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domingo, 22 de junio de 2014

ADUANAS EN LA FRONTERA. SIMBOLO DE INTEGRACIÓN. Por Julio Dornel.

                                                     Escritor y periodsta Julio Dornel




Quienes acompañaron el desarrollo comercial de esta frontera recordaran la invasión de turistas y vecinos de las localidades próximas que se daban cita diariamente en el área, llegando a duplicar por algunas horas la población estable.
Era gratificante contemplar el movimiento comercial que se registraba por aquellos años en los primeros “boliches” y “lojas” brasileñas. La misma situación se registraba cuando la cotización de la moneda invertía los papeles y eran los brasileños los que adquirían sus productos en territorio uruguayo. Bolsas y más bolsas que llenaban las bodegas de los ómnibus y de los automóviles que pasaban de ser utilitarios para transformarse en pesados vehículos que soportaban estoicamente la carga no permitida.
Aquello fue sin ninguna duda el primer mercado común del cono sur (MERCOSUR) ganado en buena ley por una población que ignoraba los marcos fronterizos, contando para ello con la tolerancia de los funcionarios aduaneros. Queremos señalar además que por aquellos años los funcionarios aduaneros que tenían a su cargo la difícil tarea de ejercer la vigilancia, no disponían del armamento necesario ni medios de locomoción para desplazarse. Sin embargo lo fundamental fue siempre el sentido común que se utilizaba en los procedimientos, distinguiendo siempre al vecino que buscaba los artículos de la canasta familiar y el contrabandista con fines de lucro.
Por supuesto que existen disposiciones que deben cumplirse, pero el sentido común de los funcionarios aduaneros estaba por encima de todo, en beneficio del vecino, del turista o del pequeño “bagayero” que en definitiva no pretendía fines de lucro sino abaratar el presupuesto familiar. Lo único que importaba era buscar los precios y comprar más barato, sin tener en cuenta las normas que regían en la materia salvo que se tratara del gran contrabando.
Por esas ironías de las economías, durante muchos años comprábamos en Brasil el tabaco y la caña, hasta que los papeles se invirtieron y ahora son los brasileños que compran el cigarrillo y el whisky en los “Free Shops” uruguayos. Esta reciprocidad en el intercambio de compras es tradicional en la frontera, sin que esto ponga en tela de juicio la honestidad del funcionario que tolera algo más de lo permitido. Sin embargo debemos reconocer que se trata de una de las funciones más delicadas de la administración pública y que suele ser juzgada con mucha ligereza por parte de la población. Es justo reconocer el papel que desempeña la aduana en defensa de la industria nacional protegiendo la política del gobierno y haciendo cumplir las normas y disposiciones que regulan el orden fiscal.
Nadie ignora que de acuerdo a la devaluación monetaria de los países fronterizos, se produce una fiebre compradora de mercaderías, las que suelen introducirse al territorio al margen de la ley.
En una frontera terrestre y tan extensa como ésta resulta muy difícil establecer una fiscalización cuyos resultados estén en consonancia con las disposiciones impartidas por la Dirección Nacional de Aduanas. De todas maneras los funcionarios aduaneros han priorizado siempre y salvo raras excepciones el movimiento de artículos de primera necesidad destinados al consumo de las familias residentes en localidades cercanas a los límites fronterizos.
Quienes tengan la oportunidad de visitar los resguardos y destacamentos aduaneros de este departamento, cuya ubicación estratégica facilita la labor represiva, podrá comprobar que en su gran mayoría se viene cumpliendo un efectivo control, con una cuota de tolerancia para los vecinos del área. Los procedimientos realizados en los últimos meses con importantes incautaciones incluyendo drogas, está demostrando un celo funcional poco común. Debemos señalar finalmente que la conducta moral de algunos funcionarios que se han desviado del verdadero espíritu aduanero no alcanza para rasgarse la vestidura, ni generalizar como si esta institución estuviera integrada solamente por delincuentes.
Esta situación se da también en otras actividades, y sin embargo no tienen la difusión ni el tratamiento que ha tenido siempre la Dirección Nacional de Aduanas. Sin querer dudar de su veracidad queremos ofrecer a nuestros lectores un relato que circula en medios aduaneros con visos de realidad.
Eran los tiempos del receptor Benítez y como siempre sucede, desde algunos sectores de la población se venía reclamando por el auge que había experimentado el contrabando, ante la pasividad de algunos funcionarios aduaneros. Ante esta situación el receptor resuelve designar a un amigo de extrema confianza para controlar el pasaje de mercaderías por el puesto aduanero que por aquellos años se encontraba frente a lo que es hoy el Estadio SAMUEL PRILIAC.
El nombramiento del nuevo funcionario aseguraba un severo control, teniendo en cuenta su honestidad y la confianza personal que le dispensaba el receptor Benítez. Desde el momento que asumió el control aduanero el nuevo funcionario, terminaron las denuncias y parecía que la situación había cambiado definitivamente. Sin embargo antes de que se cumplieran los primeros dos meses, el funcionario en cuestión se presentó en la receptoría entregándole personalmente a Benítez una carta renuncia que finalizaba diciendo: “En honor a la amistad que nos une, debo decirle que no puedo aguantar más esta situación. Los contrabandistas me vienen tentando con sumas importantes y tengo miedo de no poder resistir tanta tentación. Espero sepa comprender mi situación. Que Dios guarde por muchos años” firma el funcionario.

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