Con el poder no hay términos medios,
 o se está adentro o afuera, o se lo odia o se lo ama, o se lo mira con 
envidia o se lo aborrece con pasión. Todas las civilizaciones se han 
edificado sobre el poder político, militar, económico, religioso, 
cultural. Y una parte de esas civilizaciones invirtieron grandes 
energías en regular el poder, con suertes variadas. Calificar al poder 
absoluto fue durante siglos, utilizar un adjetivo innecesario, 
superfluo. El poder por su propia naturaleza tiende hacia el 
absolutismo, solo la organización social, la cultura sofisticada y la 
moral han equilibrado, reducido y organizado el poder. Lo han normado.
La historia de las civilizaciones, de 
las sucesivas formas de poder, está acompañada por la historia de las 
ideas, que básicamente tienen su eje precisamente en las ideas sobre el 
poder. Si consideramos la cultura en el sentido más amplio, como todo lo
 que no es naturaleza, es decir  todo aquello en lo que el hombre y la 
mujer intervinieron, un primer escalón de la cultura tiene que ver 
obligatoriamente con el manejo del poder, con la lucha por el poder, es 
decir con la política.
El nivel alcanzado por una civilización 
se puede medir perfectamente por el espesor cultural e ideal en el 
ejercicio y la lucha por el poder, en las instituciones que se forman, 
en las leyes y normas que las rigen y que gobiernan a los ciudadanos y a
 su relación con los aspectos materiales, como la producción, la 
propiedad, la riqueza, el trabajo, la apropiación de la riqueza, las 
relaciones sociales y otras minucias. Pero también hay que incluir al 
mismo nivel la supraestructura, es decir los aspectos inmateriales, como
 la libertad, los derechos colectivos e individuales, las leyes, el 
acceso a la información, la educación y la cultura. Y por encima de todo
 planea el poder.
Esta introducción muy larga es para 
tratar de navegar en las aguas borrascosas del poder, ese que de una u 
otra manera ejercemos los izquierdistas en el Uruguay desde 1990 en la 
Intendencia de la capital y desde el 2005 a nivel nacional y en otras 
intendencias. Ha impactado fuertemente en todo. En nuestra percepción y 
conocimiento de la realidad, en nuestras relaciones con la sociedad, en 
nuestra mística, en nuestra épica, en nuestra ética, en nuestra relación
 entre compañeros y en nuestras vidas, en el sentido más completo del 
término.
El poder produce esa extraña sensación 
de que todo está al alcance de la mano y que todo depende de cuanto se 
apriete las manos para aferrar sus efluvios, sus placeres. Como todas 
las cosas humanas, el poder es un manojo de contradicciones, nada menos 
lineal que el poder sobre esta mota de polvo estelar que llamamos 
Tierra. Produce alegrías y satisfacciones inmensas y enormes dolores. 
Sobre todo cuando se pierde. Y siempre un constante dolor de cabeza y 
mareos.
En la actualidad se le agregó un síntoma
 que explica casi todos los humanos padecimientos: el stress. El poder 
es la madre y el padre de todos los stress.
¿Cuál es el órgano del cuerpo que se 
relaciona con el poder? No hay ninguna duda, es la cabeza, el poder es 
una actividad eminentemente cerebral, de las neuronas. Aunque impacta en
 el corazón, en el estómago, los intestinos, los esfínteres y hasta los 
pulmones y los riñones. Y en algunos casos en el bolsillo...y en el 
sexo.
El problema es que el poder es una 
actividad untuosa, que al estar directamente relacionada con la vida de 
quien la ejerce y de la que los rodean, en el sentido más amplio del 
concepto, implica el desarrollo de ciertas patologías muy complejas. En 
más de 50 siglos de ejercicio del poder nadie inventó nada que refrene 
la velocidad de circulación sanguínea y la generación de sustancias 
derivadas del poder. Una de ellas es cierta cera (para ser delicados en 
su designación...) que puede afectar el buen funcionamiento de las 
neuronas e impactar en casi todos los órganos, una especie de 
colesterol, a veces buenos a veces letal.
La grasa del poder es buena cuando 
lubrica las exigencias, la dedicación, el esfuerzo, la sobriedad, el 
estudio, el oído, la sensibilidad con los semejantes, la frugalidad en 
el uso del poder, aunque esto no incluye otras necesidades fisiológicas,
 como comer y beber, y sobre todo el respeto por los demás y la buena 
memoria expresada en el recuerdo de aquella genial frase latina "Cave ne cadas". (1)
Es una grasa que intoxica cuando lubrica
 la lengua por encima de todos los músculos, cuando inflama la 
infalibilidad, cuando destrata el tiempo de los demás, cuando alimenta 
la prepotencia, cuando desborda los bolsillos, cuando tapona los oídos y
 permite escucharse solo a si mismo, cuando envicia hasta considerar que
 hay dos medidas, una para los comunes mortales y otra para el poder.  
Es un colesterol muy nocivo cuando impone la altivez hacia abajo y la 
sumisión hacia arriba, produce tortícolis y callos en las rodillas. Para
 algunos es todavía más grave porque creen que arriba de ellos, solo el 
cielo.
