, uno por la derecha y el otro por la izquierda. El plan no hizo mella porque ejecutarlo es difícil sin espacios, sin práctica, y sin interiores que manejen conceptos. Si hay algo que diferencia al fútbol contemporáneo del que se practicó hasta hace dos décadas es la influencia decisiva del adiestramiento sistemático. Por lo visto contra Irán, Argentina necesita tiempo, o ideas, para mejorar el ataque en estático.
El portero Haghighi desvió un tiro de Agüero ajustado al palo y paró con el torso un remate a bocajarro de Higuaín en los primeros minutos de asalto. Argentina no metió un disparo entre los tres palos durante la hora que siguió. Cada ataque frustrado debilitó la convicción del equipo, paulatinamente desarmado ante un rival agitado y más seguro. En la segunda parte Irán replicó con un avance sorpresivo sobre campo argentino. Nekouman adelantó líneas y Masoud, Dejagah y Haji Safi estuvieron a punto de adelantar a su equipo. Reza tuvo dos mano a mano con Romero y los desaprovechó. Otra selección con más calidad, capaz de transiciones más precisas, habría hecho estragos en ese oponente angustiado. Irán se quedó a medio camino y pagó el desgaste.
Sabella introdujo a Lavezzi y Palacio por Higuaín y Agüero, y formó un 4-4-2. Otra rectificación para el repertorio de un conjunto que necesita referencias más firmes. Un cambio sin demasiados efectos aparentes. Porque Argentina no salió de la oscuridad y a Messi le resultó imposible desbordar, siempre anticipado o marcado por los iraníes. No le hizo falta regatear a nadie para meter el gol que puede clasificar al equipo para octavos. Enganchó de derecha a izquierda, su movimiento patentado, y metió el zurdazo desde fuera del área al segundo palo. Esta vez Haghighi no llegó.
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