¿Fue siempre así? No. Estamos
disfrutando una herencia moral de la dictadura. Se teme la crítica, se
la evita, se la toma como un ataque personal con el que nadie quiere
comprometerse en una aldea pacata. Bajo el pretexto de las dificultades
del hacer en un medio difícil, cada elaboración de un uruguayo, sea un
concurso de belleza o Artigas la redota, son protegidos de toda "crítica insidiosa". ¿Resultado? La muerte del pensamiento que conduce directamente al pantano.
El film Maracaná acierta al
vincular el legendario campeonato con las realidades sociales de dos
pueblos, y particularmente, con las necesidades de algunos miembros de
la política brasileña. Está logrado el clima de fiesta con que pueblo y
autoridades festejaban anticipadamente y es contundente el discurso del
Gobernador de Río previo al partido, anunciando a sus jugadores que en
pocos minutos serían campeones del mundo. Una muy buena toma nos muestra
la llegada de un ferrocarril del que la gente baja en estampida,
suponemos, a comprar una de las entradas de la final. Es evidente la
búsqueda de material, su reconstrucción y la incorporación de sonido
allí donde la imagen venía cruda.
El film nos muestra la huelga que
paralizaría nuestro fútbol en el 48, luego de la cual nuestros jugadores
saldrían fortalecidos y la selección unida, pero se afirma que
físicamente no llegamos en buenas condiciones al mundial. Se muestra la
imagen de un partido previo, con silbatina en el Centenario (silbatina
actual agregada) fortalecida con la expresión de Ghiggia: "Jugamos muy mal".
La idea que deja el film es que Uruguay
llegó tropezando, y tropezando ganó el campeonato. Aquí los autores caen
en un anacronismo: pensar Maracaná en función de la imagen del fútbol
uruguayo actual. El Uruguay que llega al mundial de Brasil es tres veces
campeón mundial e invicto. Habíamos sorprendido al mundo en 1924. El
fútbol de aquella época era un deporte mucho más tosco, pletórico de
empellones, pelotazos y jugadores fornidos. Uruguay maravilló con su
calidad, sus dribblings y sus paredes. El fútbol había sido inventado
por los ingleses, pero tal como lo conocemos fue creado en el Río de la
Plata, región que confirmó su liderazgo en la finales del 28 y el 30.
Antes de viajar a Maracaná, el poderoso cuadro uruguayo recibió una
visita de la generación tricampeona con la cual sellaron un compromiso:
volver con la copa.
Hay selecciones formadas, como la
española actual, en base a un cuadro, el Barcelona, al que se fortalece.
Así fue creado el cuadro del 24, 28 y 30, en base a una excepcional
generación de jugadores que ganó todo con Nacional, y así fue la
selección del 50, en base al Peñarol del 49. Ese año el aurinegro sería
campeón invicto, con 16 partidos ganados y dos empates, con 45 goles a
favor contra 20 del tricolor. Fue el mismo año que en el Campeonato Competencia Nacional no se presentara al segundo tiempo. La Máquina del 49
posiblemente fue el mejor cuadro uruguayo de todos los tiempos y aportó
a Máspoli, a Obdulio, y a su "delantera dorada" integrada por Ghiggia,
Míguez, Schiaffino y Vidal. Sólo faltaba Hohberg, de origen argentino,
quien sería pieza clave en la celeste del 54. La selección traía de base
un cuadro muy bien aceitado, goleador e imbatible, reforzado con cracks
como Pata Loca Pérez, que se entendía en el ala derecha a la perfección
con Ghiggia.
Cuando el film muestra la alegría del
público brasileño ante la parcial derrota de Uruguay ante Suecia, se
manifiesta el temor que el invicto cuadro uruguayo inspiraba, un aspecto
que el documental desconoce. Obviamente, en el cuadrangular final
Brasil venía arrasando y Uruguay lograba resultados agónicos, como casi
siempre, pero llegaba a la final con el plus de un menor desgaste
físico. Brasil tenía la ventaja de un punto, y sobretodo, el aliento de
178.000 hinchas cuyo griterío y bombas reverberaban en el techo que
cubría las tribunas, lo cual amplificaba diabólicamente el estruendo.
