Autor: Doctor en Ciencia Política.
 Profesor del Instituto de Ciencia  Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
  
Un pronóstico sobre el plebiscito constitucional
Los plebiscitos 
constitucionales simultáneos a las elecciones nacionales encuentran 
grandes problemas para hacerse un lugar en la agenda pública. Esto 
resulta natural porque las consultas persiguen objetivos diferentes. 
Mientras la elección nacional selecciona gobernantes y representantes de
 los ciudadanos, el plebiscito constitucional se concentra sobre un 
único problema. O sea, la elección nacional puede debatir sobre una 
amplia variedad de materias pero el plebiscito solo puede abordar una 
sola. Bajo estas condiciones, no debería sorprender que los plebiscitos 
pasen desapercibidos para buena parte de la población.
No obstante, en 
ciertas ocasiones los plebiscitos se tornan importantes. El ejemplo de 
manual es la recordada reforma constitucional promovida por las 
asociaciones de jubilados que buscaba atar el reajuste de sus 
jubilaciones y pensiones con la evolución del índice medio de salarios. 
Como la enmienda afectaba a más de la quinta parte del  electorado, 
todos los candidatos -con la excepción de Jorge Batlle- terminaron 
apoyando la reofrma, la cual fue aprobada por una clara mayoría del 
72,5% de los votos.
Vistas las cosas así, 
podríamos pensar que la capacidad de una propuesta de reforma de 
adquirir centralidad y ser aprobada está fuertemente vinculada con la 
magnitud de beneficiarios que presenta la enmienda. Sin embargo, algunas
 iniciativas que eran favorables a amplios sectores del electorado (por 
ejemplo la de la educación en 1994) también fracasaron. En su libro 
sobre la democracia directa*, mi colega David Altman muestra que la 
suerte de las enmiendas también dependen de factores políticos 
(posicionamiento que asume el gobierno), sociales (existencia o no de 
apoyo de un poderoso grupo de presión), económicos (evolución de ciertas
 variables económicas) o  institucionales (coincidencia o no con las 
elecciones nacionales). En otras palabras, la probabilidad de que un 
plebiscito constitucional adquiera centralidad y la reforma sea aprobada
 no solo depende de sus contenidos sino también de otras variables.
Analicemos ahora el 
caso del presente plebiscito sobre la baja de la edad de imputabilidad: 
el gobierno se opone; la consulta es simultánea a las elecciones 
nacionales; las condicionantes económicas son favorables al gobierno; no
 existe un poderoso grupo de presión detrás de la iniciativa. ¿Qué nos 
diría Altman al respecto? No lo sabemos pero tal vez podría pensar que 
no se ha conformado la combinación de factores apropiada como para 
favorecer un resultado positivo.
Ahora bien, pese a eso
 todas las encuestas muestran hasta ahora existe una mayoría de 
ciudadanos favorables a la reforma, por lo cual su chance de éxito está 
intacta. Pero la pregunta crucial es si esto permanecerá así en los 
próximos meses. La respuesta es que no y paso a explicarme.
En mi opinión los 
promotores del plebiscito lanzaron esta propuesta aprovechando el 
malestar que manifestaba la ciudadanía uruguaya respecto a las 
cuestiones de seguridad pública. Su objetivo no era resolver el problema
 de la seguridad pública mediante esta reforma, el verdadero objetivo 
era obtener ciertas ventajas frente a sus competidores. 
Obsérvese
 que la jugada fue muy inteligente porque en una sola movida la 
iniciativa dividió al Partido Nacional (el Herrerismo de un lado y el 
Larrañaga del otro) y colocó a Bordaberry en el centro de la agenda 
pública. Si considero la batería de proyectos de ley sobre la materia 
que los promotores presentaron en el Parlamento, no puedo endilgarles la
 idea banal de que su propuesta para resolver los problemas de 
inseguridad se limite a bajar la edad de imputabilidad. Nada de eso. La 
movida fue una jugada política magistral que le permitió al Partido 
Colorado crecer no menos de cinco o seis puntos porcentuales tal cual 
hoy lo demuestran las encuestas. 
