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miércoles, 4 de junio de 2014

El auténtico triunfador de las internas Marcelo Marchese

imagen del contenido Marcelo Marchese


uy press

Asistimos a un nuevo y garrafal error de los grandes medios. El domingo pasado no ganó Lacalle Pou ni Vázquez ni Bordaberry, el vencedor del domingo, con amplio margen, fue el desinterés que conquistó un 66,5%.

Agréguese un misterioso 3,66% que votó en blanco o anulado y estaremos frente a la información capital que arrojan las internas. Preocuparse de cualquier otro fenómeno obviando éste, significa olvidar el bosque extasiados con el primer árbol con que tropecemos.
El dato es aún más elocuente en su perspectiva histórica. En las internas del 99 acudieron por propia voluntad un 53,7% de los habilitados; en el 2004 un 46%; en el 2009 un 44,8% y el domingo pasado un 37,5%. En un lapso de 15 años la abstención creció un 20% y seguirá creciendo a medida que se renueve el padrón electoral.
Las internas son parte de una reforma electoral que intentaba oxigenar el sistema con dosis de transparencia y democracia. La idea era muy linda: en vez de los aparatos sería la gente quien elegiría al candidato. Es la historia, reiterada, de las reformas políticas y educativas: hacer como que algo cambie para que nada cambie: el viejo y efectivo truco de tirar la pelota para adelante. La reforma del 96 pretendía revertir el desinterés por nuestra forma de hacer política que venía in crescendo desde la apertura democrática. Si la gráfica, en vez de partir del 99, partiera del 84, la tendencia sería aún más elocuente.
Sin embargo, para medir la incuestionable decadencia del sistema democrático republicano, es necesaria una mirada aún más amplia que incluya la eclosión democrática que significó la Revolución de las Trece Colonias y la posterior Revolución Francesa. El nuevo sistema político opuesto a la teocracia y teorizado por la Ilustración mantendría su prestigio durante el siglo XIX, sobreviviría, con ciertas grietas, a la prueba de fuego que significaría la carnicería de la Primera Guerra Mundial (1) y volvería a justificarse al término de la Segunda Guerra, con la consecuente derrota del fascismo italiano y el nazismo. Sin embargo, paradójicamente, la declinación, si estuviéramos obligados a situarla en un momento histórico, comenzaría con su definitivo triunfo, la caída del muro de Berlín y la consecuente universalización del mundo bajo el capitalismo. Esta universalización conocida como globalización arrasó con industrias nacionales, selvas y desiertos; arrojó toneladas de plástico en los océanos, hizo inconcebibles avances en la comunicación y nos inundó con mercaderías que no logran ocultar una verdad evidente: como le dijera Morfeo a Neo, sólo somos una pila Duracell en la Matrix. Si miramos aquellas ilusiones que marcaron el nacimiento del "Nuevo Régimen", de la fraternidad ya nadie se acuerda, la libertad es un concepto bastante relativo y la igualdad es una burla en tanto un 1% sea dueño del 50% del PBI mundial y los 85 individuos más ricos acaparen tanto como los 4.000 millones más pobres. El problema no es sólo que ese 1% sea dueño de la mitad de una esfera que gira en el universo, el problema es que van por más y aparentemente nada ni nadie puede detenerlos y mucho menos un sistema político que no se visualiza como garante ante esa geofagia ni como expresión de las mayorías. En el amplio mundo siete mil millones de hormiguitas que se afanan de aquí para allá saben que el loable régimen democrático republicano es el sistema por el cual el 1% ejerce su dictadura. Ni se confía en el sistema ni se confía en la justicia del sistema, la cual es tipificada como una serpiente que sólo pica al pie descalzo.