Aparentemente, cuando sonaba el himno brasileño, Morán, sustituto en ese
partido del lesionado Vidal, exclama: "¡Cuánta gente!" a lo que recibe la respuesta de Obdulio, rápida como un latigazo: "Sí, pero esos no juegan", dando origen a la famosa expresión Los de afuera son de palo.
El nivel del Uruguay del 50 lo confirma el campeonato siguiente, donde
en semifinal logramos remontar con goles de Hohberg un 2 a 0 ante
Hungría, forzando un alargue. Esa derrota en un alargue sería la primera
derrota celeste en un mundial.
El pulso narrativo del relato es flojo y
falla particularmente en la reconstrucción de los partidos. Esa imagen
de Ghiggia avanzando, tomado desde arriba, resulta sumamente novedosa,
así como la expresión del público brasileño, pero lo que debería ser el
clímax, el gol de la victoria, nos sorprende y pasa como una jugada más.
Se podrá argumentar que no había suficientes tomas, pero otros recursos
podrían utilizarse. Uno sospecha que el relato completo de Solé debe
estar en algún sitio. Al menos se encuentra publicado un análisis que en
el entretiempo hiciera el comentarista de Solé, Gallardo, expresando
que el partido estaba parejo, mas Uruguay tenía una chance atacando por
la derecha, pues Ghiggia se le había ido varias veces al half Bigode. El
ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Luis Bértola, me contó
de una filmación íntegra del partido que su abuelo donara al Museo del
Fútbol. No sé si esa copia se mantiene aún, si se prendió fuego, si
alguien la tiró a la basura o si desapareció misteriosamente así como
desaparecen misteriosamente cuadros de los museos. Lo increíble es que,
mientras esa copia existió (acaso aún nos aguarde), nunca nadie tuvo la
idea de presentársela a los uruguayos.
Un segundo inconveniente de la narración
son los pozos cavados por la música. De seguro que el libro titulado
"Cómo agregarle música a un film" no fue consultado para esta sensible
tarea. La elección del Invierno de Vivaldi es desconcertante,
pero el problema no es sólo la elección de una música inadecuada, sino
la misteriosa decisión de repetirla cada vez que se quiere buscar un
efecto dramático. Las imágenes de la delegación uruguaya son acompañadas
por la guitarra de Carlevaro o por el vals Desde el alma, pero
el problema radica en mostrar una y otra vez la humilde delegación
tropezando siempre con esa música. No recuerdo si en la historia del
cine alguna vez se ensayó tamaño recurso que oficia, todo a un tiempo,
como un poderoso freno de mano, de pie, y marcha en reversa, cuando la
idea es ir hacia adelante, en un tiempo dado, contando una historia.
Maracaná contempla imágenes del
pasado, pero no es un documental. Es una obra de ficción, y como obra
de ficción, ante la ausencia de tomas de la infancia de Obdulio es
válido enchufar la imagen de algún morenito caminando por la calle. En
alas de esta metodología se introducen, como afirma Guilherme de
Alencar, imágenes de la concentración uruguaya del mundial del 54, y se
agregan, buscando generar dramatismo en los goles, los rostros
asombrados de los espectadores, imágenes sacadas (como sospecho) de
cualquiera otra parte del partido. Ausencia importante en esta historia
de dos pueblos, es el hecho maravilloso que aquella noche en que Obdulio
saliera a tomar caña en los bares de un Río vencido, fue reconocido por
los amargados brasileños que no obstante, lo felicitaron. El uruguayo
actual ante un brasileño siempre le recordará Maracaná, sin saber que el
otro también tiene motivos para sentir la emoción de un mito mil veces
repetido desde que David le cortara la cabeza a Goliat.
