Escritor y periodista Julio Dornel
Cuando se fijaron los límites entre ambos países, nadie se hubiera imaginado que dos siglos más tarde esta línea divisoria se podía convertir en el sitio deseado por los comerciantes que pretendieran radicarse en este enclave fronterizo.
En la actualidad y superando cifras millonarias, más de 20 “free-shops” y otros tantos comercios tradicionales ofrecen al turista una variada gama de artículos importados y nacionales que han generado una nueva corriente de compradores.
De alguna manera se ha ido perdiendo la identidad del pueblo porque las tentadoras oferta convencen al “grupo familiar”, asegurando el futuro mediante una buena administración.
Los números que en definitiva son los que mandan han generado una nueva mentalidad, son pocos los que hablan de la parte humana, histórica y edilicia de la frontera que fue creciendo “sobre la línea divisoria de dos países con la misma pena”, como lo dijera el poeta Rondan Martínez.
Tampoco son recordados los ilustres apellidos de viejas familias que fueron construyendo lentamente la aldea y que hoy adornan los panteones del cementerio ante la indiferencia y el olvido de la gran mayoría.
Una verdadera lección de historia donde las diferencias desaparecen y las nacionalidades de quienes llegaron en busca de la tierra prometida descansan juntos para siempre.
Esta avenida internacional (Uruguay- Brasil) que luce orgullosa sus luces de neón, los bustos de Artigas, el Barón de Río Branco y el Olivo de la Paz, fue escenario de muchos festivales populares donde podemos destacar las caravanas deportivas festejando triunfos memorables de la selección brasileña o el “maracanazo” uruguayo del 50.
Cómo olvidar el festival del SOL NACIENTE con la participación de lo más granado del canto uruguayo en el auge de su gloria. Una avenida internacional que vio pasar muchas generaciones por la adolescencia y la juventud, sin darse cuenta que llegaban a peinar canas sin saber que habían vendido muy barato sus mejores años. Avenida internacional que supo tener una Terminal Turística inaugurada por el Ministro Justino Carrere Sapriza en cumplimiento a un proyecto demencial de los gobernantes de turno.
La misma estaba construida en el sitio que ocupan actualmente los bustos de Artigas y el Barón, disponiendo de todas las oficinas que tiene actualmente fuera de la planta urbana de la ciudad. También sobre esta línea divisoria estuvo durante varios días el Ejército brasileño tras el golpe de estado que derivó el 31 de marzo de 1964 al presidente Joao Goulart (Jango), custodiando el ingreso de algún revolucionario procedente de nuestro país. Sus reformas socialistas fueron consideradas contrarias a los intereses de los militares y de la derecha brasileña.
Fue en esa oportunidad que vimos por primera vez una “línea divisoria” que realmente nos separaba y sentimos las consecuencias de una represiva dictadura. Fue el escenario de viejos litigios pretendiendo satisfacer ambiciones y resentimientos a costa de los vecinos. Esta línea divisoria fue también durante la dictadura uruguaya, el pasaporte hacia la libertad para que muchos uruguayos pudieran dormir y trabajar a pocos metros de la represión.
Una avenida poblada de recuerdos
Pequeñas cosas y escenas cotidianas para imaginarnos la llegada de Mario de San Vicente trayendo en diligencia la primera pelota de fútbol allá por 1919, don Silvio Fossati ingeniándose para poner en marcha su fábrica de tabacos, Querubín Maside presidiendo el club Social Luz y Vida con sus reinados de primavera, Don Octavio Pereyra supervisando atentamente el orden del bar Opel donde se arreglaban los problemas del mundo y se discutían los resultados del fútbol local.
El cine del vasco Lasa, el bar de “Walters”, Casa Fernández, tienda Caticha, el peluquero Sadí, la fábrica Fossati, don Leopoldo Vógler, la escuela 28, el bar Opel, la herrería de Perucho, el centro cultural del “Indio” Castillos y la panadería de Mauro que todavía subsiste en un duelo de varias décadas con Casa SANTA ELENA.
Es también en la actualidad el escenario de un fenómeno social que amenaza quedarse por algún tiempo. Para comprobarlo basta que la brisa del atlántico nos traiga desde el cantero central el olor de alguna sustancia que lentamente se viene integrando al comportamiento de la sociedad.
Debemos respetar la libertad para decidir sobre su consumo. También la tolerancia correspondiente para tratar al enfermo, pero es evidente que hay una sociedad permisiva que todavía no ha tomado conciencia sobre la violencia generada por estos comportamientos. Lo vemos diariamente.
Robos, copamientos y una crueldad que tiene sus raíces muchas veces en el consumo de estas sustancias. Todo esto conduce a señalar que la Avenida Internacional se ha convertido en punto de encuentro para los vecinos que durante más de 100 años cruzaron en distintas direcciones sin saber a ciencia cierta en qué país se encontraban.
Sitio obligado para el encuentro casual con algunos compañeros de la infancia o de la juventud para evocar circunstancias guardadas celosamente en el “disco duro” para evocar con alegría los tiempos vividos en el otro Chuy.
Pasaron los años pero la imagen de aquella avenida de tierra y arena que serpenteaba entre los dos países se mantiene intacta en la memoria de algunos pobladores. En las últimas décadas podemos señalar grandes modificaciones en los hábitos fronterizos y donde también han desparecido los espacios verdes que en el siglo pasado sirvieron para gastar energías en algún “picado” del fútbol amateur.
Hoy la vida sedentaria se pretende transformar en el gimnasio o caminando diariamente por la ruta 9, dando cumplimiento a las indicaciones del facultativo. Por ese motivo la Avenida Internacional sigue siendo el punto de concentración y cita obligada de la actividad comercial de una comunidad que sigue “respirando” sobre la línea divisoria de ambos países.
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