El suicidio de la intimidad Marcelo Marchese
El reciente affaire Sofía
Bueno ha generado innumerables consideraciones entre las cuales no
podemos obviar la siguiente: una persona ya no puede fugarse de su casa
sin que se genere una alarma nacional. Contemporáneamente al secuestro
de Lucía, otra muchacha, Evelyn, de diversa clase social, también
desapareció hasta que la madre anunció por televisión que su padre ya no
volvería a pegarle.
Ahora todos sabemos que Evelyn es
víctima de la violencia paterna y sabemos también que algo sucede en la
casa de Sofía Bueno. Pero sabemos mucho más, como que Wanda Nara
disfruta de Mengano, pues ha dejado a Maxi, y Maxi ya no está con Wanda,
pues ahora disfruta de Fulana. Wanda, tiempo atrás, le había practicado
cierta maniobra íntima a Sultano y gracias a que Sultano hizo pública
la operación, saltó a la fama la figura de Wanda. A su vez Ricardo Fort
murió, se supone, de un paro cardíaco, mas previamente había sufrido 43
cirugías. Este constante proceso cirugizal responde, nos parece, a una
incapacidad de aceptarse, la misma razón que genera esa necesidad de
constante exposición. No sólo aquello íntimo se hace público, sino que
aquello exclusivo desaparece: cierta específica boca se estandariza, al
igual que cierta nariz. Debemos imaginar que vive por ahí un cirujano
maníaco que reproduce su propia noción de belleza en los rostros de
todas las mujeres que se someten a su poder.
Bajando en la escala de popularidad,
sabemos que nuestro "amigo" en Facebook (no ahondaremos en esta
prostitución del lenguaje) acaba de comerse unos ravioles y ama a su
perro, y nuestra "amiga" nos informa que hoy está en París, mañana en
Roma y pasado mañana en San Petersburgo. Nos dan ganas de decirle que se
quede en un sólo lugar, pues en caso contrario no conocerá
verdaderamente nada, pero sabemos que sería considerado un comentario
impertinente, pues NO IMPORTA que esté ahí, lo que importa es que
NOSOTROS SEPAMOS QUE ESTÁ AHI. Prueba indiscutible: en vez de disfrutar
que está ahí, está mandándonos fotos a nosotros que estamos acá.
Disfruta de que nosotros la sepamos ahí.
Hemos alcanzado una especie de
farandulización de nuestra vida. No copiamos los esquemas de vida de los
grandes artistas, los grandes científicos o los grandes santos,
copiamos los esquemas de la elite de la farándula. Si ellos viven de
hacer pública su vida nosotros vamos y hacemos la misma payasada. ¿Cómo
hemos logrado un auditorio acorde? Sin necesidad de revistas y TV nos lo
brinda youtube y facebook, que viven de nuestra imperiosa necesidad de
exponernos. Esas empresas encontraron un nicho en el mercado.
A cierta edad el niño exige que lo
miren. Luego esta necesidad decae siendo suplantada por nuevos goces. El
niño madura. Algo sucede sin embargo con el uso que le damos a la
tecnología, pues retardamos esta madurez o la imposibilitamos. No
podemos concluir que esta inmadurez sea generada únicamente por las
nuevas tecnologías, pero sabemos que sin ellas sería imposible, o en
todo caso, históricamente así ha sucedido. Algo que antaño formaba parte
del mundo privado ahora se hace público gracias a las nuevas
tecnologías y las redes. La madre muestra las fotos de su hijito desnudo
o sentado en la pelela, sin pensar que el día que ese niño crezca con
todo derecho lapidará a su madre; el adolescente ostenta sus músculos
trabajados a modo de carnada en procura, suponemos, de la admiración de
algún ente vago; y el poetastro nos acribilla con poemas de muy dudosa
audacia.
Se podrá objetar que todo el mundo
expone su intimidad y particularmente los artistas hacen un uso rabioso
de ella. Felisberto Hernández desnuda, junto a Marcel Proust, los
recuerdos de su infancia, en tanto Mario Levrero nos cuenta su doloroso
tránsito escolar y el viejo Henry Miller rememora cómo hacía el amor con
Mara en tanto aplicaba el plan con cualquiera otra fémina que se le
cruzara por el camino. Antes de ellos, y como verdadero signo de los
tiempos, Baudelaire nos expuso todas sus llagas, le cantó a todas sus
perversiones y desenmascaró la neurosis del hombre moderno dando inicio
al carácter introspectivo de la literatura contemporánea. La diferencia
entre esto y las fotos de la adolescente o la veterana en facebook, que
muestra una sus pechos turgentes y la otra sus pechos abundantes, es que
lo íntimo ha llegado a nosotros a través de una elaboración. Se ha
utilizado lo íntimo no para ostentar, sino a modo de material de trabajo
de la problemática humana. El poeta trabaja con sus sueños y su
intimidad así como el escultor trabaja con el mármol.
