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viernes, 29 de noviembre de 2013

El suicidio de la intimidad Marcelo Marchese


 

 

El reciente affaire Sofía Bueno ha generado innumerables consideraciones entre las cuales no podemos obviar la siguiente: una persona ya no puede fugarse de su casa sin que se genere una alarma nacional. Contemporáneamente al secuestro de Lucía, otra muchacha, Evelyn, de diversa clase social, también desapareció hasta que la madre anunció por televisión que su padre ya no volvería a pegarle.

Ahora todos sabemos que Evelyn es víctima de la violencia paterna y sabemos también que algo sucede en la casa de Sofía Bueno. Pero sabemos mucho más, como que Wanda Nara disfruta de Mengano, pues ha dejado a Maxi, y Maxi ya no está con Wanda, pues ahora disfruta de Fulana. Wanda, tiempo atrás, le había practicado cierta maniobra íntima a Sultano y gracias a que Sultano hizo pública la operación, saltó a la fama la figura de Wanda. A su vez Ricardo Fort murió, se supone, de un paro cardíaco, mas previamente había sufrido 43 cirugías. Este constante proceso cirugizal responde, nos parece, a una incapacidad de aceptarse, la misma razón que genera esa necesidad de constante exposición. No sólo aquello íntimo se hace público, sino que aquello exclusivo desaparece: cierta específica boca se estandariza, al igual que cierta nariz. Debemos imaginar que vive por ahí un cirujano maníaco que reproduce su propia noción de belleza en los rostros de todas las mujeres que se someten a su poder.
Bajando en la escala de popularidad, sabemos que nuestro "amigo" en Facebook (no ahondaremos en esta prostitución del lenguaje) acaba de comerse unos ravioles y ama a su perro, y nuestra "amiga" nos informa que hoy está en París, mañana en Roma y pasado mañana en San Petersburgo. Nos dan ganas de decirle que se quede en un sólo lugar, pues en caso contrario no conocerá verdaderamente nada, pero sabemos que sería considerado un comentario impertinente, pues NO IMPORTA que esté ahí, lo que importa es que NOSOTROS SEPAMOS QUE ESTÁ AHI. Prueba indiscutible: en vez de disfrutar que está ahí, está mandándonos fotos a nosotros que estamos acá. Disfruta de que nosotros la sepamos ahí.
Hemos alcanzado una especie de farandulización de nuestra vida. No copiamos los esquemas de vida de los grandes artistas, los grandes científicos o los grandes santos, copiamos los esquemas de la elite de la farándula. Si ellos viven de hacer pública su vida nosotros vamos y hacemos la misma payasada. ¿Cómo hemos logrado un auditorio acorde? Sin necesidad de revistas y TV nos lo brinda youtube y facebook, que viven de nuestra imperiosa necesidad de exponernos. Esas empresas encontraron un nicho en el mercado.
A cierta edad el niño exige que lo miren. Luego esta necesidad decae siendo suplantada por nuevos goces. El niño madura. Algo sucede sin embargo con el uso que le damos a la tecnología, pues retardamos esta madurez o la imposibilitamos. No podemos concluir que esta inmadurez sea generada únicamente por las nuevas tecnologías, pero sabemos que sin ellas sería imposible, o en todo caso, históricamente así ha sucedido. Algo que antaño formaba parte del mundo privado ahora se hace público gracias a las nuevas tecnologías y las redes. La madre muestra las fotos de su hijito desnudo o sentado en la pelela, sin pensar que el día que ese niño crezca con todo derecho lapidará a su madre; el adolescente ostenta sus músculos trabajados a modo de carnada en procura, suponemos, de la admiración de algún ente vago; y el poetastro nos acribilla con poemas de muy dudosa audacia.
Se podrá objetar que todo el mundo expone su intimidad y particularmente los artistas hacen un uso rabioso de ella. Felisberto Hernández desnuda, junto a Marcel Proust, los recuerdos de su infancia, en tanto Mario Levrero nos cuenta su doloroso tránsito escolar y el viejo Henry Miller rememora cómo hacía el amor con Mara en tanto aplicaba el plan con cualquiera otra fémina que se le cruzara por el camino. Antes de ellos, y como verdadero signo de los tiempos, Baudelaire nos expuso todas sus llagas, le cantó a todas sus perversiones y desenmascaró la neurosis del hombre moderno dando inicio al carácter introspectivo de la literatura contemporánea. La diferencia entre esto y las fotos de la adolescente o la veterana en facebook, que muestra una sus pechos turgentes y la otra sus pechos abundantes, es que lo íntimo ha llegado a nosotros a través de una elaboración. Se ha utilizado lo íntimo no para ostentar, sino a modo de material de trabajo de la problemática humana. El poeta trabaja con sus sueños y su intimidad así como el escultor trabaja con el mármol.