El film es resultado, por un lado, de la
performance de Uruguay en el 2010, y por el otro, de un mundial que
llegará en dos meses. El objetivo premeditado, y aquí nos encontramos
con el delicado problema del objetivo premeditado en una obra de arte,
es hacernos creer que a los ponchazos y raspando llegamos al mundial del
2010, de igual forma ganamos el de 1950 y por lo tanto, a los ponchazos
podríamos salir campeones en el 2014. Es una idea fatalmente errónea.
La selección del 50 contaba con jugadores que se conocían de memoria y
aunque había una fuerte influencia política para que el locatario
saliera campeón, no hubo, que se sepa, ningún premeditado mal arbitraje
como sí lo hubo en el 34, con un juez que cenaba con Mussolini la noche
previa a la final antes de frenar un avance austríaco con la mano.
Ahora hay otros frenos mucho más
efectivos. El fútbol, desde el 70, se transmite en vivo y en directo
para millones de consumidores, y aquella FIFA que los uruguayos
contribuimos a crear, se ha convertido en la primera transnacional del
planeta. Ya quedaron en el olvido nuestras denuncias ante la magna
empresa cuando se nos obliga, contra reglamento, a cambiar de sede en la
semifinal del 70 con Brasil, forzándonos a destinar los dos días de
recuperación física buscando cómo viajar para afrontar aquel partido, y
encontrando a los rivales ocupando la cancha que se nos asignara para el
entrenamiento. Si Uruguay, a los ponchazos, o jugando bien al fútbol,
llegara a una semifinal, reviviríamos la estafa de 1970 o la del 2010
con Holanda. La FIFA, y sus empresas asociadas, Nike, Adidas, Visa y
todas las demás, perderían sumas astronómicas si un país con un magro
mercado de 3.000.000 disputara la final. Esas pérdidas producirían una
hecatombe en la economía mundial.
Uruguay no va a llegar a ninguna final.
Hasta el 70, el nivel de nuestro fútbol permitía que vinieran del
extranjero los Hohberg, los Atilio García, los Artime y los Spencer.
Hoy, todavía adolescentes, se nos van los Suárez y los Gastón Ramírez.
El fútbol es un deporte maravilloso, pero es un deporte dominado por
gentes que sólo se rigen por la lógica de los negocios, y todos sabemos
que en ese terreno no hay golpes prohibidos. Ghiggia jugaba en Peñarol, y
a escondidas, en el cuadro de su barrio. Un tipo íntegro como Obdulio
Varela, continuamente enfrentado a dirigentes de dudosa moral, se retira
haciendo mutis por el foro, como alguien asqueado de espurios
entretelones. ¿Que pensaría Obdulio del Zar de nuestro fútbol, que a dos
meses del mundial genera la salida de una directiva de la AUF que fuera
la única en ponerle freno? Pensaría lo mismo que el Pepe Sasía, quien
misteriosamente quedara en el hotel sin jugar aquel fraudulento partido
con Alemania en el 66.
Esa es la larga distancia que nos separa del Maracanazo.
Ahora vendrán los nietos de aquellos dirigentes que se quedaron con el
oro, mientras destinaban a los jugadores unas medallas berretas. Nadando
por debajo de ellos, y removiéndolos, está el Pez Gordo y sus
caudatarios que nos quieren hacer creer que nada ha cambiado, que
mantenemos las chances intactas, y para hacer esta travesía todavía más
difícil, deslizándose en las profundidades aguarda el tiburón blanco de
la FIFA. El problema, como rubrica melancólicamente el film, no es una
hazaña que se convirtiera en sombra ominosa sobre el fútbol uruguayo.
Son otras sombras, que el film necesariamente no puede advertir, las que
se proyectan sobre nosotros, y ante ellas, la gesta de Maracaná refulge
desde el tiempo con claridad meridiana.
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