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lunes, 14 de abril de 2014

Las grasas del poder Esteban Valenti


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El poder es cosa sólida, compacta, tangible y sobre todo escurridiza, resbalosa. Detrás de ese oscuro deseo se mueven las pasiones humanas más intensas. Desde que un cavernícola o arborícola impuso su opinión, y luego su mando militar y/o religioso sobre un grupo de seres humanos, el poder ha sido la actividad más deseada y aborrecida por la humanidad.

Con el poder no hay términos medios, o se está adentro o afuera, o se lo odia o se lo ama, o se lo mira con envidia o se lo aborrece con pasión. Todas las civilizaciones se han edificado sobre el poder político, militar, económico, religioso, cultural. Y una parte de esas civilizaciones invirtieron grandes energías en regular el poder, con suertes variadas. Calificar al poder absoluto fue durante siglos, utilizar un adjetivo innecesario, superfluo. El poder por su propia naturaleza tiende hacia el absolutismo, solo la organización social, la cultura sofisticada y la moral han equilibrado, reducido y organizado el poder. Lo han normado.
La historia de las civilizaciones, de las sucesivas formas de poder, está acompañada por la historia de las ideas, que básicamente tienen su eje precisamente en las ideas sobre el poder. Si consideramos la cultura en el sentido más amplio, como todo lo que no es naturaleza, es decir  todo aquello en lo que el hombre y la mujer intervinieron, un primer escalón de la cultura tiene que ver obligatoriamente con el manejo del poder, con la lucha por el poder, es decir con la política.
El nivel alcanzado por una civilización se puede medir perfectamente por el espesor cultural e ideal en el ejercicio y la lucha por el poder, en las instituciones que se forman, en las leyes y normas que las rigen y que gobiernan a los ciudadanos y a su relación con los aspectos materiales, como la producción, la propiedad, la riqueza, el trabajo, la apropiación de la riqueza, las relaciones sociales y otras minucias. Pero también hay que incluir al mismo nivel la supraestructura, es decir los aspectos inmateriales, como la libertad, los derechos colectivos e individuales, las leyes, el acceso a la información, la educación y la cultura. Y por encima de todo planea el poder.
Esta introducción muy larga es para tratar de navegar en las aguas borrascosas del poder, ese que de una u otra manera ejercemos los izquierdistas en el Uruguay desde 1990 en la Intendencia de la capital y desde el 2005 a nivel nacional y en otras intendencias. Ha impactado fuertemente en todo. En nuestra percepción y conocimiento de la realidad, en nuestras relaciones con la sociedad, en nuestra mística, en nuestra épica, en nuestra ética, en nuestra relación entre compañeros y en nuestras vidas, en el sentido más completo del término.
El poder produce esa extraña sensación de que todo está al alcance de la mano y que todo depende de cuanto se apriete las manos para aferrar sus efluvios, sus placeres. Como todas las cosas humanas, el poder es un manojo de contradicciones, nada menos lineal que el poder sobre esta mota de polvo estelar que llamamos Tierra. Produce alegrías y satisfacciones inmensas y enormes dolores. Sobre todo cuando se pierde. Y siempre un constante dolor de cabeza y mareos.
En la actualidad se le agregó un síntoma que explica casi todos los humanos padecimientos: el stress. El poder es la madre y el padre de todos los stress.
¿Cuál es el órgano del cuerpo que se relaciona con el poder? No hay ninguna duda, es la cabeza, el poder es una actividad eminentemente cerebral, de las neuronas. Aunque impacta en el corazón, en el estómago, los intestinos, los esfínteres y hasta los pulmones y los riñones. Y en algunos casos en el bolsillo...y en el sexo.
El problema es que el poder es una actividad untuosa, que al estar directamente relacionada con la vida de quien la ejerce y de la que los rodean, en el sentido más amplio del concepto, implica el desarrollo de ciertas patologías muy complejas. En más de 50 siglos de ejercicio del poder nadie inventó nada que refrene la velocidad de circulación sanguínea y la generación de sustancias derivadas del poder. Una de ellas es cierta cera (para ser delicados en su designación...) que puede afectar el buen funcionamiento de las neuronas e impactar en casi todos los órganos, una especie de colesterol, a veces buenos a veces letal.
La grasa del poder es buena cuando lubrica las exigencias, la dedicación, el esfuerzo, la sobriedad, el estudio, el oído, la sensibilidad con los semejantes, la frugalidad en el uso del poder, aunque esto no incluye otras necesidades fisiológicas, como comer y beber, y sobre todo el respeto por los demás y la buena memoria expresada en el recuerdo de aquella genial frase latina "Cave ne cadas". (1)
Es una grasa que intoxica cuando lubrica la lengua por encima de todos los músculos, cuando inflama la infalibilidad, cuando destrata el tiempo de los demás, cuando alimenta la prepotencia, cuando desborda los bolsillos, cuando tapona los oídos y permite escucharse solo a si mismo, cuando envicia hasta considerar que hay dos medidas, una para los comunes mortales y otra para el poder.  Es un colesterol muy nocivo cuando impone la altivez hacia abajo y la sumisión hacia arriba, produce tortícolis y callos en las rodillas. Para algunos es todavía más grave porque creen que arriba de ellos, solo el cielo.
