En
una frontera cada día más sofisticada, donde también la música
viene acompañando los cambios de los nuevos tiempos, no puede
extrañar que junto a los boliches con su sicología marginal, hayan
desaparecido los bailongos, para dar paso a las bandas con sus ritmos
metálicos y decibeles insoportables para las generaciones mayores.
Quizás tengan razón
los jóvenes al señalar que resultaría imposible volver al ritual
de la incomunicación o sacrificio disimulado de aquellos bailes con
hora marcada y sin aguante. No comprenden que nuestros abuelos,
melancólicos frecuentadores del 2X4, pudieran soportar bajo la densa
humareda (todos fumaban) la letra tanguera del “arrabal amargo”
con su cuota de venganzas y traiciones o la presencia trasnochada de
algún compadrito engominado. Quedaron en el mejor recuerdo del siglo
pasado las reuniones bailables amenizadas por las orquestas de los
Mehlo y Víctor Hugo con sus vocalistas locales. Sentadas
cómodamente junto a sus familiares las mozas esperaban pacientemente
la cabeceada invitadora para el baile, mientras los candidatos
cruzaban la pista con un poco de temor. Señalábamos en crónica
anterior que un chuiseño radicado en Noruega, nos interrogaba sobre
los cambios que debe haber experimentado la frontera que había
dejado en la década del 70. Como habrán crecido para merecer el
título de ciudad. Quisiéramos volver para reencontrarnos con amigos
y familiares que acompañaron nuestros primeros pasos en la escuela
del maestro Leiza y luego en el liceo del “Gallego Manolo, volver
al cine de Lasa, trabajar en la fábrica de tabacos y jugar algún
picado en la cancha de La Corea. Tomar “el Mesones” para La Barra
y amanecer en el Sabeiro o el Rancho de la Alegría con la tolerancia
de Marroche y De Brun. Colarnos nuevamente en los bailes de Peñarol,
Felicio o en el Club Social, con Sal de Fruta o Víctor Hugo. Del
otro lado de la Internacional nos llegaban los programas radiales de
la “bossa nova” promocionando un movimiento nuevo que amenazaba
transformar la música popular brasileña. Entre varias figuras
importantes asomaban Caetano Veloso y Gilberto Gil, nacidos ambos en
el 42. Revivir los domingos del fútbol fronterizo, cuando la
rivalidad no era solamente deportiva entre Nacional, Peñarol y San
Vicente, sino que estaban las dirigencias vitalicias de Samuel,
Placer, Justo Pla, Luis Gómez, Milton Pereyra, y los hermanos
Fossati. Regresar también para volver al OPEL y participar
nuevamente en la mesa sagrada de los domingos, estirando luego la
noche con algún truco en la sede de San Vicente y terminar con la
escapada obligatoria a las casas de “mala reputación”. No
sabemos si el chuiseño en cuestión volvió nuevamente a la
frontera, pero tenemos la seguridad de que los lugares comunes que
anhelaba visitar, han desaparecido para siempre del escenario
fronterizo.
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