Pero el tiempo pasa y la 
consulta ya está a la vista. La opinión pública comienza a desperezarse 
pese a los obstáculos que tienen todos los plebiscitos. Primero se formó
 una comisión integrada por grupos políticos y organizaciones sociales 
que lanzó una prolija campaña denominada "No a la baja", que aun 
careciendo de recursos se las arregló para mantener el tema encendido e 
imponer su mensaje. Los pájaros de origamis y los globos comienzan a ser
 familiares en el paisaje urbano. También la Universidad de la 
República, luego de impulsar decenas de debates con expertos y técnicos,
 terminó rechazando a la medida, no sin antes debatir orgánicamente en 
todos sus ámbitos. Finalmente, fue la Iglesia, y más precisamente el 
novel y renovador Arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, quien rechazó 
la idea de modificar la Constitución con esa intención, para sorpresa de
 buena parte de sus feligreses acostumbrados al conservadurismo de su 
antecesor.
En ese contexto, la 
suerte de la enmienda comenzó a tambalearse. En pocos meses, el apoyo a 
la baja de la edad de imputabilidad cayó diez puntos porcentuales y a 
esta altura muchos analistas se preguntan si en verdad todo no terminará
 en un fracaso. Yo elevaré la apuesta y diré que existen buenas razones 
para pensar que la probabilidad de éxito de la baja a la edad de 
imputabilidad es muy escasa por no decir nula. Tengo dos formas de 
argumentar esta sentencia. La primera consiste en aplicar los hallazgos 
de Altman y demostrar que no existen condiciones estructurales para su 
aprobación. La segunda consiste en señalar que la propia dinámica de la 
campaña se encargará de jaquear la suerte de la reforma, pues su ingreso
 en el debate público no hará otra cosa que alinear lealtades 
partidarias.
El razonamiento es el 
siguiente: si mis cálculos no fallan, tendremos durante los cinco meses 
que van de junio a octubre una disputa más o menos abierta entre 
Larrañaga y Bordaberry por hacerse del segundo lugar en el balotaje de 
noviembre. En ambos casos, la hipótesis de triunfo presidencial pasa por
 un mismo objetivo estratégico: que el Frente Amplio no alcance la 
mayoría de votos y conseguir la segunda plaza para competir por la 
victoria en noviembre. 
Como Larrañaga está en contra de la baja a
 la edad de imputabilidad, Bordaberry colocará al plebiscito como un 
tema central de su campaña, de forma de favorecer la fuga de votos 
blancos. Estoy pensando en aquellos votantes de derecha de Lacalle Pou, 
simpatizantes del Herrerismo y grupos afines, que apoyan la reforma y 
que con la derrota de su candidato sentirán que el ganador no representa
 cabalmente sus puntos de vista. Por ellos irá Bordaberry y todo su 
equipo ofreciendo el menú de la baja a la edad de imputabilidad. 
Larrañaga evitará confrontar en esos términos pero propondrá otras 
medidas exquisitas para el paladar del votante de derecha. Algunas ya 
las estamos escuchando en la campaña para las primarias pero seguramente
 se irán incrementando en la medida que Bordaberry insista con la carta 
del plebiscito. 
En ese marco, los otros candidatos, Vázquez y 
Mieres, detectarán la posibilidad de polarizar el debate en base al 
tema, dejando así a Larrañaga en una posición incómoda que podría 
denominar "fuego cruzado a dos frentes". Este tipo de competencia basada
 en movimientos orientados a captar el voto de segmentos específicos del
 electorado provocará un alineamiento de los electores con la posición 
de sus líderes y ello traerá un único resultado: el deterioro de la 
intención de voto por la reforma constitucional.  Si hoy está en 58% 
seguirá bajando hasta caer por debajo del 50%, cifra necesaria para 
alcanzar su aprobación.
A esto se suma el 
hecho de que las reglas constitucionales de reforma prevén que solo 
votarán la reforma aquellos electores que están a favor. O sea, solo los
 que quieran enmendar la Carta deben expresar su voluntad mediante una 
papeleta. Los que se opongan y los que no coloquen la papeleta serán 
considerados contrarios a la reforma. Ésta es una regla típica a favor 
del status quo y fue pensada adrede por los constituyentes. Si querés 
cambiar la Constitución, será mejor que te esfuerces y consigas expresar
 la voluntad del pueblo. 