Las neuronas más afectadas por esta 
grasa son las de la crítica. Poder y crítica no se llevan  muy bien, se 
repelen naturalmente, por ello hay que disponer de una base ideal  muy 
sólida para enfrentar la ola de complacencia, de auto satisfacción que 
genera el poder. Es el primer síntoma de pérdida de la identidad de 
izquierda. Gobiernos, poderosos infalibles y por encima de las crítica, 
no son de izquierda están en etapa de transición.
Existe otro refugio donde se acumulan 
los untuosos vapores del poder, es la tecnocracia. Siempre como 
argumento, más que como realidad. No hay tecnocracia que pueda ocultar o
 disminuir la política y sus responsabilidades. Cuando se intenta darle 
un viso de neutralidad a la gestión y se usa el argumento de la 
tecnocracia, o a la profesionalización de las funciones de un gobierno, 
se le está quitando el alma. Es lo que la derecha hizo con la economía 
durante décadas, traficando con su ideología y con sus objetivos, 
enmascarados detrás de las supuestas leyes de la economía y sobre todo 
de la macro economía.
Una cosa es promover a los mejores y no 
distribuir por cuota política y otra muy distinta - que algunos países 
en Europa han pagado muy caro - son los gobiernos "técnicos". O cuando 
la alternativa se plantea entre "funcionarios" y "políticos fracasados".
 Es solo para la galería. Esa no debería ser una alternativa para la 
izquierda, ni para un buen gobierno, sino el privilegiar las capacidades
 en su conjunto, en lo político y en lo funcional. Dependiendo 
naturalmente de cada cargo y función. Porque llegado el momento 
podríamos estar tentados de hacer la lista de políticos sin ninguna 
preparación que han ocupado cargos para los que nunca estuvieron 
preparados. Si quieren lo hacemos en los diversos gobiernos.
              * * * * *
Las citas que abren este artículo 
podrían ser consideradas en los extremos del espectro histórico, 
ideológico y geográfico, los une solo la misma visión del poder. A Mao 
Tse Tung y a Pablo de Tarso. Ambas citas contienen una dosis de gran 
sinceridad y de cinismo, por ese camino voy a recordar las palabras del 
senador italiano casi eterno, Giulio Andreotti cuando dijo: "el poder 
desgasta,... al que no lo tiene"
Estaba profundamente equivocado. El que 
no tiene el poder preserva algunas ventajas, el misterio del poder, su 
épica y su estética, los otros, los que lo alcanzaron se desgastan, vaya
 si se desgastan.
Antes, en los viejos tiempos de la 
Guerra Fría, tan distinta de esta época de las guerras tibias, el poder 
era parte esencial de esa tensión absoluta y total y estaba al servicio 
de esa confrontación política, económica, militar, ideológica y moral a 
nivel global, en cada rincón del planeta.
Ahora que atravesamos los nuevos 
territorios del pragmatismo, de un mundo saturado de preguntas y con tan
 pocas respuestas que no provengan de algún adminículo electrónico, el 
poder ha sido librado como nunca a su propia suerte, a la capacidad de 
construir su discurso, sus horizontes, sus cultores y eventualmente sus 
límites.
Voy a abusar de vuestra paciencia 
citatoria y mencionar a dos personas también muy distintas. Una  es el 
sacerdote católico, diputado europeo, periodista y escritor italiano 
Gianni Baget Bozzo, que decía: "Es un buen hombre, que ama sólo dos 
cosas: la familia y el poder. El poder es su adulterio"
Es que el poder puede llegar a 
convertirse en un adulterio, no solo de la familia, sino incluso de 
todas las convicciones más hondas.
Y por otro lado una cita de John 
Fitzgerald Kennedy, que no necesita presentación:  "Cuando el poder 
conduce al hombre a la arrogancia, la poesía le recuerda sus 
limitaciones, cuando el poder corrompe, la poesía limpia". Ojalá hubiera
 sido la poesía la que le recordó al mundo y al propio presidente de los
 Estados Unidos sus limitaciones pero fue un proyectil 7.62 y los más 
tenebrosos intereses de su país, y no hubo poesía capaz de limpiar esa 
mugre que lo asesinó.
Nosotros en nuestra pequeña comarca, que
 tuvo en el poder durante 178 años a los mismos dos partidos, en la 
alternancia (bastante despareja por cierto) más antigua del planeta, 
deberíamos cada tanto recordar al humilde esclavo romano, porque siempre
 se cae. Esa es otra de las leyes inexorables del poder, siempre se cae.
Hay que ser virtuosos para utilizar el 
poder con prudencia, preservarlo con gran respeto y disputarlo con 
honestidad y no caer nunca de la peor manera, perdiendo la propia 
identidad.
•(1)   Cuando un emperador o
 un general romano obtenía grandes victorias y conquistas militares el 
senado lo autorizaba a entrar en la Ciudad Eterna al frente de sus 
legiones. En la cuadriga en que viajaba el homenajeado, adornado con una
 corona de laurel, se colocaba un esclavo muy humilde que en medio de 
los vítores de la muchedumbre, le susurraba al oído: Cave ne cadas. 
Cuidado que también se cae... No puedo asegurar que sea cierto, pero si 
no lo es, "e ben trovato"
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