EDITORIAL
Estamos medio saturados y no entendemos,
que se respalde por acción u omisión a alguna
gente que dista de ser lo mejor de cada casa.
Somos claros: estamos profundamente convencidos
de la honestidad de nuestro presidente José Mujica.
Pero el contacto con algunos individuos de dudosa
reputación en “relaciones peligrosas” no colabora
en fortalecer la autoridad moral del primer mandatario.
Nadie entiende, ni se explica -ni propios ni ajenos-, qué
carajo hace el Pato Celeste en la Torre Ejecutiva.
Tampoco otras vinculaciones con otros individuos de
pasado mafioso y de presente poco cristalino.
A veces parece que el Pepe siente nostalgia de aquellos
“gambusas” de la cárcel de Punta Carretas en los 70.
Otros dicen que es su contacto directo con el “lumpen”
y que el presidente valora a los que vienen de abajo.
El origen humilde no es garantía de ser persona de bien.
Hay tantos pobres como ricos, tantos laburantes como
“pequeños burgueses” que son tremendos hijos de puta.
Parece que el mito “Chueco Maciel” sigue pesando y no se
hace asco en la política de alianzas con sapos y
culebras.
Lo que el presidente parece no percatarse es que su
ejemplo vale muchísimo más que cien mil
declaraciones.
Y así como es paradigma por su discurso de austeridad y
anticonsumo para millones de personas en todo el mundo,
para muchos jóvenes uruguayos el contacto con ciertos
individuos legitima un modelo a seguir, donde reina la
guita.
Pepe insiste en los últimos tiempos con razón, en eso
de:
si no vives como piensas, terminas pensando como vives.
No puede olvidarse de su rol como educador de multitudes
y como pesa el: “dime con quién andas y te diré quién
eres”
¿No hay ningún “compa” de la barra, algún asesor formado
en la denostada Harvard, ningún viejo compinche de
antiguas correrías, que se atreva a decírselo en la cara?
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