En ese sentido, la pregunta es: ¿cómo 
harán los promotores de la reforma para que todos los electores 
proclives a su aprobación, pero que votan a partidos que se oponen, 
introduzcan la papeleta en la urna? Difícil tarea que se lograría 
únicamente si se genera un gran debate despartidizado. Pero como hemos 
argumentados eso es difícil de lograr en medio de una contienda donde se
 ponen en juego otras cosas, entre ellas el premio mayor de la 
presidencia. 
Bajo estas circunstancias, lo más seguro será que 
se impongan -una vez más- las identidades partidarias por sobre los 
debates ciudadanos. En suma, si tuviera que apostar mi hamburguesa, como
 le gusta decir a Luis Eduardo González, lo haría obviamente por la no 
aprobación de la reforma.
* Altman, David (2011). Direct Democracy Worldwide. Cambridge University Press.
Obsérvese que la jugada fue muy inteligente porque en una sola movida la iniciativa dividió al Partido Nacional (el Herrerismo de un lado y el Larrañaga del otro) y colocó a Bordaberry en el centro de la agenda pública. Si considero la batería de proyectos de ley sobre la materia que los promotores presentaron en el Parlamento, no puedo endilgarles la idea banal de que su propuesta para resolver los problemas de inseguridad se limite a bajar la edad de imputabilidad. Nada de eso. La movida fue una jugada política magistral que le permitió al Partido Colorado crecer no menos de cinco o seis puntos porcentuales tal cual hoy lo demuestran las encuestas.
Pero el tiempo pasa y la consulta ya está a la vista. La opinión pública comienza a desperezarse pese a los obstáculos que tienen todos los plebiscitos. Primero se formó una comisión integrada por grupos políticos y organizaciones sociales que lanzó una prolija campaña denominada "No a la baja", que aun careciendo de recursos se las arregló para mantener el tema encendido e imponer su mensaje. Los pájaros de origamis y los globos comienzan a ser familiares en el paisaje urbano. También la Universidad de la República, luego de impulsar decenas de debates con expertos y técnicos, terminó rechazando a la medida, no sin antes debatir orgánicamente en todos sus ámbitos. Finalmente, fue la Iglesia, y más precisamente el novel y renovador Arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, quien rechazó la idea de modificar la Constitución con esa intención, para sorpresa de buena parte de sus feligreses acostumbrados al conservadurismo de su antecesor.
Como Larrañaga está en contra de la baja a la edad de imputabilidad, Bordaberry colocará al plebiscito como un tema central de su campaña, de forma de favorecer la fuga de votos blancos. Estoy pensando en aquellos votantes de derecha de Lacalle Pou, simpatizantes del Herrerismo y grupos afines, que apoyan la reforma y que con la derrota de su candidato sentirán que el ganador no representa cabalmente sus puntos de vista. Por ellos irá Bordaberry y todo su equipo ofreciendo el menú de la baja a la edad de imputabilidad. Larrañaga evitará confrontar en esos términos pero propondrá otras medidas exquisitas para el paladar del votante de derecha. Algunas ya las estamos escuchando en la campaña para las primarias pero seguramente se irán incrementando en la medida que Bordaberry insista con la carta del plebiscito.
En ese marco, los otros candidatos, Vázquez y Mieres, detectarán la posibilidad de polarizar el debate en base al tema, dejando así a Larrañaga en una posición incómoda que podría denominar "fuego cruzado a dos frentes". Este tipo de competencia basada en movimientos orientados a captar el voto de segmentos específicos del electorado provocará un alineamiento de los electores con la posición de sus líderes y ello traerá un único resultado: el deterioro de la intención de voto por la reforma constitucional. Si hoy está en 58% seguirá bajando hasta caer por debajo del 50%, cifra necesaria para alcanzar su aprobación.
En ese sentido, la pregunta es: ¿cómo harán los promotores de la reforma para que todos los electores proclives a su aprobación, pero que votan a partidos que se oponen, introduzcan la papeleta en la urna? Difícil tarea que se lograría únicamente si se genera un gran debate despartidizado. Pero como hemos argumentados eso es difícil de lograr en medio de una contienda donde se ponen en juego otras cosas, entre ellas el premio mayor de la presidencia.
Bajo estas circunstancias, lo más seguro será que se impongan -una vez más- las identidades partidarias por sobre los debates ciudadanos. En suma, si tuviera que apostar mi hamburguesa, como le gusta decir a Luis Eduardo González, lo haría obviamente por la no aprobación de la reforma.
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