Lo único que logra prestigiar al sistema democrático republicano son las dictaduras. Millones de individuos en el mundo árabe, ante el insólito desinterés de los intelectuales del resto del mundo "civilizado", han protagonizado acciones de un heroísmo rayano en la demencia. En lucha contra unas autocracias sanguinarias apuntaladas desde Occidente, han volteado cuatro tiranos al grito de democracia y dignidad. En Uruguay, once años de dictadura nos llevaron a añorar una mirífica democracia, pero hoy vemos con claridad que sólo salimos del fuego para caer en las brasas. Esta referencia a la dictadura genera que se prendan luces rojas y suene la alarma en el cerebro de ese lector que afirmará: "No sabés lo que era aquello. No se podía hablar, torturaban a mansalva en las cárceles". No dude el lector que nosotros también sufrimos la dictadura y para nada quisiéramos retrotraernos a aquel infausto período, pero le advertimos que actualmente se sigue torturando, sólo que en vez de sufrir los pequeños burgueses justicieros sufren los plebeyos que no tienen ni partidos ni prensa alguna. Los Derechos Humanos no fueron hechos para ellos. La tortura sistemática que hoy se aplica en Uruguay es conocida por presos, policías y abogados penalistas como "la chancleta didáctica" que te destroza pero no deja marcas en el rostro. Es cierto y es una ventaja que en los periódicos y en la calle se puedan decir ahora los disparates que uno quiera, pero si vamos al vital problema de la concentración de la riqueza, desde la dictadura hasta aquí hemos retrocedido. Retrocedimos si observamos la tragedia de la primarización de nuestra economía. El latifundio avanza comiéndose más de mil pequeños productores al año. Este proceso cardinal que determina todos los demás: la educación, la seguridad, no se ha revertido con la llegada de la izquierda al gobierno.
Así que sumado al problema de una dudosa representatividad de nuestros representantes, nos encontramos que a la vuelta de cuarenta años el sueño por el cual dieron la vida unos cuántos, se ha transformado en la triste realidad de un candidato que para ganar las elecciones promete tablets a los jubilados así como Pacheco les compraba chorizos.
Se cree que ese 66% que no perdió el tiempo el domingo en elegir candidatos al dudoso oficio de títeres, son gentes apolíticas, o desinteresadas de la política. No sabemos si es mayor la falta de respeto que significa esta forma de pensar o la ceguera que la anima, pero afirmamos que no existe una mirada apolítica. Los abstencionistas dimos un mensaje sumamente claro que podríamos repetir en Octubre si el voto no fuera obligatorio, triquiñuela ésta, verdadera afrenta contra la libertad, que inventó la derecha ante el nacimiento del Frente Amplio. En Octubre no se repetirá este porcentaje, obligados a ir se votará, sin entusiasmo, por el menos peor. Insólitamente algunos, recientemente, defendieron el voto obligatorio en las internas, manifestación de un rara concepción mágica que razona que si negamos el síntoma acabamos con el problema.
Si los filósofos de La Ilustración vieran en qué se ha convertido el resultado de su imaginación humanista, se cortarían el cuello con el filo de una urna. Sin embargo, tal es el carácter contradictorio de todo en este mundo, la nueva tiranía que derrocó a la vieja autocracia debió ampararse en ideas igualitarias y democráticas que no es sencillo borrar ahora con el codo.
Todos hemos sido educados hasta el hartazgo en esos principios, y en el Magreb y el Máshreq, en España y en Grecia, en Portugal e Islandia, en Estados Unidos, Brasil y Argentina una nueva oleada democrática conocida como los indignados ha puesto en tela de juicio la gran farsa que vivimos. Aquí, en nuestro país y en su traducción pachorrienta, esa corriente se ha expresado en las urnas, y si no llegó al nivel de iracundia de los indignados, al menos podemos afirmar que no se tragan el anzuelo. Parece ser que ese 66% "apolítico" le regala el anzuelo con caña y todo, para que se atragante, al 34% que los mira desde arriba, mas ese gesto donde devuelven el interesado regalo, no ha podido hacerse sin al mismo tiempo rasgar la máscara de la democracia del sistema. La fisura no es muy grande, es cierto, pero todo tiene un principio, aunque no sepamos si el tiempo sólo construirá una nueva máscara o al fin podremos mirar un rostro de frente.

(1) Las manifestaciones artísticas que explotan en el período son testimonio evidente de esta grieta, sin olvidar a la Revolución Rusa que, ya que hablamos de democracia, pero no en el sentido de democracia republicana representativa, con luz, fue la mayor irrupción democrática de la Historia Contemporánea.

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