Las neuronas más afectadas por esta grasa son las de la crítica. Poder y crítica no se llevan  muy bien, se repelen naturalmente, por ello hay que disponer de una base ideal  muy sólida para enfrentar la ola de complacencia, de auto satisfacción que genera el poder. Es el primer síntoma de pérdida de la identidad de izquierda. Gobiernos, poderosos infalibles y por encima de las crítica, no son de izquierda están en etapa de transición.
Existe otro refugio donde se acumulan los untuosos vapores del poder, es la tecnocracia. Siempre como argumento, más que como realidad. No hay tecnocracia que pueda ocultar o disminuir la política y sus responsabilidades. Cuando se intenta darle un viso de neutralidad a la gestión y se usa el argumento de la tecnocracia, o a la profesionalización de las funciones de un gobierno, se le está quitando el alma. Es lo que la derecha hizo con la economía durante décadas, traficando con su ideología y con sus objetivos, enmascarados detrás de las supuestas leyes de la economía y sobre todo de la macro economía.
Una cosa es promover a los mejores y no distribuir por cuota política y otra muy distinta - que algunos países en Europa han pagado muy caro - son los gobiernos "técnicos". O cuando la alternativa se plantea entre "funcionarios" y "políticos fracasados". Es solo para la galería. Esa no debería ser una alternativa para la izquierda, ni para un buen gobierno, sino el privilegiar las capacidades en su conjunto, en lo político y en lo funcional. Dependiendo naturalmente de cada cargo y función. Porque llegado el momento podríamos estar tentados de hacer la lista de políticos sin ninguna preparación que han ocupado cargos para los que nunca estuvieron preparados. Si quieren lo hacemos en los diversos gobiernos.
              * * * * *
Las citas que abren este artículo podrían ser consideradas en los extremos del espectro histórico, ideológico y geográfico, los une solo la misma visión del poder. A Mao Tse Tung y a Pablo de Tarso. Ambas citas contienen una dosis de gran sinceridad y de cinismo, por ese camino voy a recordar las palabras del senador italiano casi eterno, Giulio Andreotti cuando dijo: "el poder desgasta,... al que no lo tiene"
Estaba profundamente equivocado. El que no tiene el poder preserva algunas ventajas, el misterio del poder, su épica y su estética, los otros, los que lo alcanzaron se desgastan, vaya si se desgastan.
Antes, en los viejos tiempos de la Guerra Fría, tan distinta de esta época de las guerras tibias, el poder era parte esencial de esa tensión absoluta y total y estaba al servicio de esa confrontación política, económica, militar, ideológica y moral a nivel global, en cada rincón del planeta.
Ahora que atravesamos los nuevos territorios del pragmatismo, de un mundo saturado de preguntas y con tan pocas respuestas que no provengan de algún adminículo electrónico, el poder ha sido librado como nunca a su propia suerte, a la capacidad de construir su discurso, sus horizontes, sus cultores y eventualmente sus límites.
Voy a abusar de vuestra paciencia citatoria y mencionar a dos personas también muy distintas. Una  es el sacerdote católico, diputado europeo, periodista y escritor italiano Gianni Baget Bozzo, que decía: "Es un buen hombre, que ama sólo dos cosas: la familia y el poder. El poder es su adulterio"
Es que el poder puede llegar a convertirse en un adulterio, no solo de la familia, sino incluso de todas las convicciones más hondas.
Y por otro lado una cita de John Fitzgerald Kennedy, que no necesita presentación:  "Cuando el poder conduce al hombre a la arrogancia, la poesía le recuerda sus limitaciones, cuando el poder corrompe, la poesía limpia". Ojalá hubiera sido la poesía la que le recordó al mundo y al propio presidente de los Estados Unidos sus limitaciones pero fue un proyectil 7.62 y los más tenebrosos intereses de su país, y no hubo poesía capaz de limpiar esa mugre que lo asesinó.
Nosotros en nuestra pequeña comarca, que tuvo en el poder durante 178 años a los mismos dos partidos, en la alternancia (bastante despareja por cierto) más antigua del planeta, deberíamos cada tanto recordar al humilde esclavo romano, porque siempre se cae. Esa es otra de las leyes inexorables del poder, siempre se cae.
Hay que ser virtuosos para utilizar el poder con prudencia, preservarlo con gran respeto y disputarlo con honestidad y no caer nunca de la peor manera, perdiendo la propia identidad.

•(1)   Cuando un emperador o un general romano obtenía grandes victorias y conquistas militares el senado lo autorizaba a entrar en la Ciudad Eterna al frente de sus legiones. En la cuadriga en que viajaba el homenajeado, adornado con una corona de laurel, se colocaba un esclavo muy humilde que en medio de los vítores de la muchedumbre, le susurraba al oído: Cave ne cadas. Cuidado que también se cae... No puedo asegurar que sea cierto, pero si no lo es, "e ben trovato"

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