Tiempo atrás cuando alguien se hacía una
cirugía estética ocultaba la información al resto, pero en el mundo del
fin de la intimidad se sale a la calle al otro día, con un leuco pegado
a la nariz como signo de la clase social que integramos, ya que pudimos
afrontar un gasto de esa naturaleza. La vedette que antaño escondía su
cuerpo para mostrarlo sólo a aquellos que pagaban por verlo, ahora lo
desnuda de antemano y a toda hora, y como recurso marketinero, si las
revistas no hablan de ella, aprovechará a sacarse alguna foto en el baño
para publicitarse, o hablará pestes de la vedette Fulana, para que
Fulana hable pestes de ella y así cumplir la máxima: "¡Que hablen de ti
bien o mal, pero que hablen!". Sin que se le pregunte, la Alfano
informará que entre las personas con las cuales se acostó (¡Qué diablos
nos puede importar!) se encontraba Sonia Braga. El mecanismo tiene la
siguiente doblez: quienes diseñan la tapa de la revista pondrán el
anuncio de que la modelo Menganita "Sufre la desaparición física de su
pareja Sultanito" en tanto la muestran cubierta de aceite abrazando el
tronco de una palmera, en una postura que nos hace pensar en cómo
disfruta del luto riguroso, en el caso que no muestre en ese lugar
mágico en que la espalda deja de serlo, su nuevo tatuaje con las
invitadoras palabras "Enjoy me".
Es el triunfo de la imagen sobre todo.
El producto entra por los ojos y no escapan a esta dinámica los
políticos, cuya imagen es preparada por las agencias de publicidad que
blanquean los afiches electorales, pues el blanco se asocia a la pureza y
la transparencia. La novia, que llegará a esa noche soñada desde la
niñez, no disfrutará de su fiesta de casamiento, pues será sometida a la
dictadura del fotógrafo, reedición de la dictadura del fotógrafo de la
fiesta de los 15: "Ahora una foto con tus padres ante la fuente"; "Ahora
una foto con los padres de él"; "Ahora una foto con tus compañeros". El
instante ya no importa. Importa el retrato de ese instante, el paso a
la imagen, la construcción del fetiche que luego será mostrado al pobre
desprevenido que irá a visitar a la novel pareja. El turista en Machu
Picchu atrapará el instante, como forma de no estar allí, como eficaz
forma de no ser alterado por las sensaciones que le generen la Sagrada
Familia o el Museo de la Inquisición. Algo se mueve, algo es alterado,
inmediatamente zafamos de esa inquietud trasladando la energía al
obturador de la cámara.
Queremos perpetuarnos como imagen en la
mente de los demás. Queremos popularidad. Ayudamos todo lo que podemos,
en aras de la exposición mediática, a que las grandes empresas violen
nuestra intimidad. Ellas aumentan su banco de datos sobre nuestros
gustos e intereses, gustos e intereses en gran parte generados por esas
mismas empresas que impunemente manejan nuestras pulsiones sexuales a su
antojo, con tal de vender un producto. Somos bombardeados por la
televisión, en ese momento en que sube el volumen para los reclames, con
decenas de miles de estímulos sexuales luego insatisfechos. Mientras
tantos los Estados nos piden una cédula para cruzar una frontera. Cada
vez que cruzamos una sufrimos una horrible incomodidad resultado de ser
considerados criminales hasta que se demuestre lo contrario. Los
funcionarios con la peor mala honda del mundo harán lo imposible por
manifestárnoslo. Hace algunos años no existía ni cédula ni pasaporte y
el ser humano viajaba de aquí para allá sin tanto trámite. Tiempo atrás,
si nos drogábamos era un asunto nuestro, pero la cruzada antiliberal de
inicios del XX transformó un asunto íntimo en un asunto de Estado. No
existe tampoco derecho al suicidio ni asistencia al suicida, el Estado
lo penaliza dominando inclusive nuestro derecho a morir cuando queramos.
Tampoco dos personas pueden solucionar sus problemas de honor como les
plazca, pues el Estado, sin que nadie lo haya llamado a opinar en un
problema de índole privado, ha resuelto que no corresponde. El Estado
sabe cuándo nacimos, quiénes son nuestros padres, dónde trabajamos,
cuánto ganamos, conoce nuestro curriculum, nuestra ficha médica y el
psiquiatra tiene el poder de recluirnos apenas seamos considerados unos
alienados. Hemos sacrificado en el altar de la seguridad nuestra
intimidad y en un futuro cercano tendremos un microchip que informará
dónde estemos, en el caso que no seamos inmediatamente localizables por
el celular o la tarjeta de crédito. La tarjeta de crédito permite que se
sepa en qué circuitos andamos, cuánto ganamos y cuánto defraudamos al
Estado.
Hay una inquietud, una ausencia de
espiritualidad. Ha desaparecido el concepto de lo sagrado. Es la primera
y más evidente de las virtudes del progreso. Llenamos el vacío
consumiendo y exponiéndonos. Las cartas llegan más rápido para no decir
nada. La comunicación ha avanzado increíblemente para desnudar nuestro
vacío. Si el goce de estar con nuestro amor es trasladado a que los
demás sepan que estamos con nuestro amor, se altera la razón misma del
amor. Si el goce se traslada del vínculo con la cosa a la imagen de la
cosa, desaparece el disfrute de la cosa. Si atrapamos al zorzal para
enjaularlo y así poder disfrutar ordenadamente de su canto a modo de
cucú del reloj, perdemos la posibilidad de sorprendernos porque un
zorzal se acerca a nuestra ventana y con su canto nos regala un momento
mágico.
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