Tiempo atrás cuando alguien se hacía una cirugía estética ocultaba la información al resto, pero en el mundo del fin de la intimidad se sale a la calle al otro día, con un leuco pegado a la nariz como signo de la clase social que integramos, ya que pudimos afrontar un gasto de esa naturaleza. La vedette que antaño escondía su cuerpo para mostrarlo sólo a aquellos que pagaban por verlo, ahora lo desnuda de antemano y a toda hora, y como recurso marketinero, si las revistas no hablan de ella, aprovechará a sacarse alguna foto en el baño para publicitarse, o hablará pestes de la vedette Fulana, para que Fulana hable pestes de ella y así cumplir la máxima: "¡Que hablen de ti bien o mal, pero que hablen!". Sin que se le pregunte, la Alfano informará que entre las personas con las cuales se acostó (¡Qué diablos nos puede importar!) se encontraba Sonia Braga. El mecanismo tiene la siguiente doblez: quienes diseñan la tapa de la revista pondrán el anuncio de que la modelo Menganita "Sufre la desaparición física de su pareja Sultanito" en tanto la muestran cubierta de aceite abrazando el tronco de una palmera, en una postura que nos hace pensar en cómo disfruta del luto riguroso, en el caso que no muestre en ese lugar mágico en que la espalda deja de serlo, su nuevo tatuaje con las invitadoras palabras "Enjoy me".
Es el triunfo de la imagen sobre todo. El producto entra por los ojos y no escapan a esta dinámica los políticos, cuya imagen es preparada por las agencias de publicidad que blanquean los afiches electorales, pues el blanco se asocia a la pureza y la transparencia. La novia, que llegará a esa noche soñada desde la niñez, no disfrutará de su fiesta de casamiento, pues será sometida a la dictadura del fotógrafo, reedición de la dictadura del fotógrafo de la fiesta de los 15: "Ahora una foto con tus padres ante la fuente"; "Ahora una foto con los padres de él"; "Ahora una foto con tus compañeros". El instante ya no importa. Importa el retrato de ese instante, el paso a la imagen, la construcción del fetiche que luego será mostrado al pobre desprevenido que irá a visitar a la novel pareja. El turista en Machu Picchu atrapará el instante, como forma de no estar allí, como eficaz forma de no ser alterado por las sensaciones que le generen la Sagrada Familia o el Museo de la Inquisición. Algo se mueve, algo es alterado, inmediatamente zafamos de esa inquietud trasladando la energía al obturador de la cámara.
Queremos perpetuarnos como imagen en la mente de los demás. Queremos popularidad. Ayudamos todo lo que podemos, en aras de la exposición mediática, a que las grandes empresas violen nuestra intimidad. Ellas aumentan su banco de datos sobre nuestros gustos e intereses, gustos e intereses en gran parte generados por esas mismas empresas que impunemente manejan nuestras pulsiones sexuales a su antojo, con tal de vender un producto. Somos bombardeados por la televisión, en ese momento en que sube el volumen para los reclames, con decenas de miles de estímulos sexuales luego insatisfechos. Mientras tantos los Estados nos piden una cédula para cruzar una frontera. Cada vez que cruzamos una sufrimos una horrible incomodidad resultado de ser considerados criminales hasta que se demuestre lo contrario. Los funcionarios con la peor mala honda del mundo harán lo imposible por manifestárnoslo. Hace algunos años no existía ni cédula ni pasaporte y el ser humano viajaba de aquí para allá sin tanto trámite. Tiempo atrás, si nos drogábamos era un asunto nuestro, pero la cruzada antiliberal de inicios del XX transformó un asunto íntimo en un asunto de Estado. No existe tampoco derecho al suicidio ni asistencia al suicida, el Estado lo penaliza dominando inclusive nuestro derecho a morir cuando queramos. Tampoco dos personas pueden solucionar sus problemas de honor como les plazca, pues el Estado, sin que nadie lo haya llamado a opinar en un problema de índole privado, ha resuelto que no corresponde. El Estado sabe cuándo nacimos, quiénes son nuestros padres, dónde trabajamos, cuánto ganamos, conoce nuestro curriculum, nuestra ficha médica y el psiquiatra tiene el poder de recluirnos apenas seamos considerados unos alienados. Hemos sacrificado en el altar de la seguridad nuestra intimidad y en un futuro cercano tendremos un microchip que informará dónde estemos, en el caso que no seamos inmediatamente localizables por el celular o la tarjeta de crédito. La tarjeta de crédito permite que se sepa en qué circuitos andamos, cuánto ganamos y cuánto defraudamos al Estado.
Hay una inquietud, una ausencia de espiritualidad. Ha desaparecido el concepto de lo sagrado. Es la primera y más evidente de las virtudes del progreso. Llenamos el vacío consumiendo y exponiéndonos. Las cartas llegan más rápido para no decir nada. La comunicación ha avanzado increíblemente para desnudar nuestro vacío. Si el goce de estar con nuestro amor es trasladado a que los demás sepan que estamos con nuestro amor, se altera la razón misma del amor. Si el goce se traslada del vínculo con la cosa a la imagen de la cosa, desaparece el disfrute de la cosa. Si atrapamos al zorzal para enjaularlo y así poder disfrutar ordenadamente de su canto a modo de cucú del reloj, perdemos la posibilidad de sorprendernos porque un zorzal se acerca a nuestra ventana y con su canto nos regala un momento